Pedro Carasa. Historiador
«La península Ibérica, corredor de pueblos y culturas, ha padecido heridas en su memoria por las conquistas romana, bárbara, musulmana y por la reconquista cristiana y expulsión de moros y judíos»
Dice un proverbio africano que si los leones fueran historiadores, su historia no ensalzaría a los cazadores. En efecto, los vencedores relatan la memoria y luego los vencidos la revisan. Todos los poderes buscan favorecer los valores de sus programas o ideologías personalizándolos en personajes, hechos y lugares de memoria. Sus relatos suelen caer en el anacronismo de valorar situaciones pasadas con significados propios del presente. Con razón y sin ella, se acusan de racismo, esclavismo, colonialismo, invasión, imperialismo, genocidio, persecución de culturas indígenas o destrucción de patrimonio. Incluso estatuas de fundadores, descubridores, militares o libertadores, tenidos por héroes, acaban decapitadas por invasores o traidores.
Son habituales hondos traumas de memoria en países y territorios que padecieron guerra civil, dictadura, nazismo, fascismo, genocidio, represión, conquista colonial o invasión. En ellos la memoria política suele ser agredida o desfigurada cuando los poderes antagonistas la restauran y recuperan según sus propios valores. Dejaron graves heridas en la memoria la guerra de secesión, el esclavismo, el racismo y Vietnam en Estados Unidos, el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia, el conflicto argelino en Francia, la Comisión de la Verdad en Argentina o la represión de Pinochet en Chile.
En universidades y gobiernos latinoamericanos se ha generalizado una reacción a veces agresiva de historia indígena, que rechaza los tradicionales cantos al Descubrimiento y los condena como violentos actos de racismo, apropiación y destrucción de valiosas culturas. En países de gran presencia indígena como Perú, México y Bolivia, han derribado estatuas de Colón, Cortés, Junípero Serra e Isabel la Católica. Semejantes revisiones nativas han surgido en Filipinas, Cuba, Argentina y Chile. Obrador ha exigido a España pedir perdón porque con su conquista esquilmó la cultura azteca y mexica y celebra los doscientos años de la fundación de México cuando se independiza.
La península Ibérica, corredor de pueblos y culturas, ha padecido heridas en su memoria por las conquistas romana, bárbara, musulmana y por la reconquista cristiana y expulsión de moros y judíos. Ha sufrido la leyenda negra construida por Flandes contra el Imperio español y las acusaciones de los territorios dominados donde no se ponía el sol. Luego experimentó el drama físico y afectivo de la invasión napoleónica y la francesada, el 98 se dolió de la pérdida americana y hoy está abierta la herida de la historia colonial española en África.
Los poderes españoles difundieron y enseñaron su otra memoria política en la calle, las leyes y las enciclopedias escolares. Cantaron la heroicidad de la resistencia numantina, exaltaron la reconquista de los Reyes Católicos y loaron el Descubrimiento como una gran gesta universal política, territorial, económica, lingüística y religiosa. Mitificaron a Hernán Cortés por su hazaña sobre el imperio azteca, llamaron Felipinas o Filipinas a las islas en reconocimiento a Felipe II y encumbraron al duque de Alba, que temían como coco nocturno los niños flamencos.
Los poderes han difundido sus memorias políticas con centenarios, exposiciones y congresos, propaganda en los periódicos y docencia en las escuelas. Los masones y radicales se apropiaron de los Comuneros en 1821 y 1868, Cánovas usó la historia de la monarquía para restaurarla, el cuarto centenario de 1892 exaltó la gesta gloriosa del Descubrimiento, el poder conservador en 1926 y 1958 mezcló la Fiesta de la Hispanidad, el Día de la Raza y la Fiesta Nacional de España bajo el símbolo de Colón descubridor.
«Evitar las heridas y los halagos en las Memorias es necesario para posibilitar la reconciliación de esta sociedad»
La celebración de 1992 fue un derroche envuelto en el brillante papel olímpico. Exhibimos orgullosos el V Centenario con rasgos que algunos han calificado de racistas y paternalistas al cantar a la Madre Patria ante sus hijas americanas. El año de la victoria electoral socialista relucieron Exposición Universal, Juegos, Capitalidad Europea de la Cultura y Descubrimiento de América, y el PP añadió el Tratado de Tordesillas. Además, los poderes de la Transición promovieron conmemoraciones monárquicas, para potenciar al rey como símbolo unificador y legitimador de la conquista de la democracia. Vistosas exposiciones, congresos, series televisivas y lujosas publicaciones celebraron el centenario de Carlos III, la muerte de Felipe II, de Isabel la Católica, de Isabel II y la proclamación de Alfonso XIII, para consolidar la monarquía en la sociedad española.
Heridas muy hondas han causado en la memoria española la guerra civil y la dictadura franquista. Miles de perseguidos y fusilados yacen indignamente en cunetas y fosas. Tratan de curarla las asociaciones de Recuperación de la Memoria Histórica al darles identidad y sepultura, las leyes de Memoria Histórica de 2007 y de Memoria Democrática de 2021 al reconocer sus derechos y eliminar símbolos franquistas y el Centro Documental de la Memoria Histórica al conservar sus testimonios.
Ahondamos en las heridas de la memoria política cuando los indignados del 11-M y el procés independentista catalán aborrecen la monarquía, critican el régimen elitista de la Transición, condenan la casta corrupta de las élites, descalifican la representación, creen ilegítima la ocupación de la jefatura del Estado por el rey, censuran el papel colonial en América y Marruecos y niegan la unidad nacional de España.
Por su parte, los historiadores profesionales en su entorno académico investigan y enseñan la historia reglada por las normas académicas de la comunidad científica y los métodos de las ciencias sociales. Aunque debería mantenerse al margen de la memoria política, la historia suele ser a menudo herida por los poderes que imponen temas de investigación e incentivan currículos docentes afines a los objetivos del poder autonómico.
Este mosaico de memorias políticas, institucionales, territoriales, familiares y personales, aportan materiales y reflexiones ricas y complementarias sobre el pasado, pero en una sociedad como la española, sensible al miedo a la guerra, deben hacerse sin frentismo, iconoclastia, sectarismo, venganza generacional, pensamiento único o búsqueda de poder. Evitar las heridas y los halagos en las Memorias es necesario para posibilitar la reconciliación de esta sociedad, el pacto político en defensa de los bienes comunes, la superación de las crisis priorizando a los vulnerables y la apertura de un diálogo por la igualdad y la solidaridad.
Publicado en El Norte de Castilla el 5 de diciembre de 2021