Qué gozada el que noticias como ésta inunden las redacciones de los periódicos. Hoy es un día de fiesta para la literatura, para Valladolid y, especialmente, para todos los que escribimos y los que consideramos a Gustavo Martín Garzo como un faro de luz, como un hermano mayor muy especial, como el perfecto maestro que no se cansa de aconsejarnos y animarnos. Este amante de Peter Pan, de ‘Lejos de África’, de ‘Alicia’, de ‘Las Mil y una Noches’, de Andersen; este amante desmemoriado de Freud que dejó de leer libros de psicoanálisis un día para entregarse de lleno a la imaginación desbordante y entrar así en el reino de los sueños y de los deseos; este caballero templario, este centinela, esta caja de música ambulante que nos regala la dulce melodía de las palabras; este escritor sensible, este novelista de química femenina, este poeta que sueña con hacer cine; este Gustavo Martín Garzo de nuestras entretelas, Ulises de Ítaca moderno, me ha regalado tantas historias hermosas y tantas enseñanzas que necesitaría un libro entero para poner voz a mis sentimientos. Sentimientos: ésa es la palabra que mejor define la narrativa de Gustavo, una narrativa colmada de historias dulces, encantadoras, fantásticas, sencillas y románticas. ¿Quién dijo que eran malos tiempos para la lírica? Con él he aprendido un millón de cosas. Gustavo es mi particular psicólogo de bolsillo, mucho más, incluso, que un excelente escritor. Con él he aprendido que el viaje de la vida consiste en encontrar una salida gracias al amor, lugar paradisíaco, misterioso, extraño y lleno de inquietudes. Con él he aprendido que hay que soñar, que hay que viajar y que hay que estar dispuesto siempre a regresar porque la imaginación es un viaje de ida y vuelta. Con él he aprendido que todos hemos tenido vidas equivocadas, muy lejanas de las vidas que hubiéramos deseado. Con él he aprendido que la literatura es el reino de las preguntas y no el de las respuestas. Con él he aprendido que lo más importante es la pasión por contar. Con él he aprendido que el amor es como un hechizo y que es imposible luchar contra las hechiceras. «¿Y si el amor fuera esa segunda vida que encontramos cuando visitamos los sueños de los otros?», se preguntaba en una de sus novelas. ¿Y si el amor fuera visitar el deseo del otro? Con Gustavo comparto, además, la idea de que la literatura debe ser una aventura para el lector y que la novela está obligada a comenzar a vivir justo en el momento en que se termina de leer. Y con él comparto que lo más perturbador que le ocurre a un escritor es ver cómo tu sueño traspasa corazones y comienza a hacerse real (por eso resulta tan difícil e insoportable, entre la vergüenza y el pudor, el hablar de los libros propios). Lo último que he leído de Gustavo ha sido un maravilloso artículo donde mezclaba a Raymond Carver (‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’), con Eleanor Rigby, con Esther Tusquets, con San Agustín, con el yeti y con un puñado de políticos indecentes «antes muertos que sencillos». Pensé, al leerlo, que Gustavo había escrito lo que yo hubiera deseado escribir. Como siempre. Ahora me espera ‘El jardín dorado’, la novela que acaba de regalarnos. Enhorabuena, maestro.