Ha vuelto a hacerlo: Elvira Mínguez se ha llevado por segunda vez la Biznaga de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de Málaga. En la ocasión precedente, este premio (otorgado a su trabajo en “Tapas” como mujer cuarentona que ahogaba su soledad chateando por internet y manteniendo fortuitos encuentros con un veinteañero) fue el preludio del Goya. Ojalá se repita la jugada. Los que sostenemos que la pucelana es la más grande actriz del cine español estamos de enhorabuena y esperamos ya con impaciencia volvernos a dar el festín de admirarla en “Pudor”, la ópera prima de los hermanos Ulloa. Mientras llega, nos conformaremos con recordar su mirada de diosa acorralada en “El misterio de Wells” o su portentosa interpretación en “Me llamo Sara”. La verdad es que Elvira Mínguez dignifica cualquiera de las películas que protagoniza, incluso las más insulsas. Ella sola es capaz de llenar toda la pantalla, de arrancar el corazón de los murciélagos con su mirada, de morirse en pequeñas muertes que nunca existen, de desgarrar el cielo con puñales y poesías y de regalarnos el murmullo de la lluvia con sus ojos. Ahora ya solo falta que alguien le ofrezca el papel que se merece su inmenso talento y dejen de llamarla para ejercer de madre de adolescentes. ¡Que ya les vale! Con la edad que Elvira tiene (y con sus dotes interpretativas), me río yo de la Sharon Stone de Instinto Básico. Claro que la vallisoletana es capaz de levantar el patio de butacas haciendo de Espinete. Yo, por si acaso, he empezado a escribir un guión para vivir una historia de amor con ella a lo Rossellini/Bergman. Es lo que tiene el poder elegir musas.