Sancho Panza “tenía por costumbre dormir cuatro o cinco horas las siestas del verano”, pero por agradar a la Duquesa que se lo pide y le trata ya de “señor gobernador”, se acercó después de comer a una fresca sala donde estaba junto con sus doncellas y dueñas. Sentado al fin en una silla baja del estrado (honor y signo inequívoco de confianza), pues al principio no quería sentarse “de puro bien criado”, se ve sometido a varias preguntas comprometedoras.
¡La primera en la frente! La Señora Duquesa confronta al escudero de manera directa con lo que ha leído en la Primera parte del Quijote: que en ‘realidad’ Sancho nunca vio a Dulcinea del Toboso ni le llevó la carta de Don Quijote. Y siendo así, le pregunta “cómo se atrevió a fingir la respuesta y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y tan en daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y cosas todas que no vienen bien con la calidad y fidelidad de los buenos escuderos.”
Sancho, recién sentado, se pone en pie de inmediato y da varias vueltas en silencio por la sala mirando por todos lados. Cuando comprueba que no hay nadie escondido escuchando, responde:
“–Lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo a mí se me ha asentado que es un mentecato. Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.”
Para los personajes, la Segunda parte del Quijote está ‘ocurriendo’, no ha sido publicada todavía. De aquí la ironía de Cervantes: “aún no está en historia”. Sancho cuenta entonces a las damas oyentes como una auténtica primicia “aquel encantamento o burla”, con “no poco gusto” que recibieron. La pícara Señora Duquesa continúa diciendo:
“–De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo en el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: «Pues don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y siendo esto así, como lo es, mal contado te será [será un error], señora duquesa, si al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse a sí ¿cómo sabrá gobernar a otros?».”
Sancho reconoce su equivocación (lo cual demuestra una vez más que no tiene en su ‘mente’ una folie à deux o ‘trastorno psicótico o delirante compartido’), y justifica la permanencia con Don Quijote en la proximidad, el azar, el afecto, la fidelidad, un pequeño beneficio y la costumbre… ¡como muchos matrimonios!
“–Par Dios, señora –dijo Sancho–, que ese escrúpulo viene con parto derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había de haber dejado a mi amo. Pero ésta fue mi suerte y ésta mi malandanza: no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.”
Reconocido el ‘pecado’, añade a continuación una larga serie de refranes en el sentido de que muy sin nada venimos al mundo y muy sin nada nos vamos de él, tanto los pobres como los ricos, por lo que no le importaría perder su tan soñada y ansiada ínsula. Entre muchos, “no es oro todo lo que reluce”, y «por su mal le nacieron alas a la hormiga», y “no ocupa más pies de tierra el cuerpo del papa que el del sacristán”, que “detrás de la cruz está el diablo”, “si es que las trovas de los romances antiguos no mienten.” La Duquesa, que desde que se encontraron en el verde prado la tarde de cacería mostró su gusto y predilección por Sancho (quizá porque los dos se parecen demasiado), queda una vez más encantada con las razones y refranes del escudero, y le dice:
“–Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque mi señor y marido, aunque no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero, y, así, cumplirá la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia del mundo. Esté Sancho de buen ánimo, que cuando menos lo piense se verá sentado en la silla de su ínsula y en la de su estado, y empuñará su gobierno.”
Tras ser perdonado confirmando la ínsula, la Señora Duquesa se propone ser más pícara y maliciosa que el pícaro escudero, superar su engaño dando la vuelta a la maliciosa picardía que tuvo con Don Quijote, el amo. Es decir, la aristócrata parece querer demostrar quién manda, restablecer aun en el terreno de las burlas la jerarquía correcta, dejar claro quién está y queda por encima. Para lo que impone una ‘penitencia’ al ingenioso escudero, que no es más que un criado, dándole a beber tres tazas de su propia medicina:
“–Pero volviendo a la plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea, tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía, debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen. Porque real y verdaderamente yo sé de buena parte [‘de buena fuente’; nota al pie, n.] que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado, y no hay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos [las palabras de la duquesa responden a la definición de fe del catecismo cristiano; n.]; y sepa el señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo pura y sencillamente, sin enredos ni máquinas, y créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió, y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.”
¿Qué puede hacer Sancho ante la Señora en tan difícil e íntima tesitura como le pone?
“–Bien puede ser todo eso –dijo Sancho Panza–, y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término.”
La respuesta de Sancho Panza suena mucho a cálculo contemporizador, puesta su mira en un objetivo claro y concreto: 1) “todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice”, instantáneo cambio de parecer; 2) “agora quiero creer lo que mi amo cuenta”, pues hasta ahora no lo creía ni quería creer; 3) “de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste”, cuando a Sancho le gusta presumir con frecuencia de tener un ingenio rápido y agudo; 4) “la encanté por solo mi gusto”, y en efecto en el texto puede comprobarse cómo además de salir del atolladero en que le había metido Don Quijote con la embajada a su dama imaginaria, se recrea muy gustoso en el engaño, y lo mismo hace en varias ocasiones posteriores; y 5) “ni creo yo que mi amo es tan loco”, cuando acaba de reconocer ante la Duquesa, las doncellas y las dueñas que considera a su amo un “mentecato” y un “loco rematado”.
Las palabras que dice poco después dejan claro el ‘beneficio primario’, su objetivo concreto:
“–No, sino ándense a cada triquete conmigo a dime y direte, «Sancho lo dijo, Sancho lo hizo, Sancho tornó y Sancho volvió», como si Sancho fuese algún quienquiera, y no fuese el mismo Sancho Panza, el que anda ya en libros por ese mundo adelante, según me dijo Sansón Carrasco, que, por lo menos, es persona bachillerada por Salamanca, y los tales no pueden mentir, si no es cuando se les antoja o les viene muy a cuento; así que no hay para que nadie se tome conmigo. Y pues que tengo buena fama y, según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas, encájenme ese gobierno y verán maravillas, que quien ha sido buen escudero será buen gobernador.”
Los bachillerados por Salamanca “no pueden mentir, si no es cuando se les antoja o les viene muy a cuento”. ¡Espléndida ironía de Cervantes! Como también se les antoja y viene muy a cuento a los licenciados y doctores, a catedráticos y académicos, a los bachilleres por Alcalá o Santiago, a los que no tienen estudios, a los que han hecho la ESO o algún grado de FP, y, en general, a casi todo el mundo en casi todo tiempo y lugar. La confesión de Sancho Panza adquiere de esta forma otro matiz. ¿Acaso cuando nos confesamos decimos siempre la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, a nuestro ‘confesor’… ¡o ‘confesora’!?
En el final del capítulo Sancho intercambia varias indirectas con la Señora Duquesa sobre las cortesías, la bebida y los bebedores, el cuidado del rucio y los “más de dos asnos” que ha visto ir a los gobiernos. La soterrada ‘amistosa guerra’ entre estos dos complementarios pícaros, un pícaro popular y una pícara de élite, sigue en marcha por su interesante camino.
(De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note)
(Quijote II, 33. RAE, 2015)
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