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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL ARTE DEL ENGAÑO

Publicado en el suplemento “La sombra del ciprés”, de El Norte de Castilla del 6 de noviembre de 2010

“¿Hay alguien en el mundo que no conozca su propio nombre?”, se pregunta Orson Welles en “Fraude”, su último film completo. Oja Kodar le contesta: “Usas tantos nombres que olvidas el tuyo”. Es el principio del fin. Sus últimas palabras le delatan: “Los mentirosos profesionales esperamos ofrecer la verdad. Su nombre pomposo es el de arte”. Y termina parafraseando a Picasso: “El arte es una mentira que nos hace descubrir la verdad”.

Orson Welles estuvo fascinado toda su vida por la dualidad entre engaño y verdad hasta el punto de convertir ese tema en el leitmotiv principal de casi todas sus películas. Cuando no es el engaño el máximo protagonista de sus historias lo es la deconstrucción exhaustiva de tiranos que viven su vida rodeados de mentiras; personajes contradictorios, atormentados y poderosísimos que sobreviven bailando entre el bien y el mal y acostándose todas las noches con las ninfas del engaño. El ejemplo más evidente es Kane, pero no el único, ni mucho menos. Incluso Don Quijote, el gran proyecto de la vida de Welles, ¿no es un hombre que vive sumido en el engaño más absoluto?

El inicio de la carrera artística de Orson Welles comienza con un engaño. Todos lo conocemos. A las ocho de la noche del 30 de octubre de 1938, la cadena de radio CBS interrumpía su programación para informar de un invasión extraterrestre. Aquel programa pasó a la historia provocando incluso que miles de personas huyeran aterrorizadas de sus casas completamente convencidas de que estaban siendo invadidas por los marcianos. Con aquella emisión radiofónica el joven Orson Welles no fue a la cárcel (como sí ocurrió en algún país sudamericano que intentó imitar el programa), pero sí fue a Hollywood. El principio de una carrera inigualable, tormentosa y única. Una carrera en la que el engaño pasó a convertirse en el principal motor de la mayoría de los proyectos wellesianos.

Orson Welles es el artista shakesperiano por excelencia. El engaño y Shakespeare laten al compás, así que no resulta extraño que a Shakespeare dedicase algunos de sus mejores momentos. Por ejemplo, el pantagruélico y manipulador Falfstaff (“Campanadas a medianoche”) que, como buen pícaro y bufón, vive del engaño y del relato desencadenado de mentiras grandilocuentes. O, por supuesto, Otelo quien destroza su vida por culpa de un engaño, el de Yago enredándole para que sienta celos de su prometida Desdémona. “La vida es un cuento con el que un idiota nos engaña”. Algo así dice Macbeth, el protagonista de la tercera obra shakesperiana llevada a la pantalla por Welles.

Allá donde posemos nuestros ojos en el cine de Orson Welles nos toparemos de lleno con el engaño. Joseph K., en “El proceso”, viviendo engañado toda su vida. Harry Lime, el mítico tercer hombre, engañando a todo el mundo al simular su muerte. Mr Arkadin solicitando una investigación sobre su pasado alegando amnesia, algo que no es otra cosa que un engaño para localizar a cuantos pudiesen identificarle con su pasado criminal. El nazi Kindler (“El extraño”) viviendo una vida aparentemente normal, oculto en un pequeño pueblo al que tiene completamente engañado. El sucio, obeso y grasiento Quinlan (“Sed de mal”) utilizando pruebas falsas contra los sospechosos. E incluso la maraña de turbios engaños que protagoniza el mundo de “La dama de Shangai”, un mundo cainita en el que unos se comen a otros sirviéndose de trampas y mentiras. Una película que, como todo el mundo recuerda, finaliza con la fascinante secuencia de los espejos, metáfora del juego de apariencia y realidad, de verdad y mentira. El espejo transformado en la quintaesencia del engaño.



Porque en los aspectos técnicos también Orson Welles se transforma en un mago del engaño. ¿No es una forma de engaño el utilizar los picados y contrapicados para hacer parecer a los personajes lo que en verdad no son? ¿No es una forma de engaño el crear atmósferas inestables en las que nada parece lo que realmente es? Orson Welles es, no lo olvidemos, el genio de los mundos irreales, de los juegos de luces y sombras, el creador supremo de atmósferas únicas e inquietantes, el gran maestro del montaje (otra forma de engaño). El cine con Welles es más engaño que nunca. Él siempre lo supo y siempre jugó con ello. Tal vez por eso su testamento fílmico fue un collage documental destinado a engañar a todo el mundo presentando a la vez los engaños de otros. “Fraude” es una especie de “Guerra de los Mundos” a la inversa: en lugar de montar un engaño nos explica cómo se puede fabricar. Presentando a Elmyr de Hory, el gran falsificador del siglo XX, y a Clifford Irving, autor de la falsa biografía de Howard Hugues, nos regala todo un catálogo de mentiras envueltas en el frasco de la verdad y, de paso, una impagable reflexión sobre los ambiguos límites que separan la verdad de la mentira. “Mentir para entretener es la esencia del arte”, es la conclusión de la película y de toda su obra cinematográfica. Es más, eleva el engaño a la categoría artística, asegurando que no es más artista el artista original que aquel que copia su obra. E insiste: “Los tramposos siempre hemos existido”. “He mentido como un loco”, concluye. No es una casualidad, ni mucho menos, que aparezca durante buena parte del film vestido como mago y haciendo juegos de manos. Sospecho que tampoco es una casualidad que, en su última aparición pública, en un famoso programa de televisión, hiciese trucos de magia. Era el 10 de octubre de 1985 y sólo dos horas después fallecía de un ataque cardíaco. Y aquello no fue un engaño. ¿O tal vez sí?

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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