Publicado en El Norte de Castilla el 26 de marzo de 2009.
Adoro las listas. Sospecho que es una herencia más de mi adorado Georges Perec y una excusa perfecta para examinar mis recuerdos y ponerlos en el tendedero. Es evidente que todos tenemos nuestras preferencias y nuestras listas particulares y que, la mayoría de las veces, no coinciden con las del resto. Hace unos días, cierto periódico preguntó a cien músicos por las canciones más importantes de su vida. La lista resultante es de lo más variopinta. Ganan por goleada los temas pop, con especial protagonismo de los años 60 y los Beatles. Hay alguna muestra de casi todos los estilos y alguna que otra aberración y olvido. Lo más importante y significativo, eso sí, fue la canción ganadora: el himno íntimo y perla de la chanson francesa ‘Ne me quitte pas’, de Jacques Brel. Sorprendente resultado que viene a demostrar que todos tenemos un corazoncito y que esa cosita tan cabrona llamada amor sigue controlándolo y manejándolo todo.
Llevaba tiempo queriendo hablar de esa perla de dolor que cumplirá cincuenta años en unos meses. La primera versión de ‘Ne me quitte pas’ apareció el 11 de septiembre de 1959 en el disco ‘La Valse à mille temps’. La canción francesa más famosa del mundo, paradójicamente escrita por un belga, no era otra cosa que un grito desesperado de Jacques Brel para que su novia no le abandonara. Algo que resultó inútil. De hecho, ella había abortado porque él no había aceptado la paternidad. El resto forma parte de la historia. ‘Ne me quitte pas’ se convirtió en un éxito mundial y en una de las canciones más versionadas de la historia: hasta tres mil versiones en todos los idiomas imaginables y con cantantes que van de Juliette Gréco a Sting, de Nina Simone a Ray Charles, de Marlene Dietrich a Frank Sinatra, de Ute Lemper a Tom Jones, de Marianne Faithfull a Charles Aznavour. La lista es alucinante.
Desde luego, hablamos del ejemplo más perfecto de emoción hecha dolor y de la canción más bella, íntima, trágica, desesperada, conmovedora, desgarradora y misteriosa jamás escrita. La más hermosa canción de amor aunque Brel llegó a decir que no era una canción de amor sino una «chanson de lâcheté», de cobardía, una parodia del enamorado agonizante y llorón. Edith Piaf, cuando la escuchó, comentó que «un hombre no debería cantar cosas así». No parecía estar muy bien visto contemplar a un hombre rogando, suplicando y llorando por culpa de una mujer. A los que nunca tuvieron el privilegio de amar y desamar, y volver a amar, y ser rechazados, les parecía humillante la reacción de Jacques Brel. ¿Cómo hablarles de los hombres que mueren por exceso de amor, de los que son capaces de ofrecer perlas de lluvia venidas de países en donde no llueve o de escarbar la tierra para cubrir el cuerpo de la amada de oro y luz? De los que inventamos palabras absurdas que sólo ella puede comprender y contamos historias de amantes que vieron arder sus corazones, o la de un rey que murió por no haber podido encontrarte. Por eso, como Jacques Brel, me escondo para mirarte bailar y sonreír, y escucharte cantar y después reír. ¿Fue tan estúpido y denigrante suplicarte que no me dejaras? Yo sólo quería ser la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro.
Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón.
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