Hace ahora justo veinte años, un grupo de rock bautizado como un avión espía norteamericano conquistó el mundo con la publicación de uno de los grandes discos del siglo: el mítico The Joshua Tree, un álbum que supuso el encuentro de la banda irlandesa U2 con la Tierra Prometida, con una América profunda diseccionada al calor y al abrigo de algunos de los grandes autores yanquis (Sam Sephard, Tennesse Williams, Allan Ginsberg o Charles Bukowsi) y de las alucinantes fotografías de Anton Corbijn, verdadero culpable de la utilización metafórica del bíblico árbol de Josué. La disección (con ojos irlandeses) del sur de los EEUU provocó, además, la conversión de Bono en profeta y activista de causas perdidas que ya no abandonaría. Para componer las canciones, viajaron por los desiertos de California y bajaron hasta Centroamérica. Allí descubrieron la resbaladiza y amenazadora realidad de la política exterior americana: “Vi cómo la misma gente que representaba la libertad para el resto del mundo estaba bombardeando aldeas en El Salvador”. El fruto de aquel choque emocional fueron 11 temas que, en muy poco tiempo, se convirtieron en himnos, en plegarias de dolor, en épicas y místicas canciones sin parangón en la última historia del rock, una verdadera epifanía, en fin, para una época apocalíptica de mi vida. El rock positivo de “Where de streets have no name”, la pegadiza “I still haven’t found what I’m looking for” o el mítico rocanrol-bolero “With or without you” no constituyen más que el escopetazo de salida de un puñado de himnos inolvidables: el blues acústico con slide de “Running to stand still”, la caótica, potente e hipnótica “Bullet de Blue Sky”, la trágica y desesperanzada “Red Hill Mining Town” (sobre la huelga minera irlandesa de 1984), la desgarradora y emotiva “One Tree Hill” (dedicada a un miembro del equipo técnicao de U2 fallecido en un accidente) o la hechizante oda a las víctimas de los regímenes de ciertos países sudamericanos en “Mothers of the disapeared” que Bono dedicó a las madres de la Plaza de Mayo. La culminación del estado de gracia que vivió la banda irlandesa hace 20 años tuvo su colofón en el Estadio Santiago Bernabeu antes más de 120.000 personas. U2 terminó su actuación bajo los gritos de “torero, torero”. “No somos el torero, somos el toro”, gritó un emocionado Bono. Fue hace veinte años, pero veinte años no son nada.