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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Pactos y votos

 

Muchos españoles están hartos de la gestión política del último resultado electoral. Los pactos entre los partidos son más bien censuras, pugnas, no es no, pulsos, peleas, partidismos, postureos, tratos, mercadeos, líneas rojas, cordones sanitarios, vetos, bloqueos, urnas amenaza y encuestas de susto. Suman años de gobiernos forzados, del parlamento devaluado y del poder judicial en tensión.

Esta cultura de enfrentamiento partidista traiciona a los votantes, porque no se negocian los programas. Los partidos sólo buscan comprar poder, entran en una cruda lucha de cargos y manejan los escaños como monedas para ganar la abstención gratuita del adversario. Pactan los líderes a título casi tribal, sin comisiones de negociación, sin fijar políticas conjuntas. Al fin, todo son bisagras aritméticas, sumas estratégicas, mayorías mínimas para excluir al otro, pero sin ánimo de entendimiento.

Los acuerdos son necesarios, pero no hay una cultura de pacto. Existen obstáculos en la ley electoral y en los comportamientos de élites y de partidos que desprecian el consenso. Así no se regenera, sino que se debilita la democracia representativa, porque son los partidos y no los votantes los que deciden quién gobierna. Forman así una partitocracia más que una democracia.

Hemos dicho que en España no hay cultura de pacto, pero su historia muestra lo contrario. Se han celebrado elecciones desde 1810, salvo en paréntesis absolutistas y dictatoriales, y desde 1931 fueron por sufragio universal. Resultó duro el aprendizaje electoral del siglo XIX para educar a los electores y adaptar las elecciones a su escasa cultura participativa, pero hubo acuerdos.

Para evitar fragmentaciones que amenazaban a la monarquía y para frenar la intromisión militar se practicó el bipartidismo de progresistas y moderados bajo Isabel II, se creó la Unión Liberal de O`Donnell, apareció el turnismo entre liberales y conservadores durante la Restauración. Incluso el clientelismo estimuló la participación de campesinos ajenos a la política. Se protegió la supervivencia del partido perdedor como jefe de la oposición, con la seguridad de que alcanzaría su turno correspondiente.

En el siglo XX han sido frecuentes los esfuerzos de consenso como la conjunción republicano socialista, la confederación de derechas, varios gobiernos de concentración o los múltiples pactos de oposición al franquismo. Pero es más viva la memoria del consenso de la Transición, el acuerdo constitucional de 1978, los Pactos de la Moncloa, la Unión de Centro Democrático y los acuerdos sindicales para la reconversión industrial.

Ha sido la tromba separatista la que ha quebrado el legado de la Transición. Los populismos transversales cambiaron la cultura política y finalmente la crisis y la corrupción certificaron el ocaso del viejo sistema bipartidista. No obstante, tras las últimas elecciones se intuye una vuelta del bipartidismo, un abandono de la transversalidad y un repliegue de populistas como muletas de su respectivo bloque. En este trance de multipartidismo y fragmentación parlamentaria, los líderes han generado un frentismo incapaz de alcanzar coaliciones de gobierno. La polarización de bloques contrapuestos ha engordado actitudes partidistas que hoy preocupan mucho a la sociedad. Incluso ha contaminado varias manifestaciones de activismo social.

Siendo necesarios los pactos para conseguir mayorías, con frecuencia se hacen trampas en el solitario. Los socialistas necesitan a Podemos, tienen miedo de meterlos en el gobierno, usan ambages lingüísticos de coalición y colaboración, y pretenden gobernar solos gratis. Algo semejante ocurre con las intervenciones de soberanistas catalanes o de Bildu, que en Navarra fingieron que su abstención no era un apoyo explícito. Es una celada recíproca porque da a los independentistas bocados del presupuesto, competencias, movimientos de presos, posibles indultos y aire para el procés.

La cerrazón de Cs subraya aún más sus incoherencias, dice que no pacta con Vox, pero sabe que sin él no puede gobernar y confunde a sus votantes declarando que sólo apoya el pacto de Vox y PP. También trampea cuando dice que no acuerda con el sanchismo, queriendo de hecho alejarse del socialismo; sucede lo mismo cuando afirma que quiere gobernar con el PP, pero lo que pretende es darle el sorpasso y sustituirle en la oposición.

En esta tesitura habría que pensar en una reforma electoral que facilite los pactos de gobierno. Sería imprescindible la circunscripción única para erradicar el nefasto sobrepeso electoral de los nacionalismos, convendría debatir la segunda vuelta, sería preciso valorar el gobierno de la lista más votada, se deberían aligerar las condiciones de investidura y de censura, habría que ponderar la proporcionalidad, debería medirse la prima al partido ganador, se podrían incorporar hábitos de consenso muy útiles que funcionan bien en niveles locales o autonómicos.

Para aliviar este hostil espectáculo sería imprescindible corregir las actitudes de los líderes altaneros y el funcionamiento de los partidos como meras máquinas de poder.

Urge un esfuerzo para evitar este penoso teatro de peleas inútiles y corregir sus efectos de inestabilidad de meses sin gobierno y sin parlamento y de hastío social. La dignidad de los electores merece este respeto y su derecho a elegir quién y cómo gobierna debe ser protegido.

 

Editado en El Norte de Castilla del 13 de julio de 2019

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.