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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

BUSCO EN LAS ONDAS RADIALES

A veces, leer ciertos poemas me da miedo. Me da miedo porque creo haberlos escrito yo. Y sé que no es así. El poeta me arrebata mis fantasmas, mis miedos, mis nostalgias. Eso ocurre, por ejemplo, con este grandioso poema (que a mí me recuerda a Leonard Cohen) y que, recitado por la actriz Yvonne Connors, se escucha durante los 22 minutos de “I trawl the Megahertz”, una de las canciones más hipnóticas que jamás he escuchado. Merece la pena perder unos minutos en leer esta maravilla. Que conste que lo ideal es hacerlo acompañado por la música de Paddy McAloon. Agosto es largo y se merece unos versos.



BUSCO EN LAS ONDAS RADIALES

Me estoy contando la historia de mi vida.
Más extraña que una canción o una novela.
Empezamos con los misterios más agradables,
antes de que apareciera el éter,
tratando de capturar lo escurridizo:
la granja donde se curan los caballos lisiados,
los bosques donde los otoños dan marcha atrás,
y la añoranza por el éxtasis en los brazos
de alguna enamorada del pasado.
Me dije ‘Tu papi te quiere’.
Me dije ‘Tu papi te quiere mucho’;
‘es sólo que ya no quiere vivir con nosotros’.

El avión cae tras las líneas enemigas
y no hablas su idioma.
Una chica se apiada de ti:
ella es la Madre Teresa caminando entre los pobres.
Sus ojos han adquirido visión nocturna.
En un huerto, empapado en luz azul,
ella cambia tus vendajes y te tranquiliza.
Todo el día su voz es como un bálsamo,
luego te lleva hacia el atardecer.
Sus alas tienen la envergadura de un ángel cotidiano,
y sus pies están doloridos de la peregrinación
hacia el pozo de la bondad humana,
pero te da un nombre y creces usándolo.
Aunque sea de un vagabundo de los bajos fondos o de un príncipe
cabalgando en una ópera wagneriana
Aprendes algo, aunque no todo, del idioma.
Y ése es el rastro que sigues:
las huellas de un amor imposible.

Doce días en París,
esperando a que empiece mi vida.
En el vestíbulo del Hotel Carlomagno
están colgando fotografías
de artistas de rap y de realeza menor.
Todos los cigarrillos han sido aerografiados en las imágenes,
convirtiendo a todos en mentirosos,
sin salvarse nadie de ese disparate.
Tan orgulloso como Lucifer, no hago nada para esconder
mi vestido de queroseno y mis ojos claros
– con una mirada fija puedo devolver
a esas imágenes su amenaza cancerígena.
¿Y qué si todo fuese una gran bravuconada?
Sólo llevo doce días en París
y sigo esperando a que mi vida comience.
Estoy arreglando mi caseta detrás de una sábana de pelo oscuro,
y tú, rehén de hormonas enloquecidas,
acabarás declarando:
‘Soy el próximo poeta premiado
y ella es la virgen de cereza,
y todo el verano es de ella”.

Al principio no te vi,
ni el color de tu pelo,
ni tu disposición a reírte.
Estoy atando el cordón de mis zapatos,
encontrando fascinante el suelo
cuando el cometa estremece el cielo.
Aun siendo el alquimista más aburrido
tengo ante mi todos los elementos necesarios:
es la combinación la que me esquiva.
Perdóname … estoy soñando despierto.
Cantando desafinadamente alguna canción de moda,
sufriendo su dulzura,
disfrutando en su débil aproximación a la luz de las estrellas.
Mientras tanto, hay un mundo real….
los trenes llegan con retraso, los doctores entregan malas noticias,
y yo sigo viviendo en un ensueño.

Puedes estar acurrucado en una entrada
o sólo pasando de largo, pero no lo veo.
Estás a un paso de la gloria.
Pronto veré en tu expresión
calor, aliento, aprobación.
A partir de una bellota de interés
cultivaré bosques llenos de querencias.
Analizaré tus gestos
como siglos de investigadores
estudiando minuciosamente las palabras de Jesús.
Cualquier cosa que no encaje en mi estrecha interpretación
lo descartaré despreocupadamente.
Porque soy imprudente … descarado … y
(‘Socorro, Socorro, mira a la aguja dejar el dial’)
soy temerario,
me estoy contando la historia de mi vida.

Pronto te convertirás en mi conspiradora:
si estoy mareado diré que estoy extasiado;
si estoy deprimido lo atribuiré a tu ausencia,
notando tu efecto impactante en mi ánimo.
Ignorando las opiniones de los vecinos
le ladraré a la luna como un perro.
En resumen, estoy pidiendo que me hiervan.
Es el comienzo de la fiebre.

Ayer hicieron un censo.
Alardeando, dije: ‘vivo a dos puertas de la alegría’.
Hoy, desconcertado y sarcástico, los llamé y les dije
‘¿No es obvio? Esta pocilga está vacía’.

Repite después de mi: la felicidad es sólo un hábito.
Estoy escuchando al rostro en el espejo
pero no creo lo que me está diciendo.
Sus palabras son modernas, pero sus ojos han estado llorando
en jardines y grutas desde la Edad Media.
Este es el resultado de la fiebre.
Enfrío las palmas de mis manos sobre los barrotes
de una puerta imaginaria de hierro.
Sólo por un extremo acto de voluntad puedo evitar
convertirme en un personaje de una canción country:
‘Señor, no me diste nada, y luego te lo llevaste todo’.
Estos son los misterios más tristes,
y tengo que prestarles atención.
En una esquina de mi corazón se sienta un contador.
Frunce el ceño y me lanza papel rojo.
Me acerco a la ventana a tomar un poco de aire.
Atrapo el olor de las manzanas,
me muero por una morder una,
pero no puedo ver al huerto a causa de la lluvia.

Hay dos maneras de ver esto.
La primera es aceptar que te has ido,
y encender una vela en el santuario de la amnesia.
(Podría hacer trampa).
En el mundo subterráneo de la anestesia
las tristes canoas blancas navegan por siempre río abajo
en las primeras horas de la mañana.
Dile a las estrellas que estoy llegando,
haz que dejen un espacio para mi;
sean huesos, polvo o cenizas,
una vez que esté entre ellas, seré libre.’
Puede que no sea una canción glamourosa
pero es un oscuro tren de pensamiento
con demasiados carruajes.

Existe, por supuesto,
otra forma de verlo:
Tu papi te quiere; me dije
‘Tu papi te quiere mucho;
es sólo que ya no quiere vivir con nosotros’.
Me estoy contando la historia de mi vida.

De día y de noche, sofisticadas antenas electrónicas
se ejercitan en los cielos.
Escuchan ecos manchados
del momento de la creación.
Escuchan algo único
Que puede ayudarnos a darle sentido a quiénes somos
y de dónde venimos;
y, como compasivo efecto secundario,
nos enseñan que nada se pierde para siempre.

Así que … barro el cielo.
Escucho con atención.
Busco en las Ondas Radiales.
Pero la red no es lo suficientemente fina,
y te echo de menos
– un cisne navegando entre dos continentes,
un fantasma inmune al radar.

Aun así, mis ojos están fijos sobre
el lugar donde te vi por última vez,
tu señal sonaba urgente pero entrecortada,
antes de que te convirtieras en algodón en una tormenta,
en un avión cayendo tras las líneas enemigas.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


agosto 2008
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