Publicado en El Norte de Castilla el 20 de septiembre de 2007
Es lo que tiene entrar en un bar y ponerte a leer el periódico en vez de intentar ligar con la camarera como mandan los sagrados cánones del dios Baco. Y es que, entre vino y vino, uno a veces se topa con alguno de esos suplementos ‘light’ que nos cuelan los fines de semana todos los periódicos. Mientras leía un artículo que trataba sobre el alucinante predicamento que tienen las armas en EE. UU., la televisión del bar escupía imágenes de un anuncio promocionando la lectura en el que un niño imita todo lo que hace el padre. Al final, vemos que ambos están leyendo un libro y un mensaje hermosísimo: «Si tú lees, él lee». No sé por qué extraños mecanismos, en ese instante recordé una película de Adrian Lyne titulada ‘Infiel’. En ella, una modélica pareja vive el sueño americano. Son ricos, felices, tienen una casa perfecta, un perro perfecto, un jardín perfecto, un hijo perfecto. En su vida, sin embargo, se cruza un coleccionista de libros hippie, un bohemio francés que revoluciona las hormonas de la mujer y ambos comienzan una aventura. Al final, el cuento americano termina como Dios y el Tío Sam mandan. El marido mata al franchute y la feliz pareja regresa a su rutinaria felicidad. Lo que más me llamó la atención es que la perfecta casa de la perfecta pareja tenía de todo lo imaginable menos un jodido libro. En cambio, en el cochambroso estudio del bohemio francés había libros por todos los lados, la casa estaba atestada, chorreaban por las esquinas. Me dio la sensación de que el mal (de la misma forma que en las películas americanas ahora sólo fuman los malos) venía representado por los libros. Un tipo que lee tanto no puede ser trigo limpio. ¡Y encima trabaja como coleccionista de libros! ¿Eso qué es? Cosas así pensaba mientras leía el dichoso artículo de marras. Al parecer hay más de 215 millones de armas en territorio USA y una de cada dos familias posee, al menos, una. Un fotógrafo americano decidió hace dos años recorrer el país e inmortalizar a los amigos del fusil. El resultado es para echarse a temblar, dejando completamente retratados (nunca mejor dicho) a sus modelos: una panda de descerebrados y de garrulos invertebrados orgullosos de mostrar sus armas a todo el mundo. Los comentarios de los protagonistas tampoco tienen desperdicio. Un padre que pone a su hijo el nombre de un subfusil ametrallador, otro que dice que el tener armas debería de ser una obligación para preservar a las futuras generaciones, otro que confiesa que le sería más fácil disparar a una persona que entrara a su casa que matar a un animal que le amenazara, otro que regaló a su nieto de ocho años una escopeta, etcétera. En todos los casos aparecen los matrimonios felices mostrando todo un arsenal con los hijos al lado. Eso sí, en sus horteras casas (llenas de todo tipo de cosas imaginables) no hay un solo libro. De verdad, da mucho miedo. Entre otras cosas porque esto es una moda que acabará llegando a España. No me cabe la menor duda. Cambiaremos en poco tiempo el «si tú lees, él lee» por el «si tú vas armado hasta los dientes, él irá armado hasta los dientes». Vamos, que salí encabronado del bar. Eso me pasa por leer en vez de pretender conquistar a la camarera. Claro que la camarera era camarero y tenía un mostacho más grande que el de Pancho Villa.