Cada pocos meses hay que regresar a Umbral, umbralizarse un poco, aprender a vivir eternamente rastreando adjetivos. Umbral no escribía novelas, Umbral era un género en sí mismo: un escritor de raza que escribía tosiendo metáforas. Alguien que mezclaba como nadie el hiperrealismo delincuente con el cubismo desnudo, la prosa canalla con el adjetivo imposible, alguien que poseía un estilo único e inventaba el lenguaje a cada momento.
“El día en que violé a Alma Mahler” tiene algo de novela light, de novela erótica, de novela policíaca y de tragedia griega en béisbol. Todo Umbral está en ella, con sus virtudes y sus defectos (“El marido de Rita no ha venido. Ya saldrá en otro capítulo. Mi dudoso talento novelístico no da para meter más gente en una misma escena”). En esta novela de 1987 hay de todo: un dictador latinoché, asesino de cólera y patíbulo; su nieta, con parecido a una folclórica, a una actriz pompeyana y a Rita Hayworth; Breton y Nadja en
“Me aburre estar en el centro de esta novela policíaca. Yo lo que quería era escribir una novela de amor y surrealismo. Lo que pasa es que las novelas (Norman Mailer llamó a la novela