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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

NADA QUE PERDER

Publicado en El Norte de Castilla el 3 de julio de 2008.

Ya sabíamos que miles de personas arriesgan su vida cada año por cruzar el Golfo de Adén y llegar a Yemen, que la travesía era terrorífica y que tendríamos que ponernos en manos de traficantes violentos y desalmados. Lo sabíamos pero no podíamos hacer otra cosa. Me llamo Kenenisa y he estado en el infierno. Con Birtukan y con nuestro bebé de seis meses decidimos huir del miedo y del hambre: soñábamos con llegar a Arabia Saudita y encontrar trabajo. El día antes de partir, mi hermana pequeña se unió a nosotros. Un mes antes había sido asaltada por hombres armados que la pararon en la calle y la forzaron. Su marido se enteró de la violación y se divorció de ella. No podía quedarse allí… En Bossaso, puerto somalí de embarque hacia Yemen, nos encontramos con muchos miles en nuestra misma situación. Dormimos en la zona portuaria, sobre cartones, sin letrinas ni sitio para lavarnos. Sólo esperábamos la llegada de alguien que nos acercase a los estados ricos del Golfo. Todos nuestros ahorros fueron a parar a la bolsa de cuero de aquel hombre. Éramos más de cien personas aunque en aquella barca no cabían ni treinta. Nos esperaba una travesía de cincuenta horas bajo un sol de justicia, sentados, sin movernos. A los hombres etíopes nos metieron en la bodega, un sitio estrecho, diminuto, sin ventilación. Pasamos más de dos días sin comer ni beber, con un calor abrasador, casi asfixiados, sentados sobre agua de mar, orina, excrementos y vómitos. Algunos intentaron salir de la bodega y fueron golpeados con las culatas de los rifles por los traficantes. Intenté no moverme en toda la travesía y no paré de rezar para que Birtukan no tuviese problemas. Desde abajo, aplastado por mis compañeros, vi cosas que nunca olvidaré. Vi a dos personas que enloquecieron y empezaron a morder a los demás. Vi cómo las apalearon y las lanzaron por la borda. Vi cómo tiraron a algunos bebés al mar simplemente porque lloraban, vi lanzarse a algunas madres tras ellos, les vi perderse a todos en el inmenso océano. Vi cómo apuñalaron a un hombre situado a mi espalda sólo por sacar la cabeza para respirar: de hecho estuvo muerto a mi lado la mitad de la travesía. Cerca de Yemen, lejos aún de la costa, pararon la barca y nos dijeron que nos tiráramos al agua para evitar a los guardacostas. La gente empezó a gritar: estaba muy oscuro, hacía mucho frío y el agua era demasiado profunda. Además, muchos no sabían nadar. Aún así nos lanzaron al mar a todos. Mi hermana intentó agarrarse a la barca pero acuchillaron sus manos para que se soltase. A Birtukan la vi saltar tras nuestro bebé que había sido arrojado al negro mar. Intenté salvarlas…. Lo siguiente que recuerdo es que me desperté en una playa llena de cadáveres. No tardé en encontrarlos: Birtukan y el bebé estaban muertos. Se escucharon gritos. El ejército yemení se acercaba. Los etíopes seríamos detenidos, llevados al campo de refugiados de Kharaz y, finalmente, deportados. Miré a Birtukan y al bebé por última vez y eché a correr hacia el horizonte, probablemente hacia la muerte, hacia el sol anaranjado que tanto me recordaba a ella, mi querida, hermosa, mi vida, mi esposa (su nombre en amharic significa precisamente naranja). Ya no tenía nada que perder.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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