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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Ni fíes ni cofradíes

Ni fíes ni cofradíes

Pedro Carasa. Historiador

Las procesiones públicas de la Semana Santa fueron muestras de piedad y al tiempo difundieron mensajes culturales y políticos de los sucesivos poderes de la historia: La contrarreforma, la ilustración, el liberalismo, la política social católica, el nacionalcatolicismo y el regionalismo.

El cristianismo usó siempre palabras, personajes, tiempos y espacios teatrales para adaptarse a la comprensión plástica del pueblo. La Biblia nació de tradiciones orales, se escribió luego. Los evangelios se construyeron con relatos, Jesús manejó parábolas y actuó en escenarios de pescadores, hijos pródigos, enfermos y resucitados.

La primitiva Iglesia cristianizó los cultos paganos (primavera y pascua) y escenificó su mensaje con iconos y mártires perseguidos. La medieval talló la religión en capiteles y portadas y teatralizó el culto con autos sacramentales, belenes, ceremonias de canto, imágenes y ornamentos.

La Iglesia moderna sacó el culto a la calle, un templo viviente donde se apropió del espacio público para liderar al pueblo. Las procesiones, símbolo del peregrinar cristiano, movilizaron masas bajo los mismos himnos, imágenes e insignias. Lo imitarán luego las manifestaciones sindicales. Las cofradías fueron movimientos de solidaridad, piedad, penitencia y procesión. También estas hermandades y gremios anticiparon a los sindicatos. En Valladolid las cinco penitenciales (Vera Cruz, Piedad, Pasión, Angustias y Nazareno) nacieron en el XV y XVI.

El concilio de Trento y la contrarreforma del siglo XVII exaltaron la Semana Santa. Contra la quema luterana de imágenes, el Papa y el rey cultivaron el estilo barroco hasta recargar los templos con retablos y esculturas de dolor y pasión. Las escuelas castellanas de Berruguete, Juan de Juni y Gregorio Fernández lo plasmaron en teatrales y dolientes tallas. Exageraron las llagas pegando pellejillos para provocar crudas sensaciones. El pueblo vibró ante los pasos como si fueran actores y creó nombres sangrantes, como el “redopelo” para Jesús despojado de un tirón, o la virgen de los cuchillos. Vieron en los sayones a los bravucones del Rastro del Campillo y pusieron la cara del duque de Lerma al buen ladrón.

En el siglo XVIII los ilustrados tacharon las procesiones y cofradías de supersticiosas, dadas a rivalidades (ni fíes ni cofradíes se decía contra su afán de litigar) y a excesos de comidas (los cofrades gritaban: Si no hay vino, no hay cofradía). Por eso extinguieron muchas para recluir la mendicidad en el hospicio.

La desamortización del XIX vació de imágenes conventos e iglesias. En el primer tercio del XX los sindicatos agitaron la sociedad, llamaron cofradías revientahuelgas a los católicos y debilitaron la vieja hegemonía social de la Iglesia. Para recristianizar la sociedad, el arzobispo Gandásegui recuperó en 1920 las decaídas procesiones de Valladolid. Agapito y Revilla y Cossío concentraron las quebradas y polvorientas imágenes en el Museo de Bellas Artes, era un manicomio de gigantes y actores del drama de la pasión. Crearon el sermón de las siete palabras y convirtieron las procesiones en un teatro público, los pasos eran las escenas, desde la borriquilla hasta el entierro. Todo un rito oficial del alcalde vestido de gala en la plaza mayor para exhibir el liderazgo social de la Iglesia en Valladolid.

La Segunda República redujo las procesiones, pero en 1932 creó el centro científico y profesional del Museo Nacional de Escultura en el Colegio de San Gregorio para conservar el patrimonio.

Fue el franquismo el que más desfiguró la Semana Santa. Primero la falange saludó brazo en alto a la Dolorosa y pintó esvásticas y flechas en las insignias. Luego desde 1948 el nacionalcatolicismo municipal y diocesano politizó a fondo las procesiones y el patrimonio. Usó el barroco como símbolo de la España imperial, de la austera Castilla y de la Cruzada victoriosa. Se ideó el pregón de un seglar relevante, teatralizado con heraldos a caballo, para enlazar historia, religión, estética y política. La ciudad prohibió los carnavales, cerró bares y cines, y fundó la Semana de Cine Religioso en 1956.

Se ha definido como el rito de victoria de un vencedor de cruzada y líder de una religión política. Celebró más la primavera vencedora del 1 de abril que el equinoccio o la pascua. Se rindieron honores militares a los pasos, Franco fue hermano mayor del Descendimiento y el NoDo exaltó las procesiones de Valladolid como ejemplo de la España eterna. Llegaron a 104 las imágenes de los pasos y nacieron 6 cofradías corporativas: de Kostkas y Luises, ferroviarios, JOC, soldados y universitarios.

El desarrollismo y el turismo despolitizaron la Semana Santa, la descubrieron como negocio para atraer forasteros, editaron sellos, guías y anuncios, radiaron y televisaron los desfiles.

Todos los poderes apoyan hoy la Semana Santa. El Ayuntamiento la cree Patrimonio de la Humanidad singular, plástico y auténtico. La Junta la proclama religiosa, cultural, turística e identitaria. La economía la necesita como eje de temporada alta de turismo cultural. Las cofradías crecen y se rejuvenecen por la herencia familiar y el honor de procesionar.

Hoy es un caleidoscopio de piedad, arte, ocio y negocio. Algunos lo erotizan con piernas de pasión y otros lo politizan para ganar la elección. En todo caso redobla el sonido sonoro de pasión, pregón, sermón, oración, procesión, sayón, guion, hachón, faldón, emoción …

Publicado en la edición de papel de El Norte de Castilla del 13 de abril de 2019

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.