Huyendo de la locura nazi, Fritz Lang desembarcó en EE UU. Al poco, en 1936, dirigió ‘Furia’, su primera película hollywoodiense. En ella, Spencer Tracy es acusado del secuestro de una niña. Una serie de fatales coincidencias provocan que una masa enloquecida reclame justicia e intente asaltar la comisaría donde permanece el falso culpable. Todo se descontrola, incendian el edificio y, a través de las rejas, vemos a Spencer Tracy luchando contra las llamas. Con esa imagen angustiosa termina la primera parte de ‘Furia’.
En estos días hemos asistido a una representación simbólica de la furia langiana. El caso es bien conocido. Un joven lleva a su hijastra al centro de salud y acaba convirtiéndose en el protagonista de una pesadilla. Un informe médico detalla golpes, quemaduras e indicios de agresión sexual en el cuerpo de la pequeña. Los médicos avisan a la Guardia Civil y el hombre es detenido. La niña muere y él se convierte en ‘el monstruo de Tenerife’. Al día siguiente los forenses concluyen que la niña había fallecido como consecuencia de una caída y los jueces dejan en libertad sin cargos al joven. Demasiado tarde. La tela de araña de mierda de esta sociedad enferma ya había montado su propia película. La fotografía del chaval había aparecido en todos los periódicos y su imagen, saliendo esposado, escoltado por policías e insultado por una turba de vecinos, había protagonizado informativos y programas basura. Algunos periódicos publicaron titulares indecentes: «La mirada del asesino de una niña de tres años», «Detenido un joven por abusar de la hija de su pareja», «Tenerife llora la muerte de Aitana, que no superó las quemaduras y los golpes propinados por el novio de su madre». Los foros de Internet echaban humo. Todos sacaban a pasear su instinto justiciero y pedían la muerte, la castración, la silla eléctrica para el nuevo monstruo. Algunas asociaciones contra la violencia de género convocaron actos de protestas. Políticos y periodistas se fueron de la lengua sin pruebas y lincharon al joven. Lo curioso y terrible es que el sábado, cuando fue puesto en libertad, la gente seguía linchándole y cagándose literalmente en una justicia que soltaba a un monstruo. Los juicios mediáticos, que desde la época de Alcàsser y de Rocío Wanninkhof tan de moda se han puesto, hicieron el resto. Un error médico, una nefasta filtración policial, un asqueroso afán por dar exclusivas y por manipular, por ofrecer morbo y sensacionalismo. Todo se ha unido para destrozar la vida de un inocente. También nuestro ansia por juzgar, condenar, linchar, actuar en masa y bajo el anonimato. Somos hijos de la Inquisición. Deberíamos reflexionar.
La segunda parte de ‘Furia’ es bien conocida. No creo que nadie pudiese culpar a este joven si se impregna del espíritu de Montecristo y de Spencer Tracy.