EL TRIUNFO DEL CINE ESPECTÁCULO: Publicado en el suplemento ARTES de El Norte de Castilla el 5 de septiembre de 2009. La cosecha cinematográfica de 1959 fue memorable. El tío Oscar, sin embargo, sólo tuvo ojos para una película que narraba la historia de un judío coetáneo de Jesucristo. La superproducción “Ben-Hur” fue la película más grande y de mayor presupuesto jamás rodada y acabó recibiendo 11 Premios de La historia nació en la novela publicada en 1880 por Lew Wallace y, de inmediato, se convirtió en un rotundo éxito. En 1899 fue musical de Broadway y en 1907 se rodó una versión muda en cine, de apenas 15 minutos, y sin los derechos del autor. Las diferencias entre la novela y la película no son muchas pero sí significativas. En el libro, Messala es más malvado y pérfido, de hecho sobrevive a la carrera de cuadrigas y contrata a asesinos para matar a Ben-Hur. Además no aparece un personaje trascendental de la novela, Iras, amante de Messala y verdadera antagonista de Ester. Hay muchas otras diferencias pero la historia esencial se mantiene, así como la marcada religiosidad de la obra y la trascendencia otorgada a la carrera de cuadrigas. Con los derechos ya adquiridos gracias a la versión de 1927, El casting, durante los meses de preproducción, fue otra carrera a muerte en Hollywood. Para Ben-Hur se pensó, como en casi todos los casting de la época, en Marlon Brando. Muchos actores estuvieron en el punto de mira pero, finalmente, los responsables parecieron inclinarse por Rock Hudson como Ben-Hur y Charlton Heston como Messala. Sin embargo, a última hora, el gran éxito de “Los diez mandamientos” provocó que el Moisés-Heston se hiciera con el papel principal. Asimismo, tuvieron la feliz ocurrencia de que los personajes judíos los interpretaran actores americanos y los personajes romanos actores británicos (el papel de Messala recayó en el actor irlandés Stephen Boyd). Muchos fueron los problemas que William Wyler tuvo con la interpretación de Charlton Heston, quien parecía no tomarse muy en serio los rodajes. En las escenas de acción, el atlético actor dio el do de pecho; sin embargo, la conocida inexpresividad de Charlton Heston en las escenas dramáticas se volvió en su contra. La historia de amor con Ester resultó un parche perfectamente prescindible pero la relación amor-odio entre Ben-Hur y Messala requería una buena interpretación dramática y sentida. Stephen Boyd tuvo el mismo problema. Dicen que el escritor Gore Vidal aconsejó al actor irlandés que enfocase su relación hacia Ben-Hur como una relación homosexual, como alguien que esconde un oscuro deseo y admira y quiere a Judá profundamente. Por supuesto, Charlton Heston, que siempre se enfureció cuando le hablaban de una cierta relación homosexual entre los protagonistas, jamás se enteró de ello. El caso es que, a pesar de sus carencias, arrebató el Oscar al Jack Lemmon de “Con faldas y a lo loco” y al James Stewart de “Anatomía de un asesinato” (la memorable interpretación de Cary Grant en “Con la muerte en los talones” ni siquiera fue nominada). Los músculos de Charlton Heston, la espectacularidad de una película que asombró al mundo y una carrera de cuadrigas inolvidable consiguieron el milagro. Las simbologías hicieron el resto: los caballos blancos (el bien) contra los negros (el mal), los judíos contra los romanos y la rebelión frente a la dominación. La carrera, transformada en verdadero juicio de Dios, se convirtió en un complicadísimo rodaje que duró tres meses para doce minutos de secuencia. Wyler supervisó el rodaje pero fueron Andrew Marton y Yakima Cannutt, encargados de la segunda unidad, los que dirigieron la famosa carrera de cuadrigas, auténtica síntesis del conflicto y punto culminante de un film épico. El resto es conocido. Ben-Hur es blanco y negro, todo y nada, romanos y judíos, creyentes y ateos. Es religión, justicia, odio, venganza, amor. Es la vida misma.