El espectáculo de un Carnaval vacío
Pedro Carasa
Carnaval, carnal, carnestolendas significan que la carne debe ser eliminada (símbolo del pecado), mientras el entierro de la sardina propone acabar con el pecado y volver al pescado (símbolo de la abstinencia). Es el ritual más viejo, hondo y universal de occidente que trasciende religiones, espacios, poderes y culturas, porque visualiza los impulsos humanos más hondos. Hoy está reducido a un rentable espectáculo.
Nace en ritos celtas agrarios, de fertilidad y primavera. Entran aquí hacia el 900 a.C. para purificar a los muertos de espíritus malignos con calabazas anteriores al Halloween. Celebran el fin del invierno (muerte) y el inicio de la primavera (vida), etapa básica del tiempo vegetal, animal, humano y religioso. Contienen leyendas del guía sagrado en caballo blanco (cristianizado en Santiago), la luz que alumbra y purifica (las Candelas), la quema de víctimas expiatorias (Judas,Peropalo, Colacho, Fallas), el canto a la fertilidad de la tierra, el ganado y los hombres (Pascua).
Se incorporan danzas egipcias de igualdad social. Los griegos aportan el barco con ruedas (carrus navalis). Para Caro Baroja son decisivas las fiestas romanas, saturnales (dios de la sementera), bacanales (dios del vino), lupercales (dios de la fecundidad) y matronales. En las saturnales se libera a esclavos, servidos por sus dueños, que sacrifican un rey bufo y se exceden en placeres, sin tribunales, escuelas, guerra, ni trabajo. De los lupercos, jóvenes embriagados tras las mujeres deseosas de descendencia, arrancan muchas tradiciones castellanas. En el siglo V se cristianizan estas lupercales con la fiesta de San Valentín.
La Iglesia incorpora a su liturgia las celebraciones paganas, abre la Cuaresma el Carnaval como un contrasentido religioso que confirma la regla de la virtud con la excepción del vicio; la infracción ritual es válvula de escape que refuerza el orden y no lo quiebra. Sin la Cuaresma, dice Caro Baroja, no tendría sentido el Carnaval, lo ha conservado.
Las medievales fiestas de locos del Carnaval impulsan a monaguillos a elegir un obispillo, suben a asnos rebuznando al coro de las iglesias, coreados por campesinos, locos y pobres cantando burdas coplas para humillar a los poderosos. A estas fiestas recuerdan los mozos castellanos en pasacalles de Santa Águeda con coplas y alimentos para celebrar grasientas comilonas y copiosas bebidas en el Jueves de todos. Los leoneses del Jueves lardero comen hasta reventar porque luego ayunarán. Celebran el Antruejo o introito de la Cuaresma con máscaras de guirrios, jarrios, zafarrones y jurrus. Proliferan animales domésticos, como el toro (Ciudad Rodrigo), el burro o el gallo. En el Escarrete de Prádanos las mozas matan al gallo. Los locos eligen autoridades burlescas, reyes de animales (San Antón) y alcaldes cómicos, como las Águedas de Zamarramala hacen alcaldesas a las mujeres. Son parecidos el Zangarrón en Sanzoles, los Cucurrumachos en Gredos, la Boda de Carnaval en Toro, el Carnaval del Toro en Ciudad Rodrigo, la Noche Bruja en la Bañeza.
La nobleza del Imperio español lo usa para reforzar sus linajes. Los ilustrados generalizan bailes de pelucas y sátiras, hasta que los frena la revolución francesa que prohíbe los disfraces y la mezcla de pueblo y nobleza en la calle.
Larra escribe que en el XIX todo el año es Carnaval. La burguesía urbana liberal exalta sus valores con fiestas ostentosas, crea una imagen alegre y autocomplaciente de la ciudad para darse prestigio. Mientras los radicales lo animan, los conservadores lo limitan. La revolución de 1868 retira las caretas y sólo difunde el irreverente baile del cancán. La I República, proclamada el martes 11 de febrero de 1873, sustituye los Carnavales por estudiantinas de tunantes.
El poder siempre utiliza o persigue el Carnaval. Se condena en el s.XVII, vuelve a prohibirlo Carlos III, lo hacen también los moderados y las dictaduras. En febrero de 1929 se impide salir a la calle con disfraz. En febrero de 1937, antes del miércoles de Ceniza, Franco suspende el Carnaval. El nacionalcatolicismo condena las carnestolendas por irreverentes y sacrílegas. La fórmula más sutil y efectiva para controlar el Carnaval es la cristianización católica que neutraliza sus efectos mentales.
En el primer tercio del s.XX se estimulan comparsas, coros y cuartetos, particularmente las murgas y chirigotas gaditanas, que transmiten bien el viejo espíritu carnavalero de ironía y crítica política. La II República abre la crítica en coplas sobre la reforma agraria que cantan comparsistas anarquistas y anticlericales en el bajo Guadalquivir.
La sociedad actual, movida por el mercado, el espectáculo fácil y el regionalismo, abandona estas raíces y reduce el Carnaval a un vacío folclore de cultura dulzona que pierde la hondura humana de sus raíces. Populistas, antisistema y animalistas no se fijan en su ecológica defensa de la naturaleza, su aspiración de igualdad, su denuncia de corrupción o su aprecio de los animales. Hoy los Carnavales sirven, como otras procesiones, para exhibir vitalidad y prestigio de políticos y ciudades. Los ayuntamientos lo pagan y difunden por televisión como diversión edulcorada para conseguir apoyo electoral. Valladolid rendirá homenaje a Zorrilla, al romanticismo y al Tenorio. El Carnaval hoy no sirve para que el pueblo critique, sino para que el poder ensalce a un egregio lugareño y alimente la autocomplacencia de la ciudad.
Publicado en la edición de papel del 11 de febrero de 2017