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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

LA MUERTE DE LAS CABINAS

Publicado en El Norte de Castilla el 13 de diciembre de 2007

Nos cuentan que AT&T, primera operadora de EE. UU., va a abandonar el negocio de las cabinas telefónicas. Que tras 129 años han dejado de ser rentables. Que ya sólo mantienen 60.000 para una población de 300 millones. Que los móviles se han zampado a las cabinas, vaya. En España, la fiebre no tardará en llegar y en Gran Bretaña la cosa no anda mejor. De hecho, las famosas cabinas rojas de Londres, las que más resisten el envite, se mantienen exclusivamente por el reclamo turístico (en los barrios menos céntricos ya han desaparecido). Dicen que se van a convertir en poco tiempo en pieza de museo: el toro de Osborne de ricachones caprichosos que se compran una cabina para decorar su jardín. La British Telecom, propietaria de las cabinas, señala que lo que recaudan no cubre siquiera el mantenimiento. Las prostitutas londinenses que llenaban las cabinas con sus tarjetas personales sufrirán un serio revés. También los colectivos que no tienen acceso a un teléfono móvil, aquellos que siguen utilizando las cabinas para llamar a teléfonos fijos porque les sale más barato o los que necesiten un teléfono en un momento de emergencia. A la mierda todos los que no deseen entrar en el sistema. De hecho, tenemos lo que nos merecemos. Cuántas veces nos ha sucedido el necesitar una cabina con urgencia, el encontrar una tras un buen rato de búsqueda y el toparnos con el teléfono roto, no operativo, directamente quemado. Todo ello no impide que a uno le entre una morriña especial. Me acuerdo de un hermosísimo poema de Pere Gimferrer que comienza así: «En las cabinas telefónicas hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios. Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir».Así que ya me veo como el abuelo Cebolleta, contando a los jóvenes por qué José Luís López Vázquez estaba metido en un extraño ataúd de cristal del que no podía escapar. Y por qué, a raíz del inmenso éxito del telefilm (único Emmy español de la historia) y del impacto que provocó en todos los españolitos, no había uno solo que al entrar en una cabina no se asegurase de que la puerta no se cerraba del todo. Los chicos de la ESO, que no saben quién fue Franco, en poco tiempo dejarán de saber que existían unas cabinas que mucha gente utilizamos para llamar (desde la intimidad que no te proporcionaba el hogar) a una chica que nos gustaba, o que servía para refugiarnos de la lluvia y del frío, o para llamar al extranjero a alguien muy especial. Porque en el extranjero las cabinas tenían número y podías llamar. Sólo te tenías que poner de acuerdo con la otra persona: en la cabina de Avenue de Grammont, todos los días a las 20 h., ¿recuerdas? Nos tendremos que acostumbrar a un mundo sin cabinas de teléfono. Y no sólo en el mundo real. No me imagino la historia del cine sin ver a muchos de mis actores favoritos dentro de una cabina. «Última llamada» tal vez sea el último ejemplo de un cine que muere. Su guionista llevaba mucho tiempo intentando hacer una película cuya acción transcurriera dentro de una cabina de teléfono: un marco incomparable para quedarse atrapado, justo en medio de la ciudad y rodeado por cientos de personas. ¿Qué haremos en el futuro sin nuestras queridas cabinas telefónicas? Y lo que es más importante: ¿dónde coño se va a cambiar ahora Superman de ropa?

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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