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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

VISTO PARA SENTENCIA

Publicado en El Norte de Castilla con motivo de la 52 Semana Internacional de Cine de Valladolid.
Existen en el complejísimo panorama cinematográfico dos subgéneros que siempre me han apasionado: el cine de atracos y el cine de juicios. Para los amantes del segundo, este año la 52 Semana Internacional de Cine de Valladolid ha guisado un suculento menú con algunas de las mejores películas jamás rodadas condimentadas en base a un atractivo cóctel de abogados, jueces, testigos y jurado. El show está a punto de comenzar: once escogidos “dramas de corte” se darán cita a orillas del Pisuerga durante los próximos días.
Sospecho que los responsables habrán tenido serios problemas para seleccionar las finalmente elegidas. Hay miles de films que pueden encuadrarse bajo el lema de “cine de juicios” pero un buen porcentaje de ellos corresponden a rutinarias obras que, bajo el título de Estrenos TV, aparecen en ciertas cadenas de televisión. Esta avalancha de telefilms no le han hecho mucho bien al “cine de juicios” pero no hace falta ser un experto ni escarbar demasiado para encontrarnos con un buen puñado de películas de este subgénero que, sin rubor alguno, se codean entre las mejores películas de la historia del cine, cintas en su inmensa mayoría de producción norteamericana. En realidad, este subgénero es tan propio de la cultura yanqui como el mismísimo western aunque, a diferencia de éste, las películas de juicios y los thrillers ambientados en juzgados han seguido copando las carteleras de todo el mundo y gozando de un éxito difícilmente comparable. Muchas de ellas forman parte de nuestra reciente cultura cinematográfica: películas como Justicia para todos, Las dos caras de la verdad, Presunto inocente, JFK, Algunos hombres buenos y decenas de ellas más que a cualquiera le pueden venir a la mente. En el apartado televisivo, incluso, muchas series han explotado con mayor o menor acierto el subgénero (Boston Legal, Murder One, El abogado, Shark o Ally McBeal son algunos ejemplos). Hay que reconocer que los americanos bordan el “cine de juicios”. Eso sí, aparte de ser los reyes de esta cosita de los 24 fotogramas por segundo, juegan con las cartas marcadas: no hay que olvidar que su sistema judicial les ayuda, de hecho, a escenificar un proceso como si se tratase de una obra teatral. Es más, los juicios con jurado siempre han tenido un toque circense (un puñado de ciudadanos “normales”, en muchos casos impresionables, sentimentales, débiles y sin experiencia) que ellos han sabido utilizar pariendo films en los que se mezclaban a partes iguales el espectáculo, el enigma, los sentimientos y la exhibición orgullosa de sus profundos valores democráticos. Tampoco, y esto es algo que les honra, les tiembla el pulso para, con idéntica fuerza dramática, denunciar errores, abusos y corrupciones de todo tipo, hasta el punto de que muchas de estas obras son profundamente críticas con la sacrosanta maquinaria de la Justicia estadounidense.

Es normal, por ello, que la Seminci otorgue protagonismo a las películas americanas. Aun así, podremos ver algún ejemplo europeo donde el tratamiento dado al “cine de juicios” resulta completamente distinto. La tan traída y llevada mirada americana frente a la mirada europea que, en el caso de este subgénero, resulta todavía mucho más evidente. No tienen nada que ver películas como Danton, Sacco y Vanzetti, o El crimen de Cuenca con lo que venimos comentando. Hablamos, por ejemplo, de tribunales que se plagan de acusaciones fruto de rencillas personales en mitad de la Revolución Francesa, de películas-denuncia con un matiz claramente político o de la disección casi quirúrgica de una serie de errores judiciales aderezados con minuciosas torturas. Al otro lado del Atlántico, la visión política y de denuncia se transforma más en espectáculo (aunque dicho espectáculo lleve consigo unas cargas de profundidad atestadas de crítica acerada). Pocholín y Pocholina, la Hepburn y Spencer Tracy, fiscal y defensor: la guerra de los sexos en La costilla de Adán. O un antológico Orson Welles bailando danzas de muerte con dos jóvenes majaderos de clase alta que buscan el crimen perfecto en Impulso criminal. O un peculiar juicio a la justicia en Vencedores y vencidos con interpretaciones memorables, entre ellas las de un torturado Montgomery Clift. O la imborrable mirada de James Stewart moteada con la música de Duke Ellington esparciendo sombras sobre un juicio salpimentado de dudas en Anatomía de un asesinato. O, en fin, la obra maestra del cine de juicios: Testigo de cargo, según algunos una de las mejores películas de Hitchcock, sólo que la hizo Billy Wilder. Con su falso (presumible) culpable, con su rubia (fatal) protagonista, con sus alucinantes giros argumentales, sus dobles verdades y sus dobles morales. Recuerdo en especial a Charles Laughton en una interpretación inolvidable de viejo cascarrabias y testarudo enfermo increíblemente sagaz, su irrefrenable necesidad de fumar puros, la silla mecánica con la que asciende las escaleras de su casa o los juegos con el monóculo con el que busca la mentira. Cine en estado puro. Y, como colofón, Doce hombres sin piedad, el juicio visto desde el interior, en un claustrofóbico despacho donde doce personas tienen en su mano la vida de un hombre. Una crítica feroz al sistema judicial y a los condicionamientos personales que siempre existen entre los miembros de un jurado. No sé por qué, pero yo siempre recuerdo esta obra en la mítica versión de Estudio 1 emitida por TVE con José María Rodero haciendo el papel de Henry Fonda. Ya de pequeño, repetía como una cotorra, junto a la alineación del Athletic de Bilbao, el elenco de actores cuyos gestos, silencios, miradas e interpretación hoy rememoro como si acabase de verla. Desde entonces soy carne de Perry Mason.

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seminci

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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