Publicado en el suplemento Artes de El Norte de Castilla el 21 de noviembre de 2009
Roger Waters, líder de la banda británica Pink Floyd, se encontraba a finales de los años setenta inmerso en un callejón sin salida. Tras los estratosféricos éxitos de algunos de sus discos, especialmente “The dark side of the moon” y “Wish you were here”, buscaba con ahínco completar la trilogía gloriosa del rock progresivo. Su último experimento, el incomprendido “Animals”, no había conseguido convencer ni a crítica ni a público. Por entonces, Waters se había hecho ya con el control del grupo y había comenzado a dar rienda suelta a sus miedos, obsesiones y demonios. El resultado de ese Armageddon íntimo llevó por título “The Wall” y acabaría convirtiéndose en uno de los discos más importantes, trascendentes y míticos de toda la historia del rock (una obra que acumula ya 23 discos de platino y que es el disco más vendido de los años setenta y el tercer disco más vendido de la historia).
Tres fueron los principales detonadores del tsunami discográfico de la época: en primer lugar, un incidente acaecido en Montreal durante la gira de “Animals”, en el cual un grupo de fans se abalanzaron sobre el escenario. Waters llegó a escupir en la cara a uno de ellos y, desde entonces, comenzó a fantasear con la idea de construir un muro que aislase por completo al grupo de sus fans. En segundo lugar, la omnipresente y alargada huella de Syd Barret, primer líder del grupo, que había descendido a los abismos de la locura y que no dejaba de influir por activa y por pasiva en los trabajos de Pink Floyd, como ya había sucedido en “Wish you were here”. Y en tercer lugar, las propias y traumáticas experiencias personales de Roger Waters. Para ello se vale de la figura de Pink, alter ego de Waters, y protagonista de toda la historia desarrollada en “The Wall”.
Pink es una estrella del rock que ha caído en una profunda depresión, hasta el punto de ser considerado un hombre inestable y mentalmente enfermo. Forma parte de la generación de la posguerra y ha sufrido en sus propias carnes un buen número de traumas y situaciones angustiosas que han condicionado su mundo: la muerte de su padre durante
Para celebrar el éxito del disco y como complemento ineludible, Pink Floyd se embarcó en una corta y complejísima gira entre 1980 y 1981 que les llevó a dar varios conciertos en cuatro escogidas ciudades del mundo: Nueva York, Los Angeles, Londres y Dortmund. Los que asistieron a aquellos privilegiados shows hablan de ellos como de los conciertos más grandiosos de toda la historia del rock. Gigantescas marionetas diseñadas por Gerald Scarfe, proyecciones delirantes, músicos y coros a tutiplén, un montaje espectacular y todo un batallón de extras que construían un gigantesco muro en el escenario, antes de hacerlo volar por los aires al final del concierto. El montaje fue tan costoso y exorbitante que terminó por convertirse en un desastre económico para los miembros del grupo (excepto para Rick Wright, el teclista de Pink Floyd, que había sido expulsado de la banda por expresa petición de Waters durante la grabación de “El Muro”, y que participó en aquellos conciertos como músico a sueldo) pero contribuyó a acrecentar el mito del disco.
Hoy, treinta años después del monumental canto al ego de Roger Waters, “The Wall” es un disco que sigue ganando en cada escucha. Una fiesta de monstruos en la que todos caemos rendidos. Un disco excesivo, pretencioso, difícil de digerir, pero que nos lleva agarrando de las pelotas desde el año 1979. Un auténtico himno que nos ha marcado a fuego a varias generaciones. Muchos abrimos los ojos a la vida con la doliente Biblia de “The Wall”. Casi mejor no haberlo hecho.
EL MURO A 24 FOTOGRAMAS POR SEGUNDO
Desde el principio, Waters se obsesionó con llevar la historia de Pink a la pantalla. Para ello, escogió como director a Alan Parker, un exitoso creador de videoclips que había entrado con fuerza en el mundo del cine gracias a “Bugsy Malone”, “El Expreso de Medianoche” y “Fama”. La idea inicial consistía en rodar un documental sobre los espectaculares conciertos que sirvieron como presentación de “The Wall”. Sin embargo, y debido al relato tan cinematográfico que se escondía detrás del disco, Alan Parker decidió hacer una película con la historia de Pink. De hecho, el film (bautizado como “Pink Floyd The Wall” y estrenado en 1982) se limita a seguir punto por punto (canción por canción, habría que decir) la estructura musical del álbum. Sólo alguna pequeña modificación y la aparición de un par de nuevos temas compuestos expresamente para facilitar la comprensión de la historia son dignos de reseña. Más importancia tiene la sorprendente elección del protagonista, que supuso el debut de Bob Geldof como actor de cine. Por entonces, y antes de convertirse en activista político e impulsor de los famosos conciertos Live Aid, Geldof tan sólo era conocido por ser el cantante del grupo Boomtown Rats. La otra aportación fundamental al film la llevó a cabo el dibujante Gerald Scarfe, con sus prodigiosas y alucinógenas escenas de animación que acabaron convirtiéndose en las estrellas del film (inolvidables las flores haciendo el amor, los ejércitos de martillos o los bombardeos sobre Inglaterra). Eso sin contar escenas impactantes como las del juicio, el mitin fascista o la máquina devoradora de niños al ritmo de “Another brick in the wall”. Desde luego, muy pocas veces las imágenes de una demencia resultaron tan fascinantes como en “Pink Floyd The Wall”.