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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Galdós y Mariclío

Galdós y Mariclío

Fue un historiador antiacadémico, rompedor y pionero. No siguió el estilo literario dominante. Vivió a contracorriente, un verso suelto y libre que inquietó a la censura

Benito Pérez Galdós./
Benito Pérez Galdós.
Pedro Carasa
PEDRO CARASA Valladolid   

A los cien años de la muerte de Galdós, queremos recordarle como un escritor indómito y un historiador pionero. No se domesticó, ni se casó, ni se encajó en un partido o ideología. Metido en turbas revolucionarias, rompió toda ortodoxia, rechazó al rey, atacó al clero, fue civilista en una familia militar y se mostró arabuno en el conflicto marroquí. Fue un historiador antiacadémico, rompedor y pionero. No siguió el estilo literario dominante. Vivió a contracorriente, un verso suelto y libre que inquietó a la censura. Los conservadores le tildaron de mal español, le vetaron el Nobel y le frenaron en la Academia. Hoy Pablo Iglesias le prefiere a Pérez Reverte.

Fue un hijo rebelde de padre militar y de madre autoritaria. Se enamoró de su prima. Saltó de Canarias a la península en busca del libre ganduleo por Madrid observando al pueblo. Un estudiante perezoso que no iba a clase, debió estudiar Derecho y por sus novillos le anularon la matrícula en 1868. Acabó en garras de usureros, vestido de oscuro, descuidado, con migrañas, casi ciego y empobrecido. Pero siempre fue querido por su ternura y dádiva popular. Todo un reflejo de la verdad humana, como ha reconocido la reciente exposición de la BNE.

Se empeñó y consiguió ser periodista y escritor, redactó mil artículos, crónicas de sociedad, ensayos políticos, críticas de música y gastronomía, 46 episodios nacionales, 32 novelas y 26 obras de teatro con ocho mil personajes. Fue muy discutido, para Inclán un garbancero, costumbrista agropecuario, populachero, sin estética y sin estilo, una mofa para Umbral, también lo atacaron Baroja, Azorín, Pereda, Benet, Umbral o Cercas. Pero lo defendieron Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Max Aub, Chirbes o Muñoz. Nosotros creemos, como muchos, que fue tan popular como Lope y tan universal como Cervantes.

Un creyente anticlerical, antijesuita, escritor comecuras en Tristana (1892), Halma (1895), Electra (1901) y Casandra (1910).[ Por criticar el poder, la moral y los bienes de la Iglesia, estuvo a punto de ser apedreado en el teatro Español, pero salió a hombros y vitoreado. Era un ciudadano inquieto, tolerante y leal con sus adversarios, que trató de armonizar razón y corazón, espíritu y cuerpo, unión y pluralismo, religión y laicismo, con ello quiso hermanar las dos Españas. Un patriota, convencido de la España digna, solidaria, libre y participativa, sin cantonalismos ni separatismos. Le dolió como a Goya el pesimismo acomplejado de los españoles a garrotazos. Fue aliadófilo y viajero por la vanguardia europea, siempre atento a lo mejor que estaba publicándose en la narrativa occidental.

Como político resultó escéptico y sin vocación, fue progresista, socialista, regeneracionista, republicano y anarquista. Se codeó con los políticos de más relieve: Sagasta, Cánovas, Silvela, Canalejas, Dato, Romanones, Primo de Rivera y amigo de Pablo Iglesias. Fue un mudo parlamentario por Guayama, Madrid y Las Palmas. El senado se reunió para despedirle. Pero sobre todo fue discípulo o amigo de pensadores y escritores relevantes, bebió de Giner de los Ríos, Jacinto Benavente, Canalejas, Adolfo Camús, Valeriano Fernández, Chacón Oviedo, Clarín, Pérez de Ayala, Echegaray, Cajal, Sorolla, Andrés Segovia, Mariano de Cavia, Victorio Macho o los Álvarez Quintero. Incluso Ortega y Unamuno escribieron de él. Y es que Don Benito aprendió de regeneracionistas y noventaiochistas a aflorar la intrahistoria unamuniana.

Se comportó como un apasionado amante de actrices, cantantes, literatas y viudas, a menudo erótico, celoso y posesivo. Un cazador cazado por la Pardo Bazán que le llamó Miquiño mío, ambos se gozaron, escondieron, engañaron y respetaron con ardor, infidelidad y clandestinidad. Acabó padre soltero.

Como historiador vivió la historia y la narró en los Episodios Nacionales y las novelas contemporáneas con muchos rasgos de actualidad. Todas las series de los Episodios son populares, la primera fue más clásica, la segunda radical, socialista y anarquista, las últimas mostraron ya un amargo escepticismo regeneracionista y a veces anarquista. Siempre se distanció de los historiadores clásicos, como Modesto Lafuente o Cánovas.

Puso al pueblo en medio de las dos desgarradas Españas: Trafalgar, Independencia, revoluciones, caciquismo, guerras carlistas y coloniales. No resaltó héroes eminentes ni grandes hechos épicos. Escogió a personajes pícaros del pueblo, gente corriente como Gabriel Araceli, Alonso o Marcial, como salvadores de la patria dividida. Recogió su memoria desde abajo. Hoy lo llamaríamos microhistoria, porque vio los hechos desde la mirada interior de un ciudadano vulgar. Hizo historia oral y pisó el terreno de los hechos. Hasta mostró un cierto giro lingüístico al usar el lenguaje popular como mensaje histórico.

Aunque no era marxista, su historia manejaba la dialéctica, porque se metía en todos los conflictos posibles: clerical, monárquico, feminista, elitista, nobiliario, benéfico. Utilizó incluso el recurso de los escándalos, el anticlerical con Electra en 1901 y el político con Casandra en 1910. Galdós ha convertido al pueblo en un personaje colectivo, un sujeto con vida propia, hace un relato grupal que convence de que lo sucedido es cosa de todos.

Se atrevió a hacer presentismo, porque interpretó el presente desde el pasado y repensó la actualidad desde la historia. Incluso lo hizo con su familia, vio Trafalgar con la mirada de su padre militar, vislumbró a su autoritaria madre bajo Doña Perfecta para criticar el caciquismo. Incluso su misma persona participó en eventos de la historia del XIX, como la Fontana de Oro, San Gil, la noche de San Daniel o la Gloriosa del 68.

Se proyectó en personajes míticos relacionados con la historia. Lo hizo con Tito Liviano, para desdoblarse a sí mismo como narrador ubicuo. Pero, sobre todo, inventó a Mariclío, como si fuera otra amante, una ninfa femenina que representaba coloquialmente la historia del pueblo. Trató de alejar así al viejo mito de la musa Clío y recrearlo bajo un nombre tan populachero como Mariclío. Así quiso encarnar la historia en una mujer de barrio, envuelta en griterío de calle, que ve la gente cotidiana, palpa vulgarmente sus pasiones, conflictos y bondades.

Galdós anticipó la primera historia social española, abrió en canal a la sociedad, mostró sus carencias al tiempo que subrayaba su dignidad, tolerancia y empeño por pacificar su patria. No historió las instituciones, Iglesia, Corona, Parlamento, Academia, ejército o partido, porque él creyó que sólo controlaban al pueblo. No le interesó la historia tradicional de reyes, nobles, clérigos y militares, sino que narró en novelas la historia del pueblo madrileño. Necesitábamos que otro Galdós nos hubiera contado hoy el 11M de la Puerta del Sol.

 

El original fue publicado en La Sombra del Ciprés de El Norte de Castilla del 

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.