Recordamos el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, condesa rebelde, primera escritora profesional y madre del naturalismo en España. Vivió de forma transversal los hondos debates de fines del XIX y principios del XX, que aún en parte nos agitan hoy. La biografía de Isabel Burdiel nos permite conocerlos a fondo.
A pesar de ser excelente novelista, periodista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora, catedrática y presidenta literaria del Ateneo, se obstruyó su entrada en la Real Academia. Se enriqueció con personajes divergentes: Clarín, Menéndez Pelayo, Galdós, De los Ríos, Campoamor, Castelar, Pi i Margall, Cánovas y Canalejas. Escribieron panegíricos Juan Valera, Carmen de Burgos, Ortega Munilla, Unamuno, D`Ors, Álvaro Alcalá Galiano, Oller y Blasco Ibáñez.
Muchos popes patriarcales la despreciaron con chismes machistas y la acusaron de plagio y difusión de literatura francesa erótica y atea. Carlistas la llamaron traidora y liberales beata. Un ácido enemigo fue Tomás Murgía, conflictivo director del Archivo de Simancas (1868), galleguista pionero y esposo de Rosalía de Castro, que la llamó gallega traidora por apoyar el nacionalismo español.
Se enriqueció con varias ideologías, desencantada del liberalismo de su padre diputado, apoyó en su juventud al carlismo, maduró con la Restauración monárquica y buscó la renovación intelectual del krausismo de Giner y la Institución Libre de Enseñanza. Desde 1914, preocupada por la patria en peligro, superó el impacto de la Gran Guerra, el agitado trienio bolchevique, la gripe del 19 y el deterioro de la Corona.
Como nosotros, vivió apasionantes crisis culturales, religiosas, políticas, sociales y epidémicas. Y logró tender puentes entre dos orillas, fue aristócrata y rebelde, gallega y españolista, carlista e independiente, católica y de libre moral, esposa y amante, condesa y feminista en la vida y la escritura. Su naturalismo narró lenguajes, personajes y ambientes de la Galicia rural, más vaciada que hoy, pero no como una arcadia campestre de Pereda, sino como una esforzada síntesis de campo/ciudad, naturaleza/sociedad y virtud/libertad.
En religión fue tolerante y no fanática. Vivió un cristianismo no atormentado, era un fondo espiritual de consuelo, paz interior y goce estético. No creyó en una moral cerrada, confió en la responsabilidad individual libre y algo heterodoxa. A pesar de su alcurnia, rompió su familia tradicional y se emancipó del padre y del marido. Fue libertina y erótica en el amor. Asfixiada en La Coruña, escapó a Alemania para pasear por la calle los amores de su Miquiño (Galdós). En su carnal correspondencia decía: Te echaré mi cuerpote encima, le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas. Porque en eso de la moral, tú y yo vamos para nihilistas.
Puso nombre carlista a dos de sus tres hijos. Jaime, tradicionalista y capitán de Caballería, fue fusilado por la FAI en 1936. Cavalcanti, el esposo de su hija Blanca, fue diputado y militar amigo de Primo de Rivera. Ambos se implicaron en el golpe de 1923, incluso el yerno compuso el Directorio y apoyó la rebelión de 1936. La pugna política persigue hoy a su pazo, zarandeado entre la dictadura y la democracia.
Como novelista atacó lo romántico y trajo la vanguardia naturalista a España, siguiendo a Zola y Daudet. La combinó con el realismo cervantino y de la picaresca para crear su peculiar realismo nacional. Un método de observación con el que, en sus novelas, hizo denuncia social y política y defendió los valores católicos de la identidad española.
Entendió la novela como un género popular y de clase media, la ambientó en contextos históricos, regionales y nacionales y desde ellos censuró la sociedad dominante. Publicó en La Época de 1882 La cuestión palpitante, capítulos llenos de realismo, naturalismo y crítica religiosa. En La Tribuna describió el lenguaje y la vida de las cigarreras de La Coruña. Eran republicanas y federalistas, pero, sin ser socialista, las valoró como proletarias femeninas con valores cristianos. En Los pazos de Ulloa denunció la decadente oligarquía terrateniente, la nobleza degradada, la simpleza del clero rural y la patética ruina del campo gallego. En los años noventa escribió más en clave espiritualista y simbolista quinientos cuentos y relatos. Editó libros de viajes y gastronomía, creó una revista social y política, trabajó en una historia de la mística española y un estudio sobre filósofas y teólogas.
Escribió su San Francisco, sobre el santo reformador, crítico con la religiosidad ampulosa, amante del pueblo y de la pobreza. Se fijó en su defensa de la libertad de pensamiento y la independencia del espíritu, casi un erasmista anticipado. Y vio en él anticipadas las ideas de la Defensa de las Mujeres de Feijóo, alegato contra la exclusión femenina del saber y de la vida pública. Este feminismo de la Bazán fue inclusivo y armonizador, no nació de una ideología o religión para oponerse a otra, sólo pedía respeto por el derecho fundamental de igualdad entre hombres y mujeres dictado por la naturaleza.
Criticó la doctrina y el modelo católicos de la perfecta casada como servil. Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, ¡qué distinta habría sido mi vida! Gritó que la educación de las españolas era una doma de pasividad, obediencia y sumisión a sus maridos. En sus novelas y ensayos fustigó casamientos por interés y sin amor. Incluso planteó ya en el XIX el sufragio femenino, sabedora de que apoyaría a las derechas.
Defendió en política la identidad española y atacó el separatismo. Rechazó el mito romántico y orientalizante de España, quería europeizarla viajando, porque en Europa –decía- los regionalismos no deterioran como aquí el realismo nacional. Respetó el catalán, no lo atacó como Núñez de Arce; en los momentos conflictivos del Memorial de Greuges de 1886, defendió el español y sólo justificó manejar el catalán por razones de oportunidad y mercado. «Yo prefiero pertenecer a una gran Nación antes que a un estadillo menesteroso, donde andaría manejada por cuatro galopines. ¡Vade retro regionalismo!». En una conferencia pronunciada en Valladolid en 1920 sobre La realidad de la patria, según ABC, mostró este dolor patriótico por el separatismo.
Debemos enriquecernos en las crisis profundas con espíritu conciliador y de consenso. Las caras del diamante en bruto de la Pardo Bazán nos enseñan que la diversidad es rica y que la polarización y el frentismo que padecemos es estéril.
Editado en La Sombra del Ciprés de El Norte de Castilla del viernes, 2 de marzo de 2021