Adoro este disco, una de mis grandes debilidades de Jethro Tull. Minstrel in the Gallery (“El juglar en el anfiteatro”) es un trabajo con toques medievales (el titulo del disco hace referencia a las galerías que había en los castillos y en las que los músicos tocaban ocultos de los invitados) donde se entrecruzan milagrosamente influencias barrocas, rock progresivo sinfónico, música isabelina, folk-rock de cámara y el aire introspectivo y cínico que sólo es capaz de crear el viejo Aqualung. Tal vez la obra más intimista y melancólica de Jethro Tull, una música que cabalga con los ángeles de la noche: relámpagos escupiendo unicornios, desayuno de dioses en recipiente de plata líquida, vientos helados que nos llevan hasta el Valhalla.
El disco se abre con un anuncio teatral (el juglar presentando a sus músicos) y con un pasaje acústico de guitarra y flauta. En “Minstrel in the Gallery” y “Cold wind to Walhalla”, JT mezcla partes líricas con partes contundentes de forma magistral: comienzos acústicos, desarrollos posteriores bordeando el hard-rock y finales épicos desgarrados. La perfección, complejidad y belleza de las letras resulta abrumadora. “Una vistosa luna de azabache sonríe escondida sobre el techo e ilumina el viejo Valhalla”. En “Black Satin Dancer” comienza a aparecer el Anderson más erótico y desesperado (“Bailarina de negro satén: vamos a la cama tranquilamente”). La canción resume de manera magistral el ideal de la música de JT: el perfecto equilibrio entre las partes líricas y la instrumentación potente aderezado con una flauta desquiciada a lo “My God”. En los dos siguientes temas, Ian Anderson nos regala melancolía en estado puro, dos de los temas más hermosos y tristes jamás escritos, de una sensibilidad y lirismo que pone los pelos de punta (con unas letras intensas y amargas, las más autobiográficas y sentimentales que nunca haya creado Ian Anderson, quien estaba en aquel momento divorciándose de su primera esposa). Finísimas piezas de arte arregladas exquisitamente con un cuarteto de cuerdas. “Hoy vi un pájaro volando de un arbusto a otro, y el viento lo hizo desaparecer. Y la madre sol, de ojos negros, abrasó a la mariposa de nervios aterciopelados. Yo la vi arder. Con un susurro como un soplido invernal, una nube de plata apareció. Y, adentrándome en la mañana, yo canté: ¡Oh, Réquiem!”. En ambas canciones, Anderson se presenta como un juglar en solitario luchando con sus propios fantasmas del desamor. De hecho, este disco parece un álbum de Ian Anderson en solitario interpretado por Jethro Tull. “Baker St. Muse” es, en fin, la obra maestra del disco, una esplendorosa suite de 17 minutos, compleja, llena de cambios de ritmos, de magia juglaresca, de cándida belleza, de todas las sonoridades reconocibles en JT. Una vuelta de tuerca al universo de “Thick as a brick” que no es otra cosa que un desfile fastuoso por la calle Baker de Londres, con instantáneas fotográficas y una abigarrada procesión de personajes y paisajes. El disco termina con “Grace”, síntesis poética e instrumental de toda la obra tulliana. ¿Se pueden decir más cosas en 40 segundos?: “Hola, sol; hola, pájaro; hola, mi reina; hola, desayuno. ¿Puedo comprarte mañana otra vez?”.
(No nos olvidemos, para terminar, de tres pepitas de oro que rescata la remasterización de 2002: “Summerday sands”, “March the mad scientist” y la instrumental “Pan dance” que demuestran que Ian Anderson, en aquellos tiempos, estaba en verdadero estado de gracia).