Publicado en El Norte de Castilla el 27 de enero de 2011

Túnez es un país hermoso que huele a flores de azahar y a té de piñones. Lunas hambrientas velan el cabaret de Alá mientras la luz te ciega. Una luz limpia y hermosa, un desierto hollywoodiense de mil colores y unas playas preciosas. Túnez es el paraíso que se encuentra al final de la terminal de cualquier aeropuerto europeo. Es nuestro cielo protector. Nos hemos acostumbrado a refugiarnos bajo él. Hasta siete millones de turistas acuden cada año a disfrutar de la sólida infraestructura hotelera tunecina. Túnez era el país árabe más europeo. Una educación occidental y mujeres con sonrisa desafiante que tiraban el burka a la basura. En 2001 abrieron el primer Carrefour. Los tunecinos se sentían ya una provincia de Francia. Y, sin embargo, todo ha estallado. Nadie se preocupó en mirar bajo la alfombra. El poder cleptocrático del tirano eterno Ben Ali atufaba pero los gobiernos europeos preferían mirar a otro lado. El vecino del sur servía para ir a jugar al golf, para bañarse en sus paradisíacas playas y para rodar películas. Los tunecinos no han aguantado más. Solo necesitaban una cerilla que encendiese la revolución. Lo hizo Mohamed Bouazizi, un diplomado en informática que vendía verduras para sobrevivir. La rabia y la desesperación le llevó a quemarse a lo bonzo convirtiéndose de inmediato en un símbolo entre los jóvenes. Días después, el pueblo echó al tirano. Ha sido la primera revolución democrática de un país árabe. Los tiranos vecinos tiemblan. Una lluvia de ciudadanos quemados a lo bonzo alientan la revolución. El día de la cólera reclama justicia y libertad en los feudos de los ayatolás. El futuro está en las manos del pueblo. Han visto que de Europa no pueden esperar nada. Sarkozy ya no invita a bailar a Ben Ali pero siempre le ha tenido en su carné de baile. Solo queda esperar que los integristas no pesquen en aguas revueltas y que se instaure un Gobierno democrático. En las tiranías siempre mandan los peores pero en las democracias a veces los elegimos. Todos exigimos nuestro derecho a equivocarnos. Ellos también.