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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL CIRUJANO DE LA ESPAÑA NEGRA

Publicado en El Norte de Castilla el 3 de abril de 2008

He esperado diez días para ver las reacciones que suscitaba la muerte de Rafael Azcona y me he encontrado, únicamente, con la lógica pesadumbre del mundo del cine y con la programación de un par de sus películas en TVE (y no precisamente de las más memorables). El bueno de Azcona no era un futbolista, ni un torero, ni una folclórica, ni un político, ni ninguno de esos cuya muerte suscita programas especiales, reportajes en los telediarios, portadas de revistas y una consternación popular. El bueno de Azcona era, tan sólo, uno de los mejores guionistas de toda la historia del cine y, sin duda, el mejor guionista español de todos los tiempos. Algunos dicen, incluso, que el único. Resulta curioso cómo la figura del guionista apenas existe en nuestra cinematografía. Los directores suelen escribirse sus propios guiones, algo que choca con el cine clásico americano donde la figura del guionista era venerada y cuidada con mimo. Es más, todos los grandes directores que comenzaron en el cine como guionistas siempre buscaron el apoyo de algún escritor profesional. El caso de Billy Wilder puede ser un buen ejemplo. En España el oficio de escribir siempre ha estado muy mal visto. ¡Y no digamos escribir para el cine! De hecho, aquí nunca ha habido el más mínimo respeto por el trabajo de los guionistas. El propio Azcona era consciente de que el guionista pasaba en un santiamén de ser la pieza clave para comenzar una película a convertirse en un chiquilicuatre a quien todo el mundo podía corregir. Y él, con su legendaria y enfermiza humildad, lo justificaba: “una vez terminado el guión, se lo entrego al director y ya no quiero saber más de la película, porque un guionista en un rodaje es un alienígena que sólo estorba”. Sostenía, incluso, que escribía guiones porque le resultaba más fácil que escribir novelas: “ser un escritor frustrado es comodísimo, no hay que preocuparse por los adjetivos, que en el cine quedan a cargo del director, aunque a veces los administre el productor”. Azcona se marchó el domingo de Resurrección en silencio, fuera de los focos, entre bambalinas, recordando al hombre invisible que siempre fue, el que tenía fobia a salir en las fotos, el que no recogió ninguno de los seis goyas que le concedieron o el que no hizo acto de presencia en la Seminci cuando en 1987 se le dedicó un ciclo. Todos le recordaremos por retratar como nadie la España miserable, esperpéntica, mediocre y triste que le tocó vivir. Cuatro de las cinco mejores películas españolas de la historia llevan su firma: “El cochecito” y “El pisito”, de Marco Ferreri, y “Plácido” y “El verdugo”, de Berlanga. Su filmografía está llena de ricachones aburridos hartos de todo, de aristócratas fuera de época, de moros y cristianos, de mujeres barbudas, de madrigueras, de secretas intenciones, de jardines de las delicias, de anacoretas, de hombres llamados Flor de Otoño, de vaquillas, de bosques animados, de soldaditos españoles, de burgueses que viven con muñecas hinchables, de suspiros de España, de grandes comilonas y de patrimonios y escopetas. Representaba como nadie el nuevo esperpento valleinclanesco, las pinturas negras de Goya, la España negra de quijotes molidos a palos, de pícaros muertos de hambre, de bufones a su pesar. Era un humorista de lo cotidiano con una mirada privilegiada. En cierta ocasión, contó que se le ocurrió la historia de “El cochecito” al ver a un grupo de inválidos salir del estadio echando pestes de los jugadores del Real Madrid: ¡Baldaos, que sois unos baldaos! Genio y figura.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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