Publicado en El Norte de Castilla el 17 de junio de 2010
La bicicleta reina en Europa y no va a parar de hacerlo. De hecho, una de las mayores sorpresas con las que nos encontramos al viajar por el centro y norte de Europa es que la gente se mueve por allí en bici. A mí me ha vuelto a ocurrir y, aunque es una lección sabida, no deja de sorprenderme. He estado en una ciudad francesa casi el doble de grande que Valladolid y lo primero que me llamó la atención es lo bien que se circulaba por sus calles: sin atascos, con pocos coches, con facilidad relativa para aparcar incluso en el centro. De inmediato me di cuenta de que una gran mayoría utilizaba la bicicleta para desplazarse. Acostumbrado a lo que vemos aquí, aquello parecía otro planeta. Centenares de bicicletas gratuitas puestas por el ayuntamiento, con un carné para liberarlas y con decenas de lugares para recogerlas o dejarlas; carriles-bici por todos los lugares, siempre con preferencia ante los coches, construidos con lógica y no para cubrir el trámite; aceras en las que por todos los sitios circulan bicicletas, calles en las que la bici se impone con desparpajo, hasta el punto de que en las que son dirección prohibida siempre se aclara que las bicis están libres de esa prohibición, dándose la curiosa circunstancia de que en las calles estrechas los coches se hacen a un lado para dejarlas pasar. Pregunté a la gente y todos estaban encantados aplicando una lógica avasalladora: cuanta más gente vaya en bici, menos tráfico, más aparcamiento y más fluidez para los coches. A eso añadiría yo, menos humo, menos ruido, menos contaminación. Al regresar a Valladolid lo primero que me encuentro es