– Ir al cine es un acto fisiológico: es guerrilla urbana.
– Dejad de comer y mirad a la Bergman. La Bergman es la luz en persona. Tienen el honor de ser poseídos por la única e inmortal Ingrid Bergman.
– Hay que apuñalar al cine americano. Si ellos no vienen a ver Stromboli, Stromboli irá a verlos a ellos.
– Qué suerte tiene mi hijo: nacerá riéndose.
– Quiero proyectar a Rossellini al revés, desmontarlo y volverlo a montar del final al principio. El volcán no entrará en erupción sólo por Ingrid.
– ¿Qué harás? – Quizá vaya a la Universidad y me especialice en mariposas.
– Os acribillamos a todos. Es la revolución del cine. Si vosotros no vais al cine, el cine irá a vosotros. Las películas deben ver a sus espectadores.
Fascinante e inclasificable (falso) documental del siempre fascinante e inclasificable Marco Ferreri. “Nitrato de plata” (juego de palabras que alude al mismo tiempo a la emulsión fotográfica y al dinero) es el homenaje que Ferreri hace al cine en un recorrido nostálgico a lo largo de todo el siglo XX. La película nos sumerge en las emociones de los que, durante el último siglo, entraron algún día en una sala de proyección en busca de seducción, hechizos, protección contra el frío o contra el calor, descanso e, incluso, sexo. El cine era un templo de emociones: un lugar sagrado, un catalizador de imágenes colectivas, un lugar consagrado a un ritual donde el público entraba en una catarsis colectiva. Gentes que aplauden al apagarse la luz. Espectadores que llevan sus propias sillas de casa. Mujeres que dan a luz en mitad del cine. Niños que duermen y se refugian del frío. Chaperos que se prostituyen en los lavabos. Videoclubs en los que se comen espaguetis mientras ven cine de autor. Espectadores cantando a pleno pulmón “El día que me quieras” junto a Carlos Gardel. Gente, en fin, que muere en mitad de una película, sin que la sesión se detenga. Todo lo aprendimos en el cine. Incluso que besarse delante de Moisés atravesando el mar Rojo da mala suerte.