Tras dejar Los Rodríguez, tal vez el mejor grupo de rocanrol de los noventa, Andrés Calamaro editó “Alta suciedad”, un disco grabado en los EEUU. El resultado fue un prodigioso disco con alma negroide, fogonazos pamperos y todo tipo de ritmos fusionados en la particularísima coctelera de Andrés Calamaro. Un disco más heredero de Dylan que de Springsteen en el que se mezclan todo tipo de músicas, del rock al soul, del tango al funk, de la rumba al reggae. Hay rancheras-blues, canciones canallas que parecen estar a medio camino de un corrido mexicano y de una balada country e, incluso, una fantasía delirante de más de ocho minutos aderezada con las reflexiones seudo-filosóficas de Antonio Escohotado. Pero, por encima de todo, hay mucha melancolía. La que aparece cuando sabes que ella no va a volver, cuando comprendes que la próxima vez que la veas tal vez ya sólo seamos unos extraños y, según pasan los años, acabas convirtiéndote en un viejo desconocido, en el novio del olvido. “Alta suciedad” es un disco que habla de equipajes y de besos perdidos, es un disco de amor, de deseo y de rupturas, con ese punto de saudade del que sabe que lo ha perdido todo; es un disco escorado hacia el lado de la soledad y del dolor, un disco que nos recuerda que la memoria muerde, un disco en el que nos hemos dejado nuestros abriles olvidados, un disco con el que descubrimos que nuestro corazón loco se dobla con el viento y se rompe, un disco con el que decidimos nunca olvidar. “¿Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto?”.