Para que luego digan que soy un carroza en gustos musicales y que sólo hablo de gente proveniente de los sagrados (musicalmente hablando) años 70. Coldplay es un grupo del siglo XXI. Su primer disco, editado ya en el 2000, les lanzó al estrellato. De sus tres primeros trabajos han vendido la friolera de 30 millones de copias y con su nuevo disco están acaparando todos los premios habidos y por haber. Tiene título en castellano, portada emotiva y simbólica (“La libertad guiando al pueblo”, de Eugène Delacroix) y la prodigiosa dirección del incombustible Brian Eno, productor de Bowie y U2, entre otros muchos. En “Viva la Vida” nos encontramos las típicas melodías al piano, las guitarras limpias, los cambios de ritmos y los toques sombríos e intimistas que les hicieron famosos. Pero también una frescura inusitada, unos grandes arreglos de cuerda, una atmósfera envolvente, trucos de estudio, efectos musicales y una mayor presencia de guitarras. Canciones de tintes épicos erigidas sobre vigorosos sintetizadores y melodías de cuerdas minimalistas dejan la voz de Chris Martin al desnudo para hablarnos de historias de bancos que se transforman en catedrales, de niebla convertida en Dios y de curas que toman sus biblias y cargan sus rifles. Un álbum más corto de lo habitual (“el disco tiene que terminarse antes de lo que dura un capítulo de CSI”) que constituye una palpitante y romántica mezcla de Beatles y U2. El único problema que le veo a esta banda británica de piano-rock es que puedan morirse de éxito.