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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Comuneros confinados

Es una pena olvidar su legado de profundos valores que laten en la cultura política y social de Castilla y León. Sobresale el común de cartas pueblas, concejos abiertos, comuneros, comunidades de villa y tierra, juntas, cortes y procuradores

PEDRO CARASA Valladolid Miércoles, 22 abril 2020, 07:37

       Más que en el siglo XVI, la derrota de los comuneros en Villalar recobró significado en las conmemoraciones del XIX y XX. Los románticos, liberales, republicanos y demócratas los convirtieron en mitos sociales y políticos. Triunfaron así en los sucesivos pasacalles de los centenarios, hasta hoy, cuando pierden prestigio y acaban confinados.
La rebelión de 1521 fue condenada en su momento y en el siglo XVII se consideró un peligro. El Quijote le pidió a Sancho cuidado al gobernar su isla Barataria porque entre tus vasallos podría haber comunidades y el propio Quevedo llegó a decir que Lucifer fue el primer comunero.
Comenzaron a valorarlos en el XVIII los preliberales y protorrománticos por defender las libertades de los procuradores en Cortes y atacar a la nobleza y a los Austrias. Mientras los catalanes defendieron a éstos en 1714 por respetar sus viejos fueros, los castellanos los atacaron por los excesivos impuestos y la falta de respeto a las cortes y los concejos.
Cádiz también los apreció como germen nacionalista y usó la sublevación comunera para justificar el dos de mayo y las Juntas revolucionarias que lograron la independencia y la constitución de 1812.
En las revoluciones liberales de 1821 a 1868, los aclamaron los románticos, liberales, masones y demócratas por luchar contra el absolutismo y el señorío. El Empecinado trasladó sus restos y homenajeó a los comuneros en Villalar en el III centenario de 1821. Pintores románticos los mitificaron, Martínez de la Rosa los describió como precursores del liberalismo y de la nación, los románticos encendieron emocionadas banderas de libertad cantando a los rebeldes muertos en el patíbulo. Nacieron sociedades de masones, comuneros y carbonarios, como los 40.000 Hijos de Padilla, que veneraban la muerte de su héroe. Se extendió una comunería populista de folletos y tertulias y los progresistas pusieron nombres comuneros a plazas y calles.
  Desde 1868 este mito comunero castellano fue recogido por los republicanos que firmaron en Valladolid el Pacto Federal Castellano de 1869 y agruparon a once provincias en el Estado de Castilla la Vieja. Los concejales madrileños celebraron la Gloriosa con fajines rojo-gualda-morado y ondearon en 1873 el pendón castellano, cuyo púrpura pasó luego a la bandera republicana en 1931.
Fueron progresistas, demócratas y republicanos los que defendieron a los comuneros. Los carlistas y conservadores del siglo XIX los condenaron por particularistas y catetos enemigos del europeísmo de Carlos V. Los canovistas de la Restauración cantaron a Castilla como origen y vértebra de la nación española gracias a los Reyes Católicos y a Carlos V.
Desde 1900, los regeneracionistas rescataron la Castilla del XVI como líder comercial europea e importante centro humanista. Los krausistas atribuyeron a la derrota de Villalar la subordinación de Castilla a Flandes y Macías Picavea y Alonso Cortés lamentaron que hiciera perder la importancia de los libres municipios castellanos.
A principios del XX, el regionalismo castellano difundió la cultura comunera en Juegos Florales, Ateneos y sociedades de Excursiones y Estudios. El Norte de Castilla estimuló el regionalismo económico para proteger los intereses agrarios de Castilla. Las Diputaciones firmaron el Mensaje de Castilla en 1918. Todos volvieron a exaltar a los comuneros en el IV centenario de 1921.
El siguiente pasacalles histórico de los comuneros fue jaleado por el liberalismo laico y reformista de la II República. Cantaron la Castilla erasmista y democrática, incorporaron en 1931 el morado del pendón a la bandera republicana, e iniciaron la España autonómica. Publicaron en mayo de 1936 en El Norte de Castilla y el Diario de León las bases del Estatuto de Castilla y León; por desgracia no llegó a proclamarse y Castilla y León no será reconocida como región histórica.
El franquismo calificó a Castilla de centralista, nacionalcatólica y tradicionalista y demonizó en las escuelas a los comuneros por traidores al Imperio.
En la Transición, la izquierda recuperó a los comuneros para impulsar un regionalismo reivindicativo. El 23 de abril de 1976 en la campa de Villalar 500 personas los aclamaron para exigir libertad democrática, como cantó el Nuevo Mester de Juglaría en su poema épico Los Comuneros. Fraga los disolvió, pero al año siguiente 20.000 personas se movilizaron en la campa de forma más radical.
Desde que el Estatuto de 1983 fijó el 23 de abril la fiesta regional, el débil sentimiento castellano se ha diluido y reducido la afluencia a la campa. En 2003 nació la Fundación Villalar para avivar la identidad regional, pero no lo ha conseguido y hoy es contestada. El brote leonesista ha empeorando la salud de los comuneros y hoy están confinados. El coronavirus ha impedido la fiesta popular en la campa. A los comuneros les espera un V centenario más pobre que los anteriores.
Es una pena olvidar su legado de profundos valores que laten en la cultura política y social de Castilla y León. Sobresale el común de cartas pueblas, concejos abiertos, comuneros, comunidades de villa y tierra, juntas, cortes y procuradores. Sus raíces medievales renacieron en el siglo XIX y han revivido en la España autonómica. Una larga herencia colectiva contraria a los tópicos de la Castilla sumisa y tradicional que no deberíamos olvidar.
Los comuneros no son una leyenda inventada, sino unos rebeldes próximos al humanismo renacentista ejecutados. Rigen aún sus valores del castellano como lengua de cultura y comercio universal, de la autonomía de los concejos de las ciudades, de los derechos cívicos de procuradores con voto en Cortes, de la economía global que superaba a la Hansa y se abría a América. Como historiador, lamento que este patrimonio castellano pueda perderse.  La voz del común, tan necesaria hoy, ha sido acallada.

Editado en la web de El Norte de Castilla del 22 de abril de 2020.

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.