>

Blogs

Pedro Carasa

El Mirador de Clío

¿Crispación?

El españolito de Machado sigue triste porque una de las dos Españas aún puede helarle el corazón. Si estuviera aquí, tras cien días de confinamiento, rodeado de un cuarto de millón de contagiados y de 40000 muertos, se preguntaría asustado ¿por qué los partidos políticos no alcanzan pactos de Estado y se pelean con provocación, enfrentamiento, polarización y fanatismo?

Las graves crisis históricas han dado lecciones de prioridades de valores y hecho exámenes de actitudes a los gestores públicos. Responder a ellas con crispación es peor que coger la rabieta del niño que no quiere aprender. De las malas actitudes, la peor no es sólo la falta de educación, preocupa más la grave enfermedad política de no tener principios y valores, carecer de sentido de Estado, no ser capaz de conectar con los electores e incumplir el deber democrático de pactar.

En los trances difíciles de los tres últimos siglos, una parte de la élite política española no ha aprendido la enseñanza básica de la convivencia civil y ha suspendido el examen político por impedir los acuerdos y no buscar la unidad ante las emergencias sociales. Justamente son estos momentos cruciales los que refuerzan a las élites que se adaptan a las necesidades y los que debilitan a los políticos que se enfrentan sin salidas pactadas. No aprender estas lecciones ha sembrado en el pasado dictaduras y guerras.

En el primer tercio del XIX, mientras unos patriotas consensuaron la Constitución 1812, otros políticos radicales se persiguieron y exiliaron, como denunció Goya pintando dos hermanos a garrotazos. En el segundo tercio, unos liberales pioneros implantaron las finanzas, el ferrocarril y el mercado, pero otros se enfrentaron en motines anticlericales y guerras carlistas. En la crisis de 1868, al tiempo que unos aprendían cultura democrática y abolían la esclavitud, otros se enzarzaron en guerras dinásticas y coloniales. En el trance del 98 muchos intelectuales definieron la España que pasaba de imperio a nación, pero otros se suicidaron en guerras imperiales. En el primer tercio del XX destacó la brillante elite de la edad de plata de la cultura española, pero hubo otras fuerzas que pelearon en conflictos clericales, militares y políticos que condujeron a la dictadura. Siguió esta tensión fratricida enfrentando a la creativa élite reformista de la II República con el grupo autoritario que gestó la trágica guerra civil.

También se han contrapuesto dos actitudes en las últimas crisis de la democracia. En la primera reinó el consenso de la Transición, que nos sacó de la dictadura, pactó en la Moncloa, redactó la Constitución y nos incorporó a Europa. Pero en las crisis de 2008 y 2020 no se aprendió la lección, se rompió el pacto constitucional, abundó la corrupción, apareció el populismo y el nacionalismo buscó la independencia.

En las dos últimas legislaturas han aparecido en el escenario político tensiones en partidos políticos, censuras e investiduras de gobiernos, negociación y control del procés catalán y gobierno de coalición con Podemos. Tan inestable marco ha dificultado gestionar la crisis más grave tras la guerra civil. Esta pandemia ha sido otra oportunidad para haber aprendido la lección básica de fortalecer y cohesionar lo público y lo común. El resultado indica que la política, la sociedad, el Estado de Bienestar, la economía y el empleo pueden empeorar.

El pacto constitucional de 1978 ha sido sustituido por gestos agónicos y fanáticos. La sociedad sigue perdiendo confianza en sus políticos. La utopía social de los indignados se ha convertido en una distopía de poder. De los seis partidos que sostienen la geometría variable de la investidura, sólo uno cree en la constitución. Los dos populismos de extrema derecha e izquierda alimentan la inestabilidad política e institucional.

La debilidad del Estado ha permitido romper la separación de poderes y generar conflictos entre ellos. Incluso se ha contaminado el rol de la monarquía. El poder judicial ha sido cuestionado dentro y fuera. El parlamento apenas ha legislado porque se ha gobernado por decreto. El debate en la sede soberana ha roto la cortesía parlamentaria y se ha teñido de insultos, acusaciones y enfrentamientos.

El gobierno de coalición adolece de unidad y se mueve entre incertidumbres y correcciones. La incipiente comisión de reconstrucción ha comenzado tensa y no ha logrado sentar bases comunes. La comunicación política durante la pandemia no ha sido transparente, la información ha resultado cambiante y no ha logrado ni precisar el número total de muertos.

La cultura política particularista de las élites autonómicas (dos millones de funcionarios) ha replegado al Estado. La izquierda lo ha agravado al priorizar identidades y competencias nacionalistas por encima de la igualdad y solidaridad de todos. Las bisagras nacionalistas aún controlan parlamentos y gobiernos, exigen competencias estatales y depredan presupuestos. El Estado no ha logrado ejercer el mando único que reclamaba el desastre de la covid-19, las trece conferencias de presidentes no han logrado la cogobernanza y las Autonomías acaban rivalizando entre sí para controlar la desescalada.

Los partidos políticos, financiados a veces con corrupción, se han fracturado internamente, carecen de programas fiables, pelean entre sí y pierden la confianza de sus votantes. Hasta la colaboración de las fuerzas de seguridad ha sufrido controles políticos y enredos judiciales.

La economía anuncia otra depresión por el lastre de la enorme deuda pública, el déficit de hacienda y la incapacidad de acordar el presupuesto. Son profundas las dificultades del turismo y la industria automovilística. Tal vez ni siquiera el dinero de la Europa dividida pueda ofrecer un respiro temporal.

La sociedad se ve amenazada por un paro de 19 millones y padece una creciente pobreza que alcanza al 25% de la población, incluida la clase media.

Mientras los ciudadanos han cumplido con responsabilidad el confinamiento, la pandemia ha visibilizado serios defectos que los políticos deberían reconocer: La debilidad de los poderes del Estado, el particularismo de las CCAA, las fracturas de los partidos, la vulnerabilidad de nuestro Estado de Bienestar, la escasa valoración de los bienes comunes, la incapacidad para lograr pactos de Estado y las incorrectas formas de los políticos.

 

Este artículo ha sido revisado para la página web de las Asociación Cultural DDOOSS

Temas

Viva la Pepa

Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.