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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

Pensar el Poder

Se define el poder como la posibilidad de influir en otras personas. Lo llamamos autoridad cuando lo percibimos como legítimo. Es tan viejo como el hombre, porque la orden es anterior al lenguaje. Es de todos, porque ha nacido de un pacto social que hay que cumplir. Desfila por esta Pasarela porque es su protagonista.

Lo han negado los anarquistas, pero todos los científicos sociales lo han analizado, filósofos, sociólogos, antropólogos, economistas, juristas, politólogos … Con esas ideas los historiadores han elaborado métodos para investigarlo. Han destacado tres interpretaciones: la positivista, la materialista y la socio-cultural. El positivismo lo describió como un hecho objetivo de reyes, hechos y batallas, generalmente vencedores y amigos de la causa del redactor. Luego el materialismo histórico dio una explicación económica excluyente. Hoy domina una interpretación más abierta, que se centra en lo social, cultural, antropológico, clientelar e interactivo, para descubrir cómo dialoga, arraiga y se retroalimenta en la sociedad.

Los historiadores son bifrontes como Jano, tienen una cara anciana que mira atrás y otra joven que mira al frente para adaptar su reflexión sobre el pasado a los problemas del presente. Me ha ocurrido a mí,  he cambiado la interpretación del poder al ritmo que España se transformaba, lograba la democracia y atravesaba crisis económicas y sanitarias, populismos políticos, mareas sociales y retos independentistas.

Aprendí en la escuela la versión positivista y franquista del poder. Luego en la Universidad investigué sus dos perspectivas históricas, la del pobre que lo padece y la del rico que lo gestiona. Ahora la experiencia de historiador y articulista divulgador me permite comparar la historia con la tensa realidad política que nos inquieta.

En la Transición analicé con el método materialista la relación de la burguesía con el pauperismo para neutralizar su amenaza contra el sistema liberal. Usó la beneficencia para proteger intereses y valores (orden, propiedad, trabajo, familia) y crear servicios municipales de la ciudad burguesa (sanidad, enseñanza, higiene, limpieza). Fue un avance importante investigar la pobreza desde la sociedad civil y los intereses económicos, pues antes se había explicado desde la religión y la caridad. Pero pronto reparé en que así no había llegado a conocer la lacerante necesidad de su sociedad, porque el foco puesto sobre el control burgués me había ocultado la vida de los pobres. Cambié de método para conocerla desde dentro y desvelar la ficción burguesa que primero los empobrecía y luego los asistía.

Desde 1990, con un admirable equipo de investigación de las universidades de la región, aplicamos el nuevo concepto sociocultural (prosopografía) al poder de las élites. Redactamos casi dos mil biografías de parlamentarios de Castilla la Vieja y León y de alcaldes urbanos de 1810-1923. Indagamos sus personas, familias, patrimonios, finanzas, profesiones, cargos, títulos, estudios, publicaciones y vida social.

Con tantos datos biográficos de diputados, senadores y alcaldes descubrimos interesantes matices del poder parlamentario español y de la sociedad castellana que los votó: Sagas parlamentarias, argamasa familiar, clanes parentales, estrategias matrimoniales, escaños heredados, redes, clientelas, patronazgo, caciquismo, localismo, provincialismo, escaso regionalismo, clubs de opinión, partidos políticos, líderes personalistas, amigos políticos, disidencias internas, cargos públicos, bufetes, cátedras, círculos de amistad y vecindad, medianos propietarios, relevantes empresas harineras, eléctricas, ferroviarias y mineras, bancos en quiebra y recuperación …

Ver así el poder, como un diálogo entre élites y sociedad, explica mejor la realidad histórica que la visión clásica del poderoso opresor y explotador desde arriba, porque lo mira desde abajo, sabe que está construido con lealtad, obediencia y pacto, y que al tiempo es agitado por el motor social que lo estimula, reclama y resiste. La sociedad exigió al poder responder a sus demandas, generó más participación de la que se ha dicho, levantó motines, votó más liberal que conservador, movilizó juntas radicales y revolucionarias y se excedió con semanas trágicas contra el militarismo y el clericalismo. También en Castilla la crítica, la rebelión, la protesta y la oposición construyeron la otra cara del poder.

Para explicar esta historia a un niño serviría el símil del poder como un árbol vivo con raíces sociales, savia de votos e intereses, tronco de leña económica, hojas (algunas caducas) políticas, flores culturales, frutos de servicios de bienestar, semillas de valores y convivencia, pero también con ataques de incendios, pulgones, sequías y talas.

La historia nos recuerda que el poder se nutre de la sociedad. Los políticos que criticamos han obtenido el poder de nuestros votos, los hemos preferido porque creíamos que iban a favorecer nuestros intereses y valores, por tanto son los representantes que nos merecemos. La cultura política democrática obliga a valorar y reconocer las personas e instituciones que nos gobiernan, porque su gestión es legítima y constitucional. No son nuestros enemigos, tienen la dignidad de ser servidores públicos y la misión de proteger los derechos e intereses comunes. Los corruptos que quiebran la ejemplaridad del poder merecen desprecio social, castigo electoral y pena judicial.

La historia enseña que el poder es un diálogo entre políticos y ciudadanos que exige lealtad mutua para asegurar la democracia.

 

El original se editó en papel en El Norte de Castilla del domingo, 26 de marzo de 2023. Desafortunadamente una errata en el título escribió Élites, cuando debió titularse Pensar el Poder. En la versión digital se corrigió pronto, y apareció el título correcto de Pensar el Poder.

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.