Los springstinianos de raza, y muy especialmente los que fardan de trienios en el conocimiento de nuestro héroe, se han rasgado las vestiduras. Para ellos, “Working on a dream” es un disco flojo, fallido y gratuito, muy lejos de las excelencias a las que nos tiene acostumbrados El Boss. A mí sin embargo, sin estar a la altura de sus obras maestras, me resulta un disco sobresaliente. A años luz, desde luego, de lo que se publica habitualmente en el firmamento musical. En “Working on a dream” tenemos todo Springsteen: guitarras planeadoras, temas intimistas, pequeñas y naifs perlas de corte pop, algún guiño a Roy Orbinson, un blues eléctrico, el habitual elogio a
“Working on a dream” es un disco que huele y sabe a Springsteen por los cuatro costados. También suena a Springsteen en todos sus cortes, aunque hay que reconocer que, en alguno de ellos, el productor se ha pasado tres pueblos y ha metido unos edulcorados arreglos con violines que podría haberse ahorrado. De todas formas, cualquier reproche al disco se difumina como un azucarillo cuando se escucha “Outlaw Pete”. Sólo por este épico tema, convertido desde ya en nuevo himno springstiniano, merece la pena el disco. Ocho minutos de rock de 24 quilates para narrarnos la atribulada vida de un forajido del salvaje Oeste. Rock desértico, una armónica crepuscular y ecos del spaguetti-western. Conozco a alguien que mataría por escuchar esta canción en el José Zorrilla. Habrá que andarse con cuidado en los próximos días.