Publicado en El Norte de Castilla el 18 de noviembre de 2010
Acabo de ver el homenaje que el gran Ricardo ha dedicado a la memoria de Luis García Berlanga. En la viñeta se ve al director valenciano llegando al cielo donde es recibido, entre otros, por Lubitsch, Groucho, Tati, Keaton, Chaplin y Billy Wilder, que sujeta una pancarta en la que se lee: «Bienvenido Mr. Berlanga». Sospecho que muy cerca tiene que andar Rafael Azcona. Volverán a encontrarse de nuevo. Cuando lo hicieron por primera vez, en medio de una España pobre y triste dominada por la fauna franquista, Berlanga ya nos había regalado el sainete impagable de ‘Bienvenido Mr. Marshall’ y otras pequeñas joyas como ‘Calabuch’ y ‘Los jueves, milagro’. Azcona, por su parte, había comenzado su fructífera relación con Marco Ferreri y había escrito ‘El pisito’ y ‘El cochecito’. El inicio del cine moderno estaba en las manos de estos dos jóvenes que acababan de encontrarse. Debutaron con ‘Plácido’, un monumento a la mezquindad, a la falsa caridad. Los pobres puestos en una tómbola para ricos: «¿A usted qué le ha tocado, un viejo del asilo o un pobre de la calle?». El esperpento regado con el ADN patrio. La huella de Quevedo, de Goya, de Valle Inclán. Después llegó ‘El verdugo’, tal vez la mejor película (con permiso de ‘Viridiana’) del cine español. Una historia terrible y eterna que nos enseña que no somos libres y que muestra el rostro más inhumano y cruel del hombre. Berlanga, con su varita mágica, pasaba de la risa al escalofrío con desasosegante genialidad. Ése fue su mayor don. Se burló de la censura y les hizo una pedorreta a los siniestros hombres de la tijera. Libertario, erotómano, descarnado y tierno, tímido, poeta de lo mundano, amante del tacón de aguja. Dibujó un país en blanco y negro con humor y nos dejó su palabra fetiche, austrohúngaro, golpeando nuestros sueños. Nadie como él se ha reído más y mejor de la caspa y del provincianismo cateto. Pintó un retrato negro del país humor mediante y, a través de una vaquilla, nos enseñó que la guerra solo trae pérdidas y sufrimiento. «Yo pensaba que lo más jodido de mi vida había sido la censura de Franco. ¡Pues no! Lo más jodido es la pérdida de la memoria», declaró no hace mucho Berlanga. A nosotros ya no nos podrán arrebatar su recuerdo. Nuestra memoria colectiva es, desde hace tiempo, berlanguiana.