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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

La República catalana de Macià a Torra

Pedro Carasa.

En España el nacionalismo catalán ha sido agresivo cuando el Estado ha padecido situaciones críticas. Sucedió en 1930, cuando la Corona en apuros trató de salvarse al final de la Dictadura de Primo de Rivera. Los partidos catalanistas, vascos y republicanos, a los que se sumó el PSOE, aprovecharon esa debilidad y formaron el Pacto de San Sebastián (sin papeles) para expulsar a Alfonso XIII y abrir la puerta a la República, que ganó las elecciones municipales el 14 de abril de 1931. Macià, fundador de Esquerra Republicana de Catalunya que ganó los comicios, inmediatamente proclamó la República Catalana desde el Palacio de la Generalidad.

No es igual la España de hoy, pero sí está presente el escaso vigor del Estado y la estrategia del “pacto” catalanista. Desde 1978 el Estado español viene siendo despojado de poder por las Autonomías. Los nacionalismos, como bisagras del bipartidismo, depredaron presupuestos y competencias en las cuatro últimas décadas. Por esa razón, entre otras, se han desbocado hacia la independencia las nacionalidades mal llamadas históricas.

Tras la profunda crisis económica, el 15M acentuó la crítica al Estado, se banalizó la cultura política, se burló de la representación parlamentaria, los partidos acabaron corruptos y el Estado tuvo escasa presencia en las Autonomías. Tras fracasar su regeneración democrática, se desgarraron los dos grandes partidos, algunos políticos subordinaron la ley a la voluntad de la gente, el Parlamento se enredó en bloques de poder partidista y no legisló sobre la realidad social. La población se desencantó del Estado, del Gobierno, de las Cámaras parlamentarias, del Consejo del Poder Judicial, de los Tribunales y de los partidos políticos. Ha perdido la confianza en su gestión política y puede sentirse tentada a no participar en las elecciones.

Las investiduras in extremis generaron gobiernos muy inestables que debieron legislar por decreto. La última moción de censura fue la oportunidad de oro que los independentistas aprovecharon para aupara al poder a un partido en crisis y resistencia que necesitaba pactos para sobrevivir. Se rompió así el bloque constitucionalista y se agotó la etapa histórica del consenso y la reconciliación de la Transición.

El Parlamento fracturado no ha abordado el problema catalán. Pedro Sánchez, tras la excusa del rechazo independentista de los presupuestos, convocó tarde las elecciones, sólo cuando esperaba un triunfo beneficioso para ambos. Porque el procés necesita la mayoría sanchista para seguir pactando después de las elecciones.

Los partidos políticos no fueron convocados a los pactos de trastienda entre presidentes y mediadores. Rajoy trató de solucionarlo con el art. 155 y con el Tribunal Supremo. Pero el resistente Sánchez prefirió oxigenar su asfixia monologando con los soberanistas que le habían avalado, quedando así cautivo del pacto catalán.

El presidente, rehén o cómplice del rechazo soberanista a los presupuestos, resistió diciendo que hay derrotas parlamentarias que son victorias sociales. La frase estaba envenenada, tal vez quería decir que las soluciones estaban fuera del hemiciclo, o que desconfiaba de la representación social del Parlamento, o que confiaba más en sí mismo y en la calle. En todo caso, recordaba a los indignados gritando ¡No nos representan!

Ya en campaña electoral, el Supremo celebra un juicio controvertido, que para los catalanes reprime a presos políticos y exiliados, para los europeos pretende una rebelión excesiva y para la mitad de los españoles juzga delitos contra la Constitución.

El independentismo se ha convertido en el eje de las próximas elecciones y ha llevado el agua a su terreno. Como hiciera Macià, Torra busca otro pacto sin papeles para salirse de la España monárquica y crear la República catalana. La fragmentación y debilidad de los poderes del Estado y de los partidos políticos han ofrecido a los soberanistas un escenario útil para su procés, casi un referéndum camuflado bajo elecciones generales. Los monólogos entre Sánchez y los separatistas han despertado al españolismo ultraderechista que añade a la campaña electoral una disyuntiva simplista y maniquea.

Los partidos constitucionalistas no se muestran seguros ni unidos para defender la España autonómica y democrática. El pacto soberanista plantea una España multinacional y pluriestatal. La ultraderecha nos retrotrae al españolismo franquista. Pero la solución no es una autodeterminación, ni una sentencia judicial, ni una marea violenta de banderas, ni el ejército en la Diagonal. Ningún político se ha atrevido a decir que la única solución posible es una coalición política de todos para reformar la Constitución.

Históricamente ha sido trágico elegir entre varias Españas. Escuchar la algarabía de partidos enzarzados en crispaciones y guerras sucias nos evoca los fantasmas del Duelo a garrotazos de Goya, la Semana Trágica, el Pacto de San Sebastián, el Frente Popular, el 18 de julio, Blas Piñar y el 23-F, que recuerdan el drama de las dos Españas.

En los próximos cien días nos puede estremecer un ritmo trepidante de sentencias importantes, elecciones inciertas y pactos inquietantes. Pero no recibimos de los políticos el mensaje elemental y contundente que necesitamos: La democracia no es partirse la cara por unas urnas en la calle, es cumplir las leyes votadas por los parlamentarios y las sentencias de los tribunales.

Editado en la edición impresa de El Norte de Castilla del 9 de marzo de 2019

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.