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Alfredo Barbero

Ni locos ni cuerdos

Por los pelos (capítulo 39)

Sentimos estropear a Cervantes el dilatado y ceremonioso suspense que utiliza para narrar a lo largo de cuatro capítulos el episodio de la condesa Trifaldi o dueña Dolorida, llegando finalmente a fórmulas de humor e ingenio bastante simplonas. De modo que vamos a empezar por desvelar su final, que es muy amargo, la peor de las cuitas posibles, el mayor secreto de la condesa y sus doce dueñas: ¡las barbas! 

“Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas [‘con mechones blancos’; nota al pie, n.]de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes.” 

Resulta que las cuitas, las “cuitísimas”, y el dolor insuperable de tan dolorida dueña no tenían su motivo principal en el hecho de haber sido seducida por las brincadoras artes de Don Clavijo, ni en que facilitase luego unos encuentros que terminaron en evidente hinchazón y embarazo de la infanta Antonomasia, ni siquiera en que ante la insistencia de la joven en casarse con el caballero bailarín y trovador, su madre, la reina doña Maguncia, falleciese y la enterrasen a los tres días de dar el señor vicario por válido el matrimonio, sino en la venganza del gigante Malambruno, primo hermano de la reina, “que junto con ser cruel era encantador”, y apareciéndose sobre un caballo de madera transformó justo encima de la sepultura a los recién desposados, “a ella convertida en una jimia [‘simia, mona’; n.] de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido” [ambos animales tienen en común el ser demoníacos y símbolos de la simulación; n.], y después sacó su “desmesurado alfanje” para cortar la cabeza a La Trifaldi, pero ante las súplicas siempre doloridas de esta dama cambió el propósito y “dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua: y en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas”, saliendo de repente a la luz a todas las dueñas unas muy visibles y ásperas “cerdas”, punto este clave y fundamental en que se llega a la justificación de tan dilatado suspense, pues…  “¿adónde podrá ir una dueña con barbas?”

El malvado gigante Malambruno no solo hizo lo que hizo, sino que se atrevió a dejar una inscripción en su recién creada escultura. Así decía:  

«No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla, que para sólo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura».

En fin, como se ve y puede comprobar, el suspense continúa.   

 

Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia (Quijote, II, 39. RAE, 2015)

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Sobre el autor

Psiquiatra del Centro de Salud Mental "Antonio Machado" de Segovia


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