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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Reírse de los locos (capítulo 37)

Este capítulo quizá sea el menos interesante y el más breve de la Segunda parte del Quijote. Es un capítulo sin acción y poco contenido narrativo y reflexivo. ¡Aunque la genialidad de Cervantes se nota párrafo a párrafo! Da la impresión de ser un capítulo fallido que don Miguel interrumpió por no tener tiempo para su desarrollo, pero del que ya había escrito lo suficiente como para no desecharlo. Sirve como texto de trámite en el episodio o burla de La Dueña Dolorida, mientras todos esperan que la dama entre en el patio del ‘castillo’ de Los Duques después del sonoro y rimbombante anuncio que de ella hizo en el capítulo anterior su escudero, Trifaldín el de la Barba Blanca. 

Lo único que ocurre en la breve espera es un “coloquio dueñesco” entre los no muy bien avenidos Sancho Panza y doña Rodríguez, que pone de manifiesto la conocida rivalidad de la época entre escuderos y dueñas. Y la mala fama que en general tenían éstas últimas. Dice Sancho: 

“–No querría yo que esta señora dueña pusiese algún tropiezo a la promesa de mi gobierno; porque yo he oído decir a un boticario toledano, que hablaba como un silguero, que donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena. ¡Válame Dios y qué mal estaba con ellas el tal boticario! De lo que yo saco que pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas, o Tres Colas? Que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.” [Posible alusión a la lujuria que solía reprocharse a las dueñas; nota al pie, n.]. 

Doña Rodríguez se defiende razonando la necesidad de su oficio en las “casas principales”, y mejor aún si lo ejercen “dueñas doncellas” en lugar de “dueñas viudas”

“–Y quien a nosotras trasquiló, las tijeras le quedaron en la mano [‘quien trató mal a uno, puede maltratar a otro’; n.].   

–Con todo eso –replicó Sancho–, hay tanto que trasquilar en las dueñas, según mi barbero, cuanto será mejor no menear el arroz, aunque se pegue.” 

Los historiadores, Cide Hamete Benengeli y Cervantes, siguen afirmando al final de este capítulo-entremés que la “aventura” que ahora relatan es “una de las más notables de la historia.” Parecen hacerlo de manera retórica, pero esto no convence ni lo más mínimo a don Miguel de Unamuno, que en su Vida de Don Quijote y Sancho (1905) considera el episodio de La Dueña Dolorida “de lo más burdo y más torpemente tramado que puede darse.” De modo que después de añadir que tan “grosera burla” solo sirve para preparar la del caballo Clavileño, sin pensárselo dos veces don Miguel pasa olímpicamente de hacer más comentarios sobre los nada menos que 4 capítulos que dura la referida ‘famosa y notable aventura’. 

