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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL ARQUEÓLOGO DEL SOMBRERO

Publicado en El Norte de Castilla el 29 de mayo de 2008.

Los críticos con pretensiones de trascendencia, los que controlan el cotarro en el mundo de la literatura y en el del cine, no tienen nada que decir. De hecho, ya sabemos su opinión. ¿A alguien le importa? Indiana Jones ha regresado 20 años después, como hacen los ídolos-fetiche, como hicieron los tres mosqueteros, como hicieron los (anti)héroes-sombra de Taibo. Tras 20 años (los puntillosos apostillarán que 19), regresa el héroe. Escuchamos en la sala oscura la marcha sincopada y triunfante de John Williams y se nos pone la carne de gallina. Regresa el mayor espectáculo del mundo, el cine tradicional de aventuras, el tecnicolor de los años cincuenta, Wagner bebiendo de Parsifal, Spielberg y tito Lucas jugando con la niña de sus ojos. Vuelve una silueta inolvidable que forma parte de alguno de nuestros mejores recuerdos, vuelve el cine de verdad, el del viejo Hollywood, las películas que no están dispuestas a darte un minuto de respiro, el cine que homenajea a los géneros despreciados. Eso sí, con dosis geniales de humor, parodia y divertimento, con un guión sin fisuras (quince años de escritura y reescritura por parte de algunos de los mejores guionistas de Hollywood), con un montaje vertiginoso, un intento premeditado de no usar técnicas digitales, unas interpretaciones clásicas y con la elegancia visual que caracteriza a Spielberg. En 1981 conocimos al arqueólogo del sombrero y del látigo, un profesor de la imaginaria Universidad de Marshall que, al igual que Superman, se transforma al ponerse su disfraz de aventurero: chaqueta de cuero de aviador, sombrero tipo Fedora y látigo. Una mezcla de Error Flynn, Douglas Fairbanks y Humphrey Bogart, con el rostro de Harrison Ford y el látigo de El Zorro. Intentaron engañarnos con la proustiana traducción de la primera película, pero todos sabíamos que el nuevo héroe era un saqueador, un tipo sin escrúpulos, un simpático sinvergüenza que no dudaba en matar a quien se le pusiera por delante con tal de conseguir el botín. El juego había comenzado. Teníamos un ‘macguffin’ memorable (el Arca de la Alianza), ‘femmes’ fatales, puñetazos a tutiplén y malos de opereta. En ‘El templo maldito’, la luminosa aventura se transformó en un filme oscuro con toques ‘gore’, desde el prólogo en Shanghái, con una divertida y escatológica cena, hasta la llegada al templo de Pankot y el descenso a los infiernos del héroe, con escena de sacrificio humano incluida. Para la tercera aventura, sus creadores intentaron cerrar un círculo reconocible para la mayoría. Casi todos sabíamos que Indiana Jones era hijo natural de James Bond, así que, rizando el rizo, Sean Connery fue elegido para interpretar al padre de Indiana. Los nazis volvían a representar la encarnación absoluta del mal y el ‘macguffin’ regresaba a la mitología judeocristina: el Santo Grial. En la última entrega, su objetivo es una calavera de cristal de posible origen extraterrestre. Los elementos de la saga se repiten y vuelven a embaucarnos: un mítico tesoro, malos tremebundos, persecuciones increíbles, humor, bichos a la carta y todo tipo de guiños a las anteriores entregas. También un reencuentro con el primer amor y la aparición de un personaje muy especial, una mezcla de Marlon Brando, Elvis Presley y D’Artagnan que, probablemente, tenga mucho que decir en el futuro. La aventura siempre triunfa y vive en nosotros. No podemos remediarlo.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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