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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

LA HORA DE LAS CONFESIONES

Acaba de salir al mercado una novela de título impactante, “Siempre quise bailar como el negro de Boney M”, que me ha hecho recordar al gran Bobby Farrell. Las nuevas generaciones no le conocen pero los que peinamos canas nos tragamos muchas de sus míticas actuaciones televisivas. ¡Qué grandes (y horteras) eran los Boney M!


¿Alguien se ha preguntado por esas canciones o esos músicos frikis que forman parte de nuestra vida? Es hora de confesarse. Conozco a enamorados de la música clásica que flipan con Village People. Y a amantes del heavy metal que tienen su corazoncito secuestrado por Mari Trini. Y a un fan acérrimo de Ted Nugent que tiene todos los discos de Raphael.

Los que me conocen saben que mis músicos de cabecera son Pat Metheny, Leonard Cohen, Chris Rea, Jim Morrison, Bruce Springsteen, Eric Clapton y el viejo Aqualung (entre otros). A veces, sin embargo, cuando en la radio suena algún músico de esos que son denostados públicamente por horteras, por anticuados, por empalagosos, acostumbro a comentar (en voz baja, eso sí): “pues a mí me gusta”.

Casi siempre esas canciones van unidas a la música que escuché entre los 14 y los 18 años, la que estaba de moda en aquella época. Evidentemente, la música se corresponde con un momento de la vida y se convierte en materia viva hecha de recuerdos. Por eso me acuerdo con tanto agrado de los potpourris de la época (“El último guateque”, “Rockcollection”, “Café Crème”) y de ciertas canciones ñoñas que llenaron mi adolescencia de guiños irrecuperables. Me acuerdo de “Para que no me olvides”, de “Por el amor de una mujer”, antes de que Javier Bardem la destrozase en “Huevos de oro”, o de los éxitos de Albert Hammond, o de “Love is in the air”, o de “Fotonovela”, la canción más hortera del mundo pero que a mí, no sé muy bien por qué, me encanta (increíblemente es un tema que, hoy en día, sigue pinchándose mucho en las discotecas de medio mundo).

Pero, por encima de todo, recuerdo que aquella época constituyó la edad de oro a nivel comercial de dos movimientos: la música disco y la balada italiana. Del primero, Boney M. fueron de los más destacados. También los suecos de ABBA, ahora tan de moda. O Chic. O los Bee Gees. O la maravillosa Donna Summer con sus inolvidables 16 minutos de jadeos en “Love to love you baby”. Las B.S.O. de “Fame” o de “Flashdance” (¡esa Jennifer Beals quitándose el sujetador sin desprenderse de la camiseta!). La fiebre del sábado noche y tal.

Recuerdo que, entonces, la música disco no me gustaba aunque me sirvió para lo que suelen servir las canciones de moda. Ahora, sin embargo, me agrada volver a escucharlas. Por entonces, ya convertido en un romántico estúpido, me enganché mucho más a las canciones de los cantantes italianos que invadieron las listas de éxitos (que, además, eran mucho más apropiadas para lo que suelen servir las canciones de moda, y más con diecisiete años). Me acuerdo de Collage, de Matia Bazar, de los New Trolls, de Richard Cocciante, de Claudio Baglioni, de Sandro Giacobbe que nos enseñó el jardín prohibido, de Gianni Bella que nos hizo saber que de amor ya no se muere, de Umberto Tozzi, con sus letanías sexuales a ritmo de ti amo, ti amo, ti amo, y de tantos y tantos otros.


Como agosto es un mes extraño, habrá que dedicar los próximos tres discos de la semana a algunos de esos músicos que, en las antípodas de mis gustos musicales, sin embargo me hacen sentir cosas especiales. Raritos que somos. Porque todos lo somos y todos tenemos nuestros vicios ocultos. Es la hora de las confesiones: no te importe reconocer que, aunque tus gustos pasan sólo por el rock inglés, te pone también Isabel Pantoja. Atrévete.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


agosto 2008
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