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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

El bello Dulcineo, la carta y la dueña (capítulo 36)

Ni el historiador Cide Hamete Benengeli ni el propio Cervantes dan importancia al hecho de que Dulcinea del Toboso sea un hombre. 

Nuestros narradores dejan un indicio muy claro en el capítulo anterior cuando antes de pronunciar su larga y poco amable recriminación a Sancho Panza por renunciar sin pensárselo dos veces a azotarse, le dice: 

“Apenas acabó de decir esto Sancho, cuando levantándose en pie la argentada ninfa que junto al espíritu de Merlín venía, quitándose el sutil velo del rostro, le descubrió tal, que a todos pareció más que demasiadamente hermoso; y con un desenfado varonil y con una voz no muy adamada, hablando derechamente con Sancho Panza, dijo:

–¡Oh malaventurado escudero, alma de cántaro, corazón de alcornoque, de entrañas guijeñas y apedernaladas!”, etc. 

Una voz no muy adecuada para una dama y un notable “desenfado varonil”, la cosa estaba clara, a pesar de que su rostro “a todos pareció más que demasiadamente hermoso.” 

El presente capítulo empieza con una aclaración definitiva que los narradores hacen a los lectores: 

“Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea.” 

¡Un paje! Interesante. 

Esto suscita varias preguntas: 

1) Teniendo a su servicio los Señores Duques tantas y tan hermosas doncellas, ¿por qué el mayordomo eligió para el papel de Dulcinea a un joven, de unos años que “al parecer no llegaban a veinte ni bajaban de diez y siete”? La respuesta es que las convenciones sociales y del teatro de la época no permitían actuar a las mujeres. Cervantes pudo haber intentado saltarse esta convención, pero la censura por la que había que pasar en su tiempo para publicar un libro, las Aprobaciones, probablemente no lo hubiese permitido. 2) Bien, pero ¿por qué la edad de esta Dulcinea no llega a los 20 “frisando” la de Don Quijote con los 50 años (Capítulo I de la Primera parte)? ¿Pensaba el hidalgo soltero a su avanzada edad en doncellas cuando pensaba en mujeres? Sí y no, porque ‘en realidad’ no pensaba, o no quería pensar, en mujeres (como pronto nos informarán los narradores en una próxima picante aventura). Sus ‘pensamientos’ en este sentido estaban reservados para una única e imaginaria dama de idealizada belleza. Un tipo de belleza que en correspondencia con el ideal femenino de las Artes y los libros de caballerías solo puede darse a temprana edad. 3) Bueno, ¿pero ni Don Quijote ni Sancho Panza se dieron cuenta de que aquella Dulcinea desencantada por Merlín para la ocasión y devuelta a su supuesto estado natural era un hermoso joven? ¿Y por tanto todo el rimbombante número nocturno montado por Los Duques puro teatro? 

Los narradores, tanto Cide Hamete Benengeli como Cervantes, muy astutamente se callan. Quizá, dándose o sin darse cuenta, se metieron en un problema técnico-narrativo de nada fácil solución. O quizá pensaron que la benevolencia de los lectores perdonaría este pequeño desliz sin importancia. Lo cierto es que ninguno de los dos recoge en la historia comentario alguno al respecto, ni por parte de ellos mismos ni de ningún personaje. ¡Dulcinea es un hermoso paje de varonil desenfado, y pelillos a la mar! 

La Duquesa pregunta al día siguiente a Sancho Panza si ya ha empezado la penitencia de los azotes, y responde que sí, dándose cinco palmadas en la espalda, pues “aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto.” La aristócrata le reprende diciendo que “la letra con sangre entra, y no se ha de dar tan barata la libertad de una tan gran señora como lo es Dulcinea, por tan poco precio.” Después de aceptar Sancho que le proporcione un instrumento o “diciplina” adecuada para azotarse, enseña a la Duquesa una carta dirigida a su mujer para que le diga si está hecha “al modo que deben de escribir los gobernadores.” En esta carta informa a Teresa de su reciente nombramiento como gobernador de una ínsula. 

“–¿Y escribístesla vos? –dijo la duquesa. 

–Ni por pienso –respondió Sancho–, porque yo no sé leer ni escribir, puesto que sé firmar” [‘aunque sé firmar’; nota al pie, n.]. 

 

“CARTA DE SANCHO PANZA A TERESA PANZA SU MUJER

Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba: si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás tú, Teresa mía, por ahora: otra vez lo sabrás. Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres: ¡mira si te roerá nadie los zancajos! Ahí te envío un vestido verde de cazador que me dio mi señora la duquesa; acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quijote mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; tomarele el pulso, y avisarete si has de venir a estar conmigo o no. El rucio está bueno y se te encomienda mucho [‘te manda muchos recuerdos’; n.], y no le pienso dejar aunque me llevaran a ser Gran Turco [‘sultán de Turquía; n.]. La duquesa mi señora te besa mil veces las manos: vuélvele el retorno con dos mil, que no hay cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenos comedimientos. No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos como la de marras, pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él, y si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya se tienen su calongía en la limosna que piden [‘los estropeados y mancos llegaban incluso a enriquecerse con las limosnas, hasta el punto de que algunos lisiaban a sus propios hijos para dejarles «buen patrimonio» (Guzmán de Alfarache); n.]: así que por una vía o por otra tú has de ser rica y de buena ventura. Dios te la dé, como puede, y a mí me guarde para servirte. 

Deste castillo, a veinte de julio 1614.

