Podía haber elegido cualquier otro disco de Eric Clapton y, sin embargo, he escogido el más odiado, probablemente, por los fans del hombre que mejor ha hecho llorar a una guitarra en el mundo, el mismo que, a finales de los sesenta, fue declarado Dios por todos ellos. Pilgrim es el primer álbum de Clapton con canciones propias tras nueve años de silencio discográfico (exceptuando las versiones de “Born In Time” de Bob Dylan y “Going Slow Down”, de St. Louis Jimmy) y fue compuesto, en su mayoría, entre los años 1996 y 1997. Sospecho que las letras atormentadas que flordelisan todo el disco pude haberlas escrito yo. Tal vez por eso, me sienta tan irremediablemente enamorado de este disco hermosísimo e incomprendido. Trabajando mano a mano con el productor Simon Climie (su colaborador en el revolucionario proyecto TDF), el álbum constituye un intento de entrar en el mundo de los samplers y secuenciadores de ritmo y, por ello, fue tan criticado. Se olvidan, sin embargo, de que Clapton crea un disco calmado, emotivo y personal, coqueteando con la electrónica, eso sí, pero sin abandonar sus solos orgásmicos con la guitarra y dejando en primer plano su voz áspera y torturada entregada al blues. En Pilgrim le acompañan, además, buenos amigos y grandes músicos como BabyFace, Paul Brady, Paul Carrack, Joe Smaple y Tony Rich, entre otros. Como curiosidad, indicar que también aparece al final del disco, en la preciosísima “Inside of me”, la voz de su hija Ruth-Kelly Clapton recitando un texto correspondiente al prólogo de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (1). La felicidad, desde luego, nunca fue el punto fuerte de Eric Clapton, un tipo que ha utilizado siempre la música como terapia desesperada, más como una catarsis que como una fiesta, alguien que lleva cuarenta años en la música cantando a amores imposibles (Layla, la canción por excelencia del amor no correspondido). En Pilgrim tenemos mucho más de todo ello: noches solitarias, corazones rotos, amores que terminan, mucha lluvia y lágrimas, habitaciones desnudas e historias de peregrinos que penan por un amor, que piden desesperadamente que alguien les enseñe un camino para volver atrás o que gritan, de manera angustiada, “por qué no puedo encontrar la paz en mi corazón”.