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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Don Quijotísimo (capítulo 38)

En verdad que este asunto de la condesa Trifaldi no da para demasiado. Resulta del todo coherente que don Miguel de Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, 1905) decidiese, después de manifestar su desaprobación sobre esta prosopopéyica y colateral aventura, pasar olímpicamente de hacer comentarios. La interpretación y visión místico-religiosa y de sublime heroísmo que en tal ensayo hace y tiene de Don Quijote convierten en innecesarios, superfluos, estos cuatro capítulos sobre las cuitas de la dueña Dolorida. Menudencias al margen que en un relato heroico sobran por completo. Unamuno no estaba para semejantes bromas ni bromitas.

Conocida la opinión del Rector de la Universidad de Salamanca, dos dudas surgen de inmediato a los lectores sobre el creador de la narración, que se supone la hizo a su completo gusto: 1) ¿Pensaría Cervantes que la burla de la condesa Trifaldi es realmente graciosa? 2) ¿Por esta razón (y en contra de lo que con seguridad hubiese hecho Unamuno) decidió incluirla en la novela?

Difíciles cuestiones. Desde la perspectiva del más puro heroísmo que Unamuno confiere a Don Quijote, los cuatro capítulos de trifaldescas cuitas son para él una “grosera burla”, un episodio “de lo más burdo y más torpemente tramado”, una especie de mancha, tropiezo o error narrativo. Pero si Cervantes decidió publicarlos, hemos de entender que fue porque creía que tienen gracia e interés. Preferimos pensar que no los incluyó en la novela por otro tipo de razones (quizá económicas) a fin de hacer bulto, alargar la historia y que al final terminara sumando los 74 capítulos que tiene la Segunda parte (en vez de los 70 que perfectamente podría haber tenido). Se puede estar de acuerdo con Unamuno en que este episodio hoy día resulta un tanto burdo, torpe y grosero (como por cierto la mayor parte de las burlas del Quijote), pero es bastante más difícil estar de acuerdo en la interpretación de fondo que hace el Rector (algo que exige una enorme cantidad y especial cualidad de fe religiosa y cristiana). Para muchos lectores contemporáneos, creencias aparte, el engaño seguramente tenga poca gracia y sea pomposo y simplón. La genialidad del humor no puede ejercerse de manera continua y sin descanso. Un poco de contraste, alguna sombra, casi siempre viene bien.

La dueña Dolorida entra en escena “a paso de procesión”, acompañada por un “dueñesco escuadrón” de otras doce dueñas con tocas blancas [signo de viudez; nota al pie, n.], vestida ella de negro y con las tres largas puntas de su falda sustentadas por tres pajes, formando así “una vistosa y matemática figura”

“–Por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa «de las Tres Faldas», y así dice Benengeli que fue verdad, y que de su propio apellido se llamó la condesa Lobuna, a causa que se criaban en su condado muchos lobos, y que si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna, por ser costumbre en aquellas partes tomar los señores la denominación de sus nombres de la cosa o cosas en que más sus estados abundan; empero esta condesa, por favorecer la novedad de su falda, dejó el Lobuna y tomó el Trifaldi.”

Y como Dulcinea dos capítulos atrás, con una voz “antes basta y ronca que sutil y delicada” empezó a contar la historia de su, más que cuita, “cuitísima”, en medio de una avalancha de superlativos que remató preguntando por “don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza.”  

“–El Panza –antes que otro respondiese, dijo Sancho– aquí está y el don Quijotísimo asimismo, y, así, podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis, que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.” 

Don Quijote toma la palabra y se presta a ayudarla como es propio de su profesión, aun reconociendo ante todos que sus fuerzas son “flacas y breves”, pero lo que sí solicita, pide, demanda y dice a tan ceremoniosa dueña es esto:  

“–No habéis menester, señora, captar benevolencias, ni buscar preámbulos, sino a la llana y sin rodeos decid vuestros males, que oídos os escuchan que sabrán, si no remediarlos, dolerse dellos.” 

Y Sancho también insiste en que de una vez “desembaúle su cuita”, que mucho se alarga la condesa desde el principio.

En este momento Cervantes escribe: “Reventaban de risa con estas cosas los duques”. ¿En serio? ¿Hemos de creer los lectores que toda esta artificiosa burla hacía muchísima gracia a Los Señores Duques cuando a nosotros, sin caer en el abierto rechazo de Unamuno, solo nos hace alguna? ¿Reventar de risa? ¿Tan pobre sentido del humor tenían los ociosos aristócratas? ¿También reventaba Cervantes de risa con estas cosas? Esperamos que no, aunque si las escribió y publicó por algo será. Preferimos entender que su autoelogio mediante Los Duques es meramente retórico, porque en estos cuatro capítulos resulta evidente que no escribe su mejor episodio de ingenio y humor, sino el peor o uno de los peores.

Arrancada al fin La Dolorida a contar su cuita, el lector comprueba que la cosa va de un embarazo muy serio, no de la propia dueña sino de su pupila, “la infanta Antonomasia”, heredera en algún lejano lugar del Indostán del “famoso reino de Candaya”. La infanta alcanzó una “gran perfección de hermosura” cuando tenía tan solo “14 años”, enamorando “un número infinito de príncipes así naturales como estranjeros” (temprana edad en el siglo XXI para este tipo de consideraciones, pero no en el Siglo de Oro), y era desenvuelta. Y más que la ayudó a desenvolverse la condesa de las Tres Faldas, favoreciendo unos encuentros con el joven caballero “don Clavijo”, que tenía “muchas habilidades y gracias.” 

“–Porque hago saber a vuestras grandezas, si no lo tienen por enojo, que tocaba una guitarra, que la hacía hablar, y más que era poeta y gran bailarín, y sabía hacer una jaula de pájaros, que solamente a hacerlas pudiera ganar la vida, cuando se viera en estrema necesidad.”  

Todos aquellos repetidos hechos y sucesos pudieron encubrirse hasta que los “iba descubriendo a más andar no sé qué hinchazón del vientre de Antonomasia”, lo que cuitó sobremanera a La Dolorida, más aún porque ella antes que la infanta había sucumbido a las muchas coplas, músicas y artes de Don Clavijo, que eran grandes como las de otros tantos poetas, y así “él me aduló el entendimiento y me rindió la voluntad con no sé qué dijes y brincos que me dio”, lo que suele ocurrir cuando los trovadores “alargan más la pluma”, todo lo cual había llevado a la señora condesa a una seria y muy meditada conclusión filosófica (lo que demuestra que esta aventura en el fondo no es tan liviana como parece), la de que por el mal que sin duda puede causar un verso libre… 

“–De las buenas y concertadas repúblicas se habían de desterrar los poetas, como aconsejaba Platón, a lo menos los lascivos, porque escriben unas coplas (…) unas agudezas que a modo de blandas espinas os atraviesan el alma y como rayos os hieren en ella, dejando sano el vestido.”  

En fin, en el próximo capítulo sabremos si las conclusiones filosóficas continúan.

 

Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida (Quijote, II, 38. RAE, 2015)

 

 

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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