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Pedro Carasa

El Mirador de Clío

La Memoria de los Comuneros ¿reforzó nuestra identidad regional?

Los poderes suelen controlar el relato del pasado y regular su memoria para potenciar sus valores. Tiñeron la memoria de los Comuneros con la cultura de cada conmemoración y a veces les aplicaron valores impropios del siglo XVI.

Se excedieron algunos centenarios al definirles con virtudes futuras y conceptos anacrónicos: Revolución burguesa, democracia, regionalismo, castellanismo, nacionalismo, soberanismo, republicanismo, feminismo.

Los Austrias del I centenario de 1621 condenaron la rebelión. Los Borbones de 1721 olvidaron II centenario del levantamiento.

En el III centenario de 1821 los liberales, el Empecinado y la masonería llamaron comunero y carbonario al primer movimiento de la libertad contra la monarquía, exaltaron a los Comuneros como precursores liberales y mártires del absolutismo. La generación de 1868 volvió a tildarlos de revolucionarios republicanos, izó la bandera con el morado del pendón, redactó el pacto federal castellano de 1869 y los agitó en la insurrección cantonalista de 1873. En cambio, Ganivet y Menéndez Pelayo de la generación del 98 y Marañón del 14 los demonizaron, bien decapitados por rebeldes al rey.

El IV centenario de 1921, en pleno movimiento regionalista, volvió a tintarles de castellanistas y autonomistas y ubicó en Villalar el Santo Grial castellano. Corominas los creyó precursores de las revoluciones inglesa y francesa y descubrió la soberanía popular en el mensaje de la junta comunera al emperador. La II República volvió a simbolizarlos en su bandera como republicanos y autonomistas. Un batallón republicano de la guerra civil se llamó Comuneros.

       El florido pensil recuerda que la dictadura franquista condenó las Comunidades por tradicionalistas y reaccionarias. Pemán los llamó politicastros como los nacionalistas periféricos, incapaces de admirar el sublime destino imperial desde el campanario de su aldea.

Maravall en 1960 consideró a las Comunidades el primer movimiento revolucionario de la Europa moderna. Y en 1977 el hispanista Joseph Pérez editó el excelente libro La revolución de las comunidades de Castilla (1520-1521).

En 1972 se fundó la librería Villalar, homenaje a las libertades castellanas y sede del movimiento antifranquista. Presentó el poema Los Comuneros de López Álvarez que cantó el Nuevo Mester de Juglaría como himno autonómico.

En esa década la izquierda, el Instituto y la Alianza Regional se movilizaron en Villalar. Varios marxistas aplicaron a las Comunidades el concepto materialista de revolución burguesa del XIX.

En 1983 el Estatuto fijó la fiesta regional del 23 de abril de las Comunidades en el escenario de Villalar. Todos los partidos, sin la ultraderecha, acudieron a su campa. En 2003 las Cortes crearon la Fundación Villalar y fijaron en la villa comunera el depósito de los símbolos regionales. Los Indignados y mareas populistas de las crisis inmobiliaria y epidémica los exaltaron como demócratas. El feminismo cantó a las mujeres comuneras como precursoras de la igualdad.

Pero la memoria de los Comuneros hoy se aleja. No ha reforzado la identidad de Castilla y León. Sus Cortes desmontaron la Fundación Villalar en 2020. El año epidémico de 2021 confinó a los Comuneros sin celebrar el V centenario. Los 150 documentos, pinturas, esculturas, tapices, enseñas y vestimentas de la exposición Comuneros: 500 años apenas reflejaron sus memorias. Algunas provincias prefieren cambiar la campa festiva. León quiere separar la fiesta regional, una castellana en Villalar y otra leonesa para celebrar el 18 de abril en el claustro de San Isidoro la formación del primer parlamento en 1188. Hablan de Lexit para separarse.

Aconsejamos la historia de Joseph Pérez. Se basa en testimonios de reuniones sinceras con la reina Juana en Tordesillas, intervenciones voceadas en la junta comunera, cartas personales y familiares, declaraciones airadas y negociaciones tensas con villas no rebeldes y pactos valientes en concejos. Descubre la mente comunera revuelta contra la gestión imperial germánica y flamenca de Carlos V. Les aplica valores propios del XVI: Humanismo renacentista, concejos abiertos, lanas y mercados castellanos, lengua propia, impuestos malgastados, respeto a las villas mercantiles de Tordesillas, Villalón, Segovia, Toledo, Zamora, Medina del Campo y a la corte de Valladolid.

Incluye levantamiento antiseñorial, movimiento antifiscal, mala cosecha y crisis de subsistencia, defensa de intereses y productos comerciales castellanos sometidos al beneficio flamenco, tensión gremial interior entre centros laneros castellanos, lamento por la inversión de impuestos castellanos en alejados conflictos y guerras imperiales, sumisión del monarca castellano Carlos I bajo Carlos V emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, peticiones de servicios a las Cortes para viajar a Flandes, negativa actitud imperial de la alta nobleza y territorios periféricos castellanos, queja por no usar la lengua castellana dentro de la corte, disgusto por el irenismo carolino ante la agresión luterana a la religiosidad católica sentida en Castilla como relata El Hereje de Delibes, protesta por la entrada de la élite flamenca en la corte castellana.

A los humanistas cristianos del siglo XVI no podemos llamarles barrocos del XVII, racionalistas del XVIII, liberales o republicanos del XIX, regionalistas castellanos, fascistas o comunistas del XX, nacionalistas, feministas o populistas del siglo XXI. Vale la hipótesis de que los comuneros habrían vivido esos valores más tarde, pero no en 1521. Sus memorias conmemorativas ni han alimentado la misma identidad regional, ni han reflejado la historia del siglo XVI.

 

 

El original se publicó el domingo 21 de abril de 2024 en la edición de El Norte de Castilla y en su versión on line.

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Sobre el autor

El Mirador de Clío está redactado por Pedro Carasa, un historiador que tratará de observar el presente desde la historia. Se evoca a Clío porque es la musa griega de la historia y de la poesía heroica, hija de Zeus y Mnemósine, personificación de la memoria. El nombre de mirador indica que la historia es una atalaya desde la que proyecta sus ojos el historiador, como un busto bifronte de Jano, que contempla con su doble mirada el pasado desde el presente y el presente desde el pasado.