En el Carnaval de 2011 escribí ¡Indignaos! en el encerado de la clase de 4º de Historia de España en la Facultad de Letras para despertar a los estudiantes con el estimulante libro de Stéphane Hessel. A los dos meses, el 15 de mayo de 2011, los Indignados acamparon en la Puerta del Sol y en varias plazas españolas.
Tras la primavera árabe y después de la crisis de 2008, brotaron asambleas espontáneas que gritaban valores de una nueva era política. Criticaron casi todo: Democracia liberal, modelo electoral, casta corrupta, bipartidismo del PPSOE, puertas giratorias, privilegios fiscales de los ricos, rescates bancarios, instituciones alejadas de la gente, Corona dinástica, recortes sanitarios, educación elitista, precariedad de las pensiones, abandono de mayores y dependientes. Se llamó Spanish Revolution porque difundió hondos mensajes de regeneración democrática, participación real, representación directa, trasparencia política, aspiración republicana y relación intergeneracional. Incluso abjuraron del régimen de la Transición por ser un pacto entre la casta y la banca.
La gente común protagonizó nuevos movimientos sociales, nutrió la multicolor marea sanitaria, educativa, ecológica, feminista, pacifista, inmigrante, antidesahucio y laica. Se presentaron como apartidistas, asindicales, horizontales, transversales e inclusivos. Gritaron ¡Democracia Real Ya!, ¡No nos representan! ¡Desahucios no! Su caldo de cultivo indignado generó reacciones radicales y plataformas municipales en Cádiz, Madrid, La Coruña, Barcelona o Valladolid. Surgieron Vox en 2013, Podemos en 2014, En Comú en 2015, Más Madrid en 2018, de manera que en 2019 eran tantas las formaciones políticas que refractaron el arco parlamentario en 20 actores divergentes.
Fue un joven movimiento regenerador que oxigenó la cultura política de la gente corriente. Nunca como entonces se metieron en política los jóvenes acompañados de yayoflautas. La democracia dejaba de ser un relato alejado en el papel y comprometía nuestra propia vida en la calle, animados por coletas, rastas y mochilas en los escaños. En 2016 Demoscopia afirmaba que el 78% de los españoles apoyaban a los Indignados y sólo el 4% los rechazaban.
Algunos intelectuales han criticado que los Indignados se redujeran a meras pancartas y debates abstractos, sin conectar con la peor realidad social de obreros y excluidos. Hay sociólogos y politólogos que los consideran una generación perdida por abandonar sus valores cuando entraron en las instituciones. Hay quien los ha llamado adanistas por creerse la única voz del pueblo y reducirlo todo a populismo radical.
Suele imputarse a sus herederos haber generado una fragmentación política que limitó la actividad parlamentaria, hizo broncos y callejeros los debates y propició la intromisión o falta de respeto entre los tres poderes del Estado. Algunos dejaron un poso antisistema de desprecio institucional, de baja confianza en la justicia, de escasa valoración de la Constitución y de desobediencia civil. Los no nacionalistas los acusan de abonar el procés independentista catalán y dar al soberanismo periférico un papel de rentable bisagra que debilitó al Estado con repetidas elecciones, censuras, investiduras y deterioro de su imagen exterior. Esa debilidad dificultó una política social capaz de reparar las consecuencias de las crisis.
Ahora, cuando se cumplen diez años de aquella primavera indignada que nos removió, en la misma Puerta del Sol, acabamos de oír en la campaña electoral voces crispadas de frente popular, fascismo, comunismo, insultos, mentiras, bulos y amenazas. Tal vez sólo sean desahogos de la fatiga pandémica, pero han falseado la calidad democrática de la sociedad española, que no es fascista, frentista, guerracivilista, comunista, violenta ni amenazadora.
Cada fuerza política ha interpretado los resultados electorales del 4M a su manera, el PP habla de cambio de ciclo y el PSOE de mero voto puntual. Dicen que ha triunfado una anarquista de derechas, vestal del fuego de la libertad, madrileña españolista, post-regionalista castiza, populista de taberna, consumista, que antepone la economía a la sanidad, reductora de servicios públicos. Como la libertad guiando al pueblo, ha estimulado libres movidas de cañas en terrazas y restaurantes, ha condenado los recortes de derechos fundamentales en la pandemia y criticado la subida de impuestos. Se ha tildado su concepto de libertad de campechano, simple y adaptado al negocio neoliberal. Otros, por el contrario, hablan de una nueva derecha valiente y estratégica, que ha encontrado un resorte electoral muy eficaz en la pancarta de una sociedad alegre y abierta.
La década entre el 15M y el 4M ha comenzado y acabado con dos profundas crisis, la económica de 2008 y la pandémica de 2020. Todos podemos hacernos algunas preguntas sobre su resultado. Seguro que cada facción política las contestará a su conveniencia.
¿Indican las últimas elecciones que las dos crisis han planteado más problemas que soluciones? ¿Ha borrado la victoria popular del 4M todo el legado inmaterial de aquella revolución española? ¿Se han diluido ya los mensajes de los Indignados? ¿Se aleja cada vez más la sociedad de la exigencia de aquellas mareas populares y formaciones políticas? ¿Conviene al PSOE volver a su camino socialdemócrata y dejar de girar en torno a Podemos? ¿Necesitan los políticos alejarse del radicalismo? ¿Palidece el populismo de la izquierda? ¿Nace ahora otro en la derecha? ¿Por qué se oponen tanto los votos catalanes y madrileños? ¿Se encoge el independentismo enrocado en su conflicto interno? ¿Hay que dejarle actuar de voraz bisagra que tanto le renta? ¿Se recupera el bipartidismo? ¿La transversalidad y el centro han interesado a las dos grandes ideologías? ¿Deja de ser el centrismo el espacio de un partido concreto para ser una actitud moderada de las formaciones dominantes? ¿Vuelve la juventud a agitar la política, incluida la derecha? ¿Lideran las mujeres jóvenes ahora mismo la renovación política en España? ¿Se fortalece, como en Europa, el proyecto verde y feminista, ahora débil en el parlamento español? ¿El fin de la alarma provocará una 5ª ola?
Las crisis han movido el suelo bajo nuestros pies y nos obligan a cada uno a responder a esos retos inquietantes. Para eso sirven las crisis, para obligarnos a todos y cada uno a construir responsablemente un futuro político mejor.
Editado en El Norte de Castilla del 13 de mayo de 2021