“Una vez oí contar una historia que había en un cuento…”. Escuchar a Triana forma parte de un pasado lejano pero también de algunos momentos más cercanos en el tiempo que alcanzan la categoría de inolvidables. Tal vez por ello, me entristece volver a pincharme en vena “Sombra y luz”. Las canciones duras y desgarradas, la suave melancolía de los temas, esos “vientos y lluvias asolan mi corazón cada vez que pienso en ti”, ese particular y nostálgico deje en la voz del malogrado Jesús de la Rosa, todo me transporta a una época de ilusiones, de sueños, de libertad, de porros, alegría y hippismo algo trasnochado. “Sombra y luz” dio el pistoletazo de salido al boom del rock andaluz, una muy peculiar fusión de jazz, diferentes palos flamencos, rock sinfónico anglosajón y voces desesperadas ahogadas en gritos de protesta y tristeza. Antes, Triana ya había parido dos discos-claves en la historia de la música española (“El patio” e “Hijos del Agobio”) pero fue con la aparición de “Sombra y Luz” cuando Triana se convirtió en un auténtico fenómeno de masas, algo que quedó inmortalizado con la entrega de un triple disco de platino y un concierto mítico en un Parque de Atracciones de Madrid abarrotado. Fue el 30 de septiembre de 1979 y allí estaba media España: uno de los hitos más memorables de la timorata historia del rock patrio. “Sombra y luz” es un grandioso disco, muy experimental, grabado casi en directo, con temas tranquilos y nostálgicos, elaboradísima producción, toques Canterbury, temas oscuros y sombríos, compases arábigos en guitarras y teclados, y mucho quejío en las voces. Una auténtica bomba que esta semana, al recordarlo abiertamente, ha tenido un devastador efecto saudade. La vida, al fin y al cabo, es tan solo eso: sombra y luz.