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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

¡Es la escuela, estúpido!

Le digo a usted mi verdad, decía la sensata tía Ignacia de mi pueblo. Los historiadores tienen también su verdad cuando interpretan los hechos según sus ideas, afectos o intereses. El poder tiene su verdad y la enseña en la escuela con relatos históricos y actuales dirigidos a formar un espíritu nacional en sus ciudadanos.
Todo poder nacionalista necesita una historia nacional, la investiga en el archivo nacional, la inculca en la escuela nacional y la difunde en la prensa y televisión nacional. Adoctrina al elegir e interpretar los hechos históricos adecuados para crear seguidores creyentes en su plan nacional. Porque un libro de historia influido por el poder es más útil para conquistar una sociedad que los batallones de su ejército. Imponer una lengua resulta más efectivo para convencer a una comunidad que usar las armas militares.
Todo chamán usó mensajes y elecciones divinas para mover a sus adeptos. Los monoteísmos hicieron prosélitos con biblias y coranes llenos de historias de pueblos elegidos, profetas, mesías, apóstoles, éxodos, persecuciones, guerras santas y cruzadas. Heródoto, el padre de la historia, relató las victorias de los griegos sobre los persas para ensalzar su poder político. España conquistó América imponiendo su lengua, su religión y sus costumbres.
El racionalismo basó la historia en el hombre y no en mitos ni misiones divinas. Por eso los estados emergentes del XIX necesitaron historias nacionales para inculcar el origen y la obediencia a la nación. Al Archivo de Simancas acudieron desde 1844 embajadores, bibliotecarios y archiveros de los estados de Europa y América para formar colecciones de documentos nacionales, redactar historias nacionales, justificar sus procesos de unificación nacional y construir en sus ciudadanos una conciencia nacional. Al fin, la historia nacional que a todos nos enseñaron sirvió de cimiento cultural de los edificios políticos.
También España creó una colección de documentos nacionales, un archivo nacional, una biblioteca nacional y una escuela nacional para enseñar una historia nacional y formar españoles patriotas amantes de su nación. Lafuente, Cánovas (que basó su régimen en la historia de la monarquía), Menéndez Pelayo, Altamira, Américo Castro o Menéndez Pidal construyeron nuestra historia nacional, no exenta de crisis de identidad y debates sobre sus raíces judía, musulmana y cristiana. Pero aquí no se consiguió imponer, como en Francia, un único relato nacional, porque el débil Estado español coincidió con otros nacionalismos internos difusores de relatos más adoctrinadores que el suyo. Arana y Bofarull propalaron sus historias nacionalistas vasca y catalana, llenas de orígenes míticos, reinos inventados, razas, lenguas y fueros superiores.
Franco adoctrinó y usó la historia para predicar la superioridad espiritual de España como luz de Occidente. Falangistas y nacionalcatólicos exaltaron la guerra civil como una cruzada. En las escuelas las enciclopedias nacionales de Hijos de Santiago Rodríguez, Álvarez, Florido Pensil y la historia sagrada de Pérez de Urbel nos inyectaron el espíritu nacional mediante un relato que subrayaba las esencias españolas de la reconquista, el descubrimiento, el imperio católico y el siglo de oro, como raíces de la Nueva España.
Continuaron aleccionando la Transición al conmemorar la historia de la monarquía como medio de reconciliación, los materialistas al recuperar los movimientos sociales y los liberales revalorizando los partidos y las constituciones, antes prohibidos por el franquismo. Hoy la democracia rescata a los vencidos en la guerra civil, dicta una ley de memoria histórica para salvar la dignidad de los perseguidos y exhuma a Franco.
La educación autonómica sustituyó la historia de España por 17 relatos nacionalistas o regionalistas. Contra el fin educativo de desarrollar la persona y superar desigualdades familiares y sociales, el nacionalismo adoctrinó para ensalzar lo propio y excluir lo común. Modificó los libros de geografía e historia para subrayar sus orígenes, personajes, instituciones y valores al margen de lo español, presentó al vecino como enemigo, creó víctimas y verdugos y ahondó la desigualdad de los españoles. Sus libros de texto han narrado crasos errores históricos, inventado reinos, tergiversado acontecimientos, manipulado documentos, eliminado marcos y leyes estatales. Con la inmersión lingüística marginaron al español y lograron que los castellanohablantes tuvieran doble fracaso escolar que los catalanoparlantes. Crearon un fondo de desprecio a España y a sus símbolos nacido de su complejo de superioridad étnica y moral.
El Estado estuvo ausente de estos espacios y tolerante con estos excesos. Los partidos nacionalistas bisagra inhibieron las competencias estatales, conferencias sectoriales, alta inspección, consejos escolares y formación de profesores. Hoy los rectores catalanes se manifiestan contra el TS, modifican la evaluación para empujar el independentismo y no condenan la violencia física y moral de los estudiantes. Si el origen de Vox fue la escuela de Franco, el origen de los CDR, los estudiantes independentistas y el manifiesto de los rectores fue la escuela de Pujol consentida por González y Aznar.
El poder inocula siempre en la escuela una historia y un espíritu nacional, sea europeo, español, vasco o catalán. De esas lluvias y polvos vienen ciertos lodos. ¡Es la escuela, estúpido!

Editado en El Norte de Castilla del sábado, día 9 de noviembre de 2019.

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.