“Actúa” es el nombre de un festival de cortometrajes que se celebró la pasada semana durante tres días en una veintena de ciudades españolas, entre ellas Valladolid. Dice la gente de Intermón Oxfam, organizadores del festival, que utilizan el cine como palanca de movilización, como una herramienta para dar a conocer ciertos mensajes, para concienciar a la gente y para fomentar una sociedad más justa y sostenible. Yo llevo tiempo insistiendo en que el cine es el vehículo de comunicación más poderoso e influyente que existe, capaz de llegar a los rincones más ocultos del planeta. El complemento ideal para la abnegada y admirable labor de multitud de oenegés que reivindican la hermosa utopía de querer cambiar el mundo. Podríamos hablar aquí de la capacidad real que tiene el cine social, de si sirve para algo, de si el cine social puede transmitir información, cambiar conciencias y movilizar a la gente. Muchos se siguen parapetando en la cómoda excusa de que al cine no va uno a sufrir sino a divertirse. A todos nos gusta Indiana Jones, claro. Sin embargo, hay momentos para todo. Por supuesto, a nadie le apetece ir a ver una película y que le den un puñetazo en el estómago. O, lo que es peor, en la conciencia. En Intermón Oxfam lo saben. Saben que entre todos podemos cambiar el mundo. Saben que existe un lugar más humano, solidario y en paz al que todos debemos aspirar. Saben que la mejor ayuda para un país pobre es apoyarle para que pueda valerse por sí mismo. Saben que tenemos un gran poder y que el movimiento civil está muy por encima de cualquier política. Saben que estamos obligados a demandar a nuestros gobiernos y a las grandes empresas (que gobiernan a nuestros gobiernos, dicho sea de paso) nuevos códigos éticos. Saben que apostar por las energías renovables, por los desplazamientos sostenibles o por el uso racional de muchas cosas cotidianas son ‘pequeños grandes actos’ que no nos cuestan nada y que pueden salvarnos. Saben, en fin, que no hablamos de un problema político sino de un problema moral. El sábado, junto a representantes de Greenpeace y de Asamblea Ciclista (que luchan por amsterdamizar Valladolid), nos enseñaron multitud de cosas. Algunas de ellas a través de las impactantes imágenes del cine. Yo todavía sigo dándole vueltas a un documental francés, un espeluznante retrato de un laboratorio que, con tal de priorizar el ahorro, contaminó de sida conscientemente a miles de franceses. La historia de uno de ellos sigue golpeándome el alma. Por cierto, el director del laboratorio criminal recibió la Legión de Honor en 1990. Así funciona este mundo..
PD. Antes de las proyecciones de los cortos ganadores, Intermón Oxfam y Canal+ nos regalaron un documento impagable: las Memorias de Christian Alexander llegadas desde un futuro no muy lejano. «Recuerdo aquella época de agua. Solíamos comer fruta. Había agua para las cosechas. ¿Recuerdas el olor del mercado? ¿Recuerdas el aire puro? ¡Cómo acariciaba nuestros rostros! ¿Recuerdas la nieve? ¡Peleas de nieve entre risas! Todavía vivo en el eterno anhelo del hombre que espera. ¿Cambiaría algo? ¿Hubiera besado más? ¡Todos los besos perdidos en el viento! ¿Hubiera bebido más agua? ¿Hubiera cerrado el grifo?»