Tengo un especial cariño a este disco. Recuerdo perfectamente ir a comprarlo al antiguo Simago y escucharlo con auténtica pasión durante mucho tiempo. Luego Supertramp sucumbió a la comercialidad y, con el éxito de “Breafkast in America”, dejó a un lado sus propuestas más arriesgadas y progresivas. Fue la antesala del cisma entre sus dos líderes. El principio del fin. Antes, sin embargo, los cinco tíos más feos del rock nos habían regalado dos de los discos más hermosos de toda la década de los 70: el memorable “Crime of the century” y este “Even in the quietest moments” (conocido entre sus fans como el disco del piano helado), el trabajo más intimista de Supertramp. Una guitarra acústica rasgada da comienzo a un carrusel de emociones difícilmente explicables. “Give a little bit” es una pepita de oro serena y reposada que abre una sucesión de joyas: desde el romanticismo exacerbado de “Downstream” al ritmo sincopado de “Babaji”, de la magia de “From now on” (una de las cumbres del quinteto) al intimismo soñador del tema que da título al álbum. Y como colofón, una canción épica, la famosa “Fool’s overture”, una mini-suite de 11 minutos netamente progresiva en la que se suceden efectos sonoros de todo tipo (las campanas del Big Ben, la voz de Churchill, viento y lluvia) acunando el característico sonido del piano de Davies y la voz cristalina de Hodgson. En definitiva, un disco único e inolvidable que se mueve a la perfección entre lo melódico y lo sinfónico, una verdadera joya de la historia del pop-rock. Siempre me ha llamado la atención la mala prensa de Supertramp. Yo lo único que sé es que en 1977, año de publicación de este trabajo, los superventas en España eran Camilo Sesto, Pablo Abraira, Mari Trini y José Luis Perales (ah, y el “Cisne cuello negro”). Supertramp militaban ya en otra división.