Está de gira por Europa como si fuese una caprichosa y ostentosa estrella del rock con parafernalia de emperador demodé: una comitiva de más de 300 personas, cinco aviones, un camello, una jaima beduina y 30 vírgenes guardaespaldas. Es Gadafi, esa mezcla de Georgie Dann y Jesús Quintero que ha pasado de ser el terrorista más buscado del mundo a invitado de honor de algunas de las más fetenes democracias occidentales. Hace más de veinte años, la CIA presentó un plan para derrocarlo y asesinarlo. Poco después, el actor Reagan desplegó sus misiles sobre Libia y se llevó por delante a un buen puñado de civiles, entre ellos a la propia hija de Gadafi. Se le relacionó con los atentados a los aeropuertos de Viena y Roma. También con la trágica explosión en pleno vuelo de dos aviones comerciales debido a sendos ataques terroristas que se cobraron más de 400 muertos. Ahora todo se olvida en nombre de las pateras y, sobre todo, de los barriles de petróleo. Para lo primero, el exterrorista tiene una fácil solución, que ya expresó en Lisboa, el primer concierto de su gira: «Dadme 1.000 millones de euros y os prometo que no os exportaré inmigrantes». Para lo segundo, atesora petrodólares hasta debajo de las pestañas. En Francia, segundo concierto de su rumbosa gira, se ha montado un pollo memorable, con críticas muy duras a Sarkozy y graves tensiones dentro del Gobierno. El ministro de Exteriores dijo que no había que olvidar el nombre de las víctimas que le fueron imputadas. La secretaria de Estado para los Derechos Humanos fue más allá: «Francia no puede ser una alfombra donde cualquier tirano puede limpiarse las manchas de sangre de sus crímenes». A Sarkozy, antes de irse a Disneylandia con Carla Bruni, le tocó pasear agarrado amorosamente al tirano. Diez mil millones de euros en inversiones y ventas de armas y aviones tuvieron la culpa. Un negocio redondo. Es lo que tiene la diplomacia y la hipocresía occidental. O dicho de otra forma: poderoso caballero es don dinero. Desde que Gadafi anunció el desmantelamiento de sus programas de armamento e inició un proceso de indemnización a las víctimas de los atentados terroristas contra los aviones (y aunque todo el mundo sabe que los derechos humanos en su país tienen menos credibilidad que los libros de Ana Rosa Quintana), los países occidentales se dan de tortas por tomar menta con hasch en la jaima del tirano. El Rey le recibió con todos los honores y Zapatero nos ha vendido un negocio de diecisiete mil millones de dólares. A los de Sacyr, Ferrovial, Repsol y compañía se les ha desencajado la mandíbula de la risa. En el 2003, José María Aznar visitó Trípoli y comenzó esta gran mascarada. En aquel momento, Zapatero fue muy crítico. Ahora, le abre el Palacio de la Moncloa y deja plantar el circo de Manolita Chen a la puerta. Cuando el PP tendría que montar un buen belén, resulta que su gurú se reúne en Sevilla un par de días antes con el dictador. Tanto mandar callar a Chávez y ahora bailan todos con Gadafi. Eso sí, con las vírgenes guardaespaldas muy cerca. Dicen que son asesinas profesionales capaces de arrancarte con sus propias manos las piedras de la vesícula y hacerse un collar con ellas o de pegarte una yoya y engancharte de por vida a las drogas. Quizá haya una pequeña posibilidad de escapar de las treinta vírgenes pero, ¿quién se libra del camello?