En el siglo XXI a los lectores del Quijote nos resulta casi inevitable plantear la cuestión ética de si reírse de un loco y de un ignorante (siguiendo la corriente al primero y aprovechando la simplona codicia del segundo) es algo legítimo, lícito, adecuado, correcto, o sencillamente, educado. Cualquier ciudadano lector puede sentirse incómodo o molesto con semejante actitud, y más quienes socialmente ejercemos como ayuda profesional de las personas con algún tipo de trastorno mental y nos responsabilizamos de sus tratamientos, los médicos psiquiatras. La respuesta a esta importante cuestión ética hay que entenderla contextualizada en el tiempo histórico. Hoy día, ese comportamiento de descarada burla hacia un loco y un ignorante está psiquiátrica y socialmente reprobado. A un novelista contemporáneo que se le ocurriese escribir una narración con ese tipo de burlas le pondrían de inmediato a caldo en Internet (Twitter, Facebook, Instagram, WhatsApp, etc.) mediante un aluvión de memes (la mayoría por cierto, como ocurre sistemáticamente en las redes sociales, agresivos, groseros, maleducados, y con frecuencia, maliciosos y bellacos a tope). Al supuesto osado escritor le llamarían de todo menos bonito, y su novela probablemente terminaría siendo un fracaso. Cuatro siglos atrás, en los comienzos del siglo XVII, este tipo de burlesco humor dirigido contra cualquier persona, salvo las muy principales, era considerado ‘normal’, tanto entre el pueblo como entre artistas, escritores y las élites (Los Duques no ponen el más mínimo reparo a reírse de un ignorante y de un loco, al contrario, simplemente lo hacen conforme a su riqueza y alto rango). Aunque en esto cabe hacer una matización: que fuese normal no quiere decir que la totalidad del pueblo, de las élites sociales, los artistas y los escritores lo viesen bien, les gustase y lo utilizasen. De hecho, muchos escritores del Siglo de Oro (¡descontando por supuesto en primer lugar al muy mordiente Quevedo!) no lo utilizaron. Y tampoco hace ninguna burla, respetando en todo momento a Sancho y a Don Quijote, el que seguramente es el más auténtico caballero de la historia, muy por encima de Los Duques, don Diego de Miranda, también llamado el Caballero del Verde Gabán. ¡Todo un oasis! Cervantes eligió para su novela el humor basado en las constantes burlas hacia sus dos principales personajes (grandes candidatos por sus peculiares características, es cierto), pero pudo no haberlo elegido. Su época permitía burlarse sin contemplaciones de locos y lugareños ignorantes, y esta circunstancia de algún modo le ‘salva’ de una posible condena ética o moral por parte de los lectores más estrictos en estos sentidos, que todavía quedan. Le ‘salva’ también el otro nivel de su sentido del humor, el nivel superior de la ironía que aplica en el transcurso y desenlace de las burlas. Y la empatía que demuestra con sus personajes principales, sobre todo cuando fracasan. Ante la imposibilidad de poder conversar con él como nos gustaría para que lo explicase, siempre nos quedará la duda de si utilizó tantas burlas (muchas de ellas en verdad maliciosas, bellacas, groseras y muy brutas: propias del mundo, del suyo y del nuestro), por así decirlo, por necesidades del guion, para sintonizar con los gustos y el tipo de sentido del humor predominantes en su tiempo, garantizando de la forma más práctica posible el éxito editorial y la fama literaria (que anhelaba casi tanto como Don Quijote la fama como caballero andante), o si por el contrario él mismo participaba y gustaba también de ese tipo de sentido del humor. O ambas. 

Si Cervantes viviese en este comienzo del siglo XXI, casi con seguridad suprimiría el método y la técnica narrativa de burlas constantes, la estructura burlesca que constituye la médula espinal del Quijote. Y una vez suprimida haría una nueva novela, un Nuevo Quijote de extraordinario ingenio, muy sutil capacidad de observación de la realidad, sabias reflexiones aristotélicas, empatía, grandes momentos emotivos, bellos ideales y utopías, un lenguaje muy fluido, muy elegante, un melodioso musical ritmo de las palabras, y una superior maestría irónica. Suprimida la médula espinal, el córtex cerebral permanecería intacto. Es decir: ¡volvería a escribir otro genial Quijote!

“En estremo se holgaron el duque y la duquesa de ver cuán bien iba respondiendo a su intención don Quijote.”   

Según el DLE (Diccionario de la Lengua Española. Edición del tricentenario, Actualización 2019), de las 7 acepciones de la voz ‘holgar’ cuatro al menos tienen mucho que ver con lo que hacen durante una larga serie de capítulos los Señores Duques:

1. intr. Estar ocioso, no trabajar.

3. intr. alegrarse (‖ recibir o sentir alegría).

5. intr. Sobrar, ser inútil. Huelgan los comentarios.

7. prnl. Divertirse, entretenerse con gusto. 

Y en efecto, en el próximo capítulo seguirán holgándose a placer con Don Quijote y Sancho. 

 

(Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida) 

(Quijote, II, 37. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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