Tu marido el gobernador 

Sancho Panza” 

 

La Señora Duquesa le corrige de inmediato, aunque luego da por buena la carta sin necesidad de “rasgarla y hacer otra nueva”, como propone Sancho: 

“–En dos cosas anda un poco descaminado el buen gobernador: la una, en decir o dar a entender que este gobierno se le han dado por los azotes que se ha de dar, sabiendo él, que no lo puede negar, que cuando el duque mi señor se le prometió, no se soñaba haber azotes en el mundo; la otra es que se muestra en ella muy codicioso, y no querría que orégano fuese, porque la codicia rompe el saco, y el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada.” 

Sobre el interesante contenido de la carta de Sancho Panza podemos hacer varios comentarios: 1) La Duquesa no tiene razón en lo que dice de los azotes: al principio nadie pide a Sancho que se azote para ser gobernador, esto es cierto, pero en la teatral ‘noche de las carrozas’ tras la montería El Duque le dice que si no acepta azotarse no será gobernador. 2) En cambio, cuando considera que Sancho se muestra “muy codicioso”, estamos de acuerdo en esta apreciación. Que Sancho es socarrón, burlón, pícaro, miedoso, cobarde, ignorante, inculto, corto, paleto, ingenuo, ambicioso, interesado, materialista, mentiroso, egoísta, codicioso y con “ciertos asomos de malicia y bellaquería”, parecen rasgos claros de su ‘perfil de personalidad’ literario. Como también en ocasiones es sincero, noble, leal, sin doblez, empático, afable, generoso, de buen corazón, bienhumorado, ingenioso, agudo, gracioso, listo, con sentido común, bien dispuesto, pacífico y muy afectuoso. Y también rebelde, orgulloso, fiel, aficionado al buen comer y al buen beber, perezoso, cabezota, porfiador y no poco terco y tozudo. El aristotélico ‘pensamiento’ cuerdo de Don Quijote (o por mejor decir, de Alonso Quijano), sus sabias reflexiones al margen de los temas ‘delirantes’, son de mucho mayor nivel y complejidad que las del escudero, pero la ‘personalidad’ de Sancho, por más realista, popular y en conjunto cuerda, es más compleja que la de Don Quijote. 3) Don Quijote es visto en el entorno de Los Duques como “un loco cuerdo y un mentecato gracioso.” La expresión “loco cuerdo” es muy apropiada para el trastorno delirante real, que es el tipo de trastorno psicopatológico que más se asemeja al ‘trastorno mental’ construido por Cervantes de manera literaria para el personaje. La consideración de “mentecato gracioso” es más discutible. La gracia del personaje Don Quijote no procede tanto de sus ‘locuras’, de lo que hace y dice a consecuencia de su peculiar ‘delirio’ de grandeza, llevado de su estado mental “loco”, como de los comentarios irónicos que realiza sobre todo lo que va aconteciendo en sus aventuras. 4) El señor Benengeli no dice a los lectores quién escribe la carta de Sancho, solo sabemos que la dicta y la firma. 5) En una nota al pie de la edición de la RAE se nos informa que la fecha de la carta, “veinte de julio de 1614”, no es coherente con el hecho de que las aventuras de la Segunda parte, según afirman los narradores Cide Hamete Benengeli y Cervantes, empiezan poco después y por supuesto en el mismo año de terminar las de la Primera, en 1605. Bien, esto es cierto, aunque a un narrador tampoco se le puede pedir que esté en todo. ¡Y menos a dos narradores! 

El capítulo termina con la nuevamente muy teatral aparición y entrada en el jardín en que habían comido de un “espantajo prodigioso”, que no era sino “Trifaldín el de la Barba Blanca”, escudero de la “condesa Trifaldi”, también llamada «la dueña Dolorida», acompañado por el triste sonido de dos destemplados tambores y un pífano vestidos de luto hasta los pies, igual que él, notando y viendo todos al retirarse el antifaz que tenía “la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto”, el cual, tras acercarse al Duque con mucha “prosopopeya”, le pidió licencia para poder entrar su ama en aquella “fortaleza o casa de campo”, que esperaba a las puertas y venía buscando al famoso Don Quijote de la Mancha desde un imaginario reino de Oriente, “Candaya”“a pie y sin desayunarse (…) cosa que se puede y debe tener a milagro o a fuerza de encantamento”, invencible caballero al que quería ver con sus propios ojos, contar su cuita y pedir auxilio. 

El Duque intenta burlarse de Don Quijote: 

“–En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo esto porque apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo, cuando ya os vienen a buscar de lueñas y apartadas tierras.” 

Pero Don Quijote le da una respuesta que demuestra la nobleza y el buen corazón de los que Los Señores Duques carecen: 

“–Quisiera yo, señor duque –respondió don Quijote–, que estuviera aquí presente aquel bendito religioso que a la mesa, el otro día, mostró tener tan mal talante y tan mala ojeriza contra los caballeros andantes, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros son necesarios en el mundo: tocara por lo menos con la mano que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas inormes no van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de los sacristanes de las aldeas, ni al caballero que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar, ni al perezoso cortesano que antes busca nuevas para referirlas y contarlas que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriban: el remedio de las cuitas, el socorro de las necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los caballeros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo, y doy por muy bien empleado cualquier desmán y trabajo que en este tan honroso ejercicio pueda sucederme. Venga esta dueña y pida lo que quisiere, que yo le libraré su remedio en la fuerza de mi brazo y en la intrépida resolución de mi animoso espíritu.” 

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(Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza).  

(Quijote, II, 36. RAE, 2015) 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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