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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL BAUTISMO AÉREO DE CHARLIE

Publicado en El Norte de Castilla el 8 de marzo de 2007
Es una gozada que, por una vez, Pucela protagonice noticias que no se relacionen con sucesos o con la corrupta trama en el reparto de las VPO que tienen montada algunos para quienes el concepto de familia guarda mosqueantes semejanzas con el que poseían Marlon Brando y Al Pacino en ‘El Padrino’. Fue el pasado sábado cuando un reportaje del telediario me escupió a la cara una historia que, desde entonces, me tiene agarrado el alma. Un tetrapléjico vallisoletano acababa de hacer realidad uno de sus mayores sueños: subir a un avión. Charlie, con uniforme militar, y su esposa Puri eran los héroes asaeteados por los flashes de los periodistas. Ocho años atrás, dos infartos cerebrales habían paralizado el cuerpo de Charlie. Llevaban dos meses casados y lo tenían todo cuando los médicos le diagnosticaron síndrome de cautiverio, una extrañísima enfermedad que afecta a todos los movimientos voluntarios del cuerpo, excepto los ojos. Sin embargo, Charlie puede pensar, sentir, escuchar, ver. Nota el dolor y siente las caricias. Tal vez comenzó, entonces, a VIVIR, así, en mayúsculas, como a él le gusta escribirlo. Empezó a mover un dedo y a expresarse gracias a un programa informático. Abrió, desde su habitación y gracias a Internet, miles de ventanas de plata. Junto a su mujer, ideó un lenguaje extraordinario con el simple movimiento de los párpados. Escribió dos libros, protagonizó un documental, se convirtió en el mayor hincha del Balonmano Valladolid y se puso el mundo por montera («he metido los pies en el mar», susurra como el triunfo de la vida, mientras exclama: «Ahora no tengo tiempo ni para deprimirme»). En la televisión, esta pareja, ella solita, es capaz de disparar luz sobre un diluvio de fuegos. Charlie y Puri mordisquean el amor de forma envidiable, se convierten en olas teatrales y plateadas con cada gesto y provocan que el resto de personajes que protagonizan el telediario parezcan estúpidas bolsas de basura andantes. Charlie sonríe a la cámara mientras saluda con su mano en un gesto mil veces ensayado. Mientras baila inolvidables valses con las nubes recuerda cuando su madre le llevaba a Villanubla a ver despegar los aviones, rememora sus maquetas, sus revistas de aviación y también la diabetes que le impidió entrar en el Ejército del Aire. Puri seca las lágrimas de emoción de Charlie mientras los cámaras les disparan metralla fotográfica: «Llora como un niño, no por pena, sino porque no controla las emociones y es su manera de expresarse». Algunos llevamos años hechizados por una caída de ojos que nos tiene maniatados y, mientras tanto, Charlie te recita mil poemas de amor con los párpados. Tal vez por ello, defiende la vida por encima de todo, pero también el derecho a legalizar la eutanasia. Sus razones son de una lógica que te desarma: «Cada uno es libre y debe tener el poder de decidir por sí mismo»; «no por legalizar la eutanasia todos los que estamos en esta situación vamos a estar obligados a hacerlo si queremos vivir». Es, sin más, el milagro de Charlie y Puri, protagonistas de una historia de amor y coraje esculpida en vidrieras renacentistas de infinitos colores. Héroes anónimos que construyen calidoscopios a la vida, que nos regalan lecciones inolvidables y que con sus ojos ponen ombligos a nuestro mundo.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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