El camino contemporáneo de Castilla
Pedro Carasa
Castilla ha andado un rico camino histórico de más de mil años. Su primer trecho medieval y moderno fue ascendente, señalado por tres jalones brillantes: Condado en el siglo IX, Reino en el XI, Imperio en el XVI. El segundo tramo contemporáneo fue descendente y guiado por pasos más modestos: Nación en el XIX, Región en el XX y Comunidad Autónoma desde 1983.
Superó el primitivo Condado con esfuerzo repoblador y de reconquista, que le condujo a convertirse en Reino líder y unificador. Este Reino produjo unas fuerzas políticas y económicas que saltaron los límites peninsulares y encabezaron la conquista americana. Alcanzó su cénit de poder dentro del Imperio de los Austrias en el que impulsó una brillante edad de oro. Sus ciudades comerciales ejercieron un notable liderazgo cultural y económico, que no estuvo exento de sombras de persecución racial y religiosa. A partir del siglo XVII la Corona de Castilla declinó su protagonismo exterior y necesitó las reformas de los ilustrados.
Repasamos hoy el trecho contemporáneo del camino histórico de Castilla la Vieja, subrayando el declive que experimentó y el menor dinamismo que acusó. Desde 1812 sus provincias se incorporaron a la Nación española, pero vivieron con pasividad e incluso con rechazo el liberalismo. Las fuerzas de la sociedad castellana del siglo XIX apenas militaron con radicales, republicanos, federales ni socialistas, conectaron mejor con los carlistas y siguieron a la Iglesia ultramontana. Salvo el breve Reinado de Ceres en Valladolid, basado en tren, trigo y talleres, Castilla la Vieja en el XIX fue agraria, proteccionista y caciquil, a pesar de creerse depositaria del alma y ser de España.
Desde 1900, la Región apenas asimiló la modernización en sus ciudades y tuvo mínimos ejemplos vanguardistas de la edad de plata de la cultura española. Lentamente generó un regionalismo remiso y anticatalán, que perdió la visión romántica de los comuneros, no asumió el mito de Villalar, ni alcanzó una identidad castellana.
En Castilla fracasó el proyecto republicano que no consiguió aprobar su Estatuto en 1936. La izquierda no ganó (salvo en Valladolid) ni una elección entre 1931-36, pero la Iglesia y los agrarios sí que allanaron el camino al rebelde levantamiento franquista. Fue beligerante en el bando nacional, Burgos y Salamanca sirvieron de sedes al vencedor, Valladolid acunó la falange, y la región practicó masivamente el nacionalcatolicismo. La dictadura ahondó en Castilla un falso complejo de superioridad, vació su mundo rural y arruinó sus valores tradicionales en los años 60. Acabó anestesiada y sin capacidad de generar más que una tímida oposición desde movimientos cristianos.
La condición de Comunidad Autónoma colocó a Castilla en 1983 ante un importante reto de progreso, que se malogró por el lastre de unos escasos recursos humanos y culturales, una población emigrada o envejecida, pueriles rivalidades provinciales, una pobre identidad regional y una economía agraria abocada a diluirse en el mercado europeo. La recuperación de Castilla durante la Transición ha sido leve, empujada más por las exportaciones y subvenciones europeas que por su gestión autonómica. La Autonomía estancó a Castilla en la media española, y no ha logrado devolverle el protagonismo económico, social y cultural de antaño.
Este bajo dinamismo regional ha dejado pendientes en su sociedad graves problemas. Los trabajadores del campo están abandonados por el sindicalismo, el mundo rural orientado sólo a la segunda residencia, la cultura tradicional derrumbada, la natalidad bajo mínimos y el envejecimiento galopante, los pueblos dispersos con pocos servicios básicos, las juventudes campesinas y urbanas sin salida, la familia sin protección oficial. La ordenación del territorio no ha solucionado la dispersión, las provincias siguen insolidarias, los políticos castellanos olvidan el imprescindible municipalismo, el patrimonio es explotado sin investigación, los graves problemas del carbón y la reindustrialización siguen en vía muerta.
Unos imputan esta apatía al conservadurismo de la sociedad castellana, alimentado por el poso eclesiástico y agrario. Otros creen que ha sido la insensibilidad de los políticos ante los problemas reales, particularmente la dejación de la izquierda. En la democracia el 90% del poder lo ha gestionado la derecha, en las nueve legislaturas ésta obtuvo el 58,4% y la izquierda el 41,6% de los procuradores. La deserción del socialismo en la Comunidad Autónoma es grave, desde 1983 sólo ganó el PSOE la primera elección autonómica, todas las siguientes fueron derrotas, y la de 2011 bajó del 30%. Izquierda Unida ha desaparecido entre 2003-11.
Han perdido ocho de nueve elecciones porque la oposición política del partido socialista y los sindicatos no han perseguido sus objetivos de igualdad y solidaridad, han tenido líderes débiles y se han acomodado a una oposición inactiva. Han desconectado de los problemas reales, se han fracturado y desorientado ante los populismos emergentes. La desaparición de la izquierda ha formado en Castilla una bolsa de carencias sociales cuyo hueco no puede llenar el populismo radical. La historia del camino contemporáneo de Castilla que hemos recorrido descubre que su sociedad necesita que los valores sociales de la izquierda se estimulen desde el poder.
Original publicado en El Norte de Castilla del 8 de abril de 